Eugenio Cazorla Bermúdez

La tiranía de la ventanilla

un sevillano entexas

Era digital. "Vuelva usted mañana", le decían a Larra. Pero ya no quedan ventanillas y mostradores: no vuelva usted nunca, te dice el ordenador si no obecedes a sus órdenes.

La tiranía de la ventanilla
La tiranía de la ventanilla

12 de enero 2013 - 01:00

EN mis años mozos, cuando ejercía de abogado en Sevilla, me personé un día en la Delegación de Hacienda, que estaba situada en un edificio entonces nuevo en las proximidades de la antigua Casa de la Moneda, para pagar los derechos reales en una sucesión. Las oficinas cerraban a la una de la tarde y no abrían al día siguiente. Llegué a la ventanilla destinada a estos pagos a la una menos cuarto. El funcionario, con gesto avinagrado, me indicó que faltaba una póliza, además de las muchas que ya condecoraban la instancia que sometía a su consideración. Yo estoy ya totalmente apartado de estos menesteres e ignoro si aún existen tales pólizas pero, por aquellos años, los 50 del pasado siglo, toda instancia a cualquier autoridad iba festoneada con una serie de pólizas, unas pegatinas a modo de sellos de correo de gran formato que una vez adquiridas por el sufrido ciudadano pasaban a engrosar las arcas de un sinfín de organizaciones: Huérfanos de la Armada, Caballeros Mutilados, etcétera.¡ Le indiqué al funcionario que si no le importaba estaba dispuesto a pagar su importe en metálico, una peseta y cincuenta céntimos. Me dijo que no. Como había aguardado unos minutos hasta que el funcionario sacara su burocrática nariz por la ventanilla me quedaban sólo cinco minutos para comprar la póliza de marras. Bajé como una exhalación las escaleras hasta el sótano del edificio donde había un estanco que expendía pólizas. Varios minutos de espera (había una pequeña cola) y, finalmente, subí las escaleras saltando los peldaños de dos en dos hasta el segundo piso y, jadeando, vi con horror cómo la ventanilla se iba cerrando. Llegué antes de que estuviera cerrada por completo con la póliza en la mano. El funcionario, con una mal disimulada y malévola sonrisa de triunfo me dijo: "Es tarde, vuelva usted mañana".

Era la una y diez segundos. Rara puntualidad, pensé. Al día siguiente aparecí en la delegación a las nueve menos diez. La ventanilla se abrió a las nueve y cuarto… Así es la burocracia... en todas partes.

Desde entonces la tiranía de la ventanilla me ha perseguido durante muchos años de vida profesional. ¿Qué tiene esto de la ventanilla que da tanta prepotencia al que está detrás de la misma? Bien es verdad que hay ventanillas y ventanillas. Una ventanilla en un cine no es una amenaza. Hay entradas o no. Si las hay me las dan, las pago y sanseacabó.

O sea, que el nudo de la cuestión es si el o la que esta al otro lado posee poderes que, si ejercidos, te pueden hacer la puñeta, con la particularidad de que en ciertos casos la ventanilla no es necesario. A uno le puede hacer la puñeta alguien que no se esconde detrás de una ventanilla sino que se te enfrenta cara a cara con un mostrador de por medio. Por ejemplo, en Correos. Recuerdo muy bien cómo recién llegado a este país un funcionario de Correos (sin ventanilla) se negó a entregarme una carta certificada que venía a nombre de Don (entonces se estilaba el don) Eugenio Cazorla Bermúdez. El funcionario se emperraba en no entregarle la carta sino a Don(ald) Bermúdez, o sea, a un señor de tal primero último nombre, que es lo que cuenta en este país.

En mis correrías por el mundo y en el ejercicio de mi profesión me he enfrentado contra muchas ventanillas donde desde el otro lado provenían satisfacciones o desastres. Es la burocracia, la misma en todo el planeta.

A veces no hay necesidad de ventanillas o mostrador pero para ello hay que llevar un arma de fuego. Dadme una palanca y moveré el mundo, decía Arquímedes. Dadme un pistola y verás lo que es bueno, piensa para sus adentros el o la encargado/a de seguridad en cualquier aeropuerto. Cuando ya la tiene te mira con cara de fiera sospechando que el bulto que llevas en el bolsillo (un frasco de aspirinas) es, como le llamaban los antiguos, una máquina infernal.

Ya no es el venga usted mañana de Mariano de Larra. Eso está superado por la voz grabada que en contestación a tu pregunta telefónica te anuncia que tendrás que esperar a que la persona con la que quieres hablar esté disponible: aproximadamente quince (largos) minutos. Esto después de un sinfín de, para esto, marque usted 1, para lo otro, marque usted 2, en fin... para volverse loco. Es la misma tiranía pero, esta vez, electrónica.

Ya apenas quedan ventanillas o mostradores. Hay o bien teléfonos o bien el mundo digital. La burocracia humana ha sido remplazada por la invisible burocracia cibernética. Hoy para algo tan inocuo como sacar unas entradas de cine te piden la contraseña de usuario y la inefable password. Antiguamente en el ejército español teníamos el santo y seña. Salía una patrulla de reconocimiento y cuando volvía al cuartel o fuerte, o baluarte, el centinela, al oír un ruido preguntaba: ¿Quién vive? El jefe de la patrulla daba el santo y seña. Si no la daba o era equivocada le descerrajaban un tiro. Hoy el ordenador, si no das tu password o se te ha olvidado, no te pegan un tiro pero te hacen perder tanto tiempo que al final te dan ganas de tirar el ordenador a la basura y clamar: "Santo Dios, con lo bien que vivíamos sin tanta técnica".

Vuelva usted mañana, le decían a Larra. No vuelva usted nunca, te dice el ordenador si no obedeces a sus órdenes. Hasta ahí hemos llegado...

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