Juan A. Aguilera Mochón

Contra toda la violencia sexista

La tribuna

22 de abril 2014 - 01:00

EL feminismo, como activismo en pro de la igualdad de derechos y consideración de los sexos, continúa siendo, por desgracia, imprescindible, pues muchas mujeres siguen discriminadas en algunos ámbitos, y el machismo sigue aflorando con maligna pertinacia; de manera especialmente inmunda cuando llega a la violencia física, pero también con agresiones tan graves como la negación del derecho al aborto que pretende el PP.

Sin embargo, en lo que se refiere a las relaciones de pareja, ¿vive cada mujer subordinada al hombre?, ¿cada mujer casada sufre perjuicio laboral debido a su matrimonio? Aunque sea menos frecuente, ¿no hay incluso casos en que ocurre lo contrario, también en lo que se refiere a la violencia? Conforme nos movemos de la violencia física a otras (verbal, emocional, económica…), probablemente se equilibre la situación, pues pierde importancia la desigualdad física. Piénsese, a este respecto, en la notable implicación de las madres en los casos de violencia física sobre los hijos, sobre todo en las edades más tempranas.

Entonces, como la discriminación dista de perjudicar a todas las mujeres y en todos los terrenos, si se intenta contrarrestar con una discriminación "positiva" (¿?) general hacia ellas, especialmente en el terreno de las relaciones personales con los hombres, con seguridad se generarán injusticias y agravios para muchos de ellos.

Esto es clamoroso para muchos hombres separados o divorciados, que se ven convertidos en unos parias bajo presunción de culpabilidad: de ahí el menor valor de su palabra frente a la de las mujeres, y todas las leyes-castigo que padecen. Se pueden ver sometidos a situaciones económicas muy inferiores a las de sus ex parejas, con frecuencia tan insostenibles que se extienden a los allegados que les auxilian -si tienen esa suerte-. A menudo deben pagar unas pensiones compensatorias (¿?) que deberían herir la dignidad de las mujeres que, al sacar partido de las condiciones de sometimiento de otras, ¡asumen una ignominiosa incapacidad laboral femenina! Estamos ante una violencia sexista económica.

Lo peor es que, además, se castiga a los hombres a ser infrapadres, sin importar el daño a unos hijos privados en buena medida de ellos. Siempre se ha defendido la igualdad en la atención a los hijos, y se ha reconvenido a los padres que se involucraban poco. ¿Cómo puede ser que ahora, en tantos divorcios, se les niegue de hecho el derecho de involucrarse (de custodia)... a la vez que se les exige una aportación económica, frecuentemente desmedida, para que la administren las madres? ¿No se trata de una lamentable asunción del papel que les asignó a las mujeres la nefanda moral nacionalcatólica? Estamos ante una violencia sexista sobre las relaciones paternofiliales. Únanla al resto y entenderán por qué muchos hombres divorciados se encuentran hundidos.

La legalidad actual supone una aberración del Estado de Derecho, pues conculca el principio básico (art. 14 de la Constitución) de que "todos somos iguales", ya que, en las relaciones de pareja, 'unas son más iguales que otros". Encima, es una aberración que no aflora porque, o se silencia, o su denuncia se despacha socialmente estigmatizándola como "machista". La ideología que defiende esas iniquidades es el hembrismo, más o menos simétrico del machismo. No hay que confundirlo con el feminismo, respecto del que es, si acaso, una degeneración que lo contraviene; pero, muy lamentablemente, contamina influyentes sectores feministas y desde ahí llega a los aparatos de los partidos y a los medios de comunicación. ¡Y ay de quien ose enfrentarse a él!

Pongan unas leyes que privilegien a unos (como antes en casi todos los ámbitos) o a otras (como ahora en algunos), y tendremos servidos los casos de abuso. ¿Por qué no unas leyes igualitarias? Respecto a la violencia: si resulta que los miembros de un sexo las transgreden más, ¡más lo pagarán! Cuando en algún sitio se presuponía la culpabilidad de los negros (con el soporte de ciertas estadísticas), ¿no era flagrante racismo? Pues, del mismo modo, nuestras leyes sobre "género" son, aquí y ahora, racistas (léase sexistas) contra los hombres. Aunque se hayan hecho con buena voluntad. Y si antes las desigualdades legales beneficiaban especialmente a los machistas con pocos miramientos, las iniquidades actuales proporcionan ocasiones de abuso a las hembristas escasas de escrúpulos.

Por otra parte, ¿no es muy evidente que el acoso hembrista (legal y social, económico y emocional) está lejos de ser la mejor manera de combatir el machismo y su violencia?, ¿no es probable, por el contrario, que esté nutriendo a un neomachismo reactivo? ¡Las dos violencias se realimentan mutuamente! Es urgente que las leyes y la sociedad luchen contra todas las formas de sexismo y de violencia doméstica; que combatan el siniestro machismo, pero no abrazando el funesto hembrismo. En beneficio de hombres y mujeres, y por el bien de los hijos.

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