La ciudad y los días

carlos / colón

El tiempo de la felicidad posible

CUANDO la Esperanza se viste de luto la Basílica huele, no a incienso, sino a la alhucema de las tiendas de especias de Regina y de José Gestoso; y se siente por dentro el calorcillo del cisco de picón de la carbonería centenaria de la calle Parras. Vestida de negro para derrotar la tristeza y el luto con su cara, la Esperanza abre las puertas del tiempo de la felicidad posible, tras el de la alegría cierta que terminó a mediados de septiembre dejándonos hasta hoy en esa pegajosa tierra de nadie que es la larga agonía del verano sevillano.

No debe confundirse la felicidad con la alegría. La felicidad es el sereno y prolongado estado de razonable satisfacción que se alcanza cuando no hay contrariedades o se aprende a convivir con ellas. La alegría es un sentimiento vivo que depende más del carácter y el instante que de las circunstancias. La felicidad nace de los trabajos de la razón en lucha con las circunstancias. La alegría irrumpe, se aparece, explota y nos arrastra. Como la Esperanza Macarena, que según Romero Murube es la alegría de nuestra ciudad y la sonrisa de nuestra alma: "No sabemos lo que es. No sabemos de dónde nace, de qué emana… Surge de pronto, inesperada, arrolladora, desbordada, cristalina, riente, viva". Así es la alegría: lo abierto, la exposición indefensa, el regalo, la luz, el aire. Otra vez la Macarena, "cielo, campo, maceta, celeste frescura de pozo, nana, alegría" para Romero Murube; y el vino blanco, el romero y la cal de una fachada en los que Juan Sierra la pensaba cuando quería. La felicidad, por el contrario, tiene más que ver con el esfuerzo, la quietud y lo resguardado.

Por eso, la felicidad parece más otoñal e invernal, y la alegría más primaveral y veraniega. "El sol mata las preguntas", escribió Camus en El malentendido. Lo confirma la alegría instintiva, biológica, luminosa, solar de los pueblos del Sur y la melancolía de los del Norte. Calvino, Kierkegaard, Munch o Bergman no hubieran sido posibles en Grecia, la Campania o Andalucía. Nuestro pesimismo es estoico y nuestra melancolía ante la brevedad de la vida y la certeza de la muerte, barroca: entre Marco Aurelio y Valdés Leal andamos. O por lo menos andan quienes no se han dejado hacer la lobotomía emocional e intelectual de Halloween. Hoy, día de Todos los Santos, víspera de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, de luto la Macarena, empieza el tiempo de la felicidad posible.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios