El último caso de Sherlock Holmes

Calle Rioja

Antología. Las Academias de Medicina y Buenas Letras acogieron la presentación del libro ‘Letras de médicos’, obra conjunta de Ismael Yebra y Paco Gallardo sobre sus dos pasiones

Rogelio Reyes y Carlos Infantes Alcón. Detrás, foto de los autores del libro.
Rogelio Reyes y Carlos Infantes Alcón. Detrás, foto de los autores del libro.

24 de febrero 2024 - 05:00

SHERLOCK Holmes debió quedar muy intrigado al descubrir que un tren cargado con mariscos que llegó a la estación de Moscú llevaba en su interior los restos del escritor ruso Anton Chejov. El tren llevaba en su exterior la palabra Ostras, que aparece en el título de uno de los relatos del afamado dramaturgo.

Su ayudante Watson no pudo ayudarle a resolver ese enigma. Ni otro de mucha más enjundia: “¿Por qué escriben los médicos?”. Son las últimas palabras de libro ‘Letras de médicos’ (Algaida) escrito a cuatro manos por los doctores y escritores Ismael Yebra (Sevilla, 1955-2021) y Francisco Gallardo (Sevilla, 1958).

Arthur Conan Doyle (1859-1930) y Anton Chejov (1860-1904) nacieron con un año de diferencia. No imaginaban que además de esa coincidencia cronológica, hijos de la segunda mitad del siglo XIX, el creador de Sherlock Holmes y el autor de relatos inolvidables como ‘La gaviota’ iban a encabezar esta antología de “médicos escritores y escritores médicos”.

Un libro con dos autores y con dos editores: Miguel Ángel Matellanes, por Algaida, y Ricardo Jiménez Alés, el quiosquero de la Alfalfa que fue testigo del nacimiento del proyecto cuando Yebra y Gallardo coincidieron con él y con las mujeres de los tres (a Victoria y a Mamen está dedicado el libro) en el bar En La Espero te Esquina.

Como garante de salvoconductos, Ricardo iba recibiendo en su quiosco las entregas de los capítulos. “Vas atrasado”, cuenta Gallardo que le decía Ricardo, “Ismael me ha traído ya tres capítulos, tú ninguno”. En opinión de Matallanes, el doctor Gallardo, además de sus novelas, su consulta y sus tertulias, se atascó con Luis Martín Santos, médico y escritor, autor de ‘Tiempo de Silencio’, a quien le dedica un amplio espacio con aportaciones de Juan Benet o el psiquiatra (y novelista) Carlos Castilla del Pino.

Es el segundo libro en tándem que presenta en una semana Francisco Gallardo, coautor con Juan Antonio Corbalán, medalla de plata en Los Angeles 1984, la obra ‘Eso no estaba en mi libro de Historia del Baloncesto’ (Almuzara). Porque Gallardo podría figurar en un libro sobre escritores, médicos, baloncestistas y hermanos de la Soledad de San Lorenzo.

Lo de Ismael Yebra es un fenómeno de difícil explicación. Tiene razón su amigo y cómplice Paco Gallardo, su particular mr. Watson: “la ausencia no tiene anatomía”. No tiene ojos, no tiene manos, no tiene labios, como escribe en un emocionantísimo epílogo. Pero esa ausencia se corporeiza cuando al conjuro del nombre de Ismael Yebra cualquier espacio se queda pequeño. Para la presentación del libro en una sala de la Fundación Cajasol, mucha gente lo tuvo que seguir de pie o se quedó literalmente fuera.

Ismael era culto y popular, como Manuel Machado. Como Antonio Machado, no era tan necio como para confundir valor y precio. Ha sido uno de los tres médicos que dirigió la Academia Sevillana de Buenas Letras. Antes lo hicieron Ramón de la Sota y Gabriel Lupiáñez. Una treintena de galenos han formado parte de la entidad sita en la Casa de los Pinelo, entre ellos Antonio Machado Núñez, abuelo de los poetas.

En la presentación estuvieron presentes las tres academias: la de Buenas Letras, con su director, Pablo Gutiérrez-Alviz; la de Medicina, con su presidente, Carlos Infantes Alcón; y la academia oficiosa del tabernáculo, presidida por Pepe Yebra, areópago de la calle Boteros, urdimbre de amistades incombustibles donde la llama de Ismael nunca se extingue. Por allí pasaron después el poeta Juan Lamillar, el profesor Antonio Cano, Antonio Molina Flores, que preparaba una expedición a Galicia con poemas de César Antonio Molina, Julia Uceda y José Ángel Valente. Estaba Quintina Falcón, la hermana de otra ausencia de anatomía vaporosa, Antonio Falcón, orgullo de Alanís.

Un académico de Medicina, Jorge Domínguez-Rodiño, y otro de Buenas Letras, Rogelio Reyes, glosaron la figura del médico escritor, del escritor médico, que suscribía la diplomática sentencia de Chejov: “La Medicina es mi esposa; la Literatura, mi amante”. El primero trazó la precocidad científica del doctor Yebra; su tesis doctoral sobre la lepra; su regate a unas oposiciones que le daban plaza en Málaga, confiándole a su condiscípulo Juan Sabaté que su sitio estaba en la Alfalfa y cerca de Umbrete, “Pío Baroja del Aljarafe”, como le llama Gallardo.

Conan Doyle, nacido en la localidad escocesa de Edimburgo, hubiera preferido pasar a la posteridad como oftalmólogo, como biógrafo de Napoleón o autor de libros de viajes, pero el éxito de sus aventuras de Sherlock Holmes lo condenaron a una celebridad que marcó su destino. En su retrato de Chejov, Ismael cuenta que una vez visitó su consulta de la calle Cabeza del Rey don Pedro una paciente moscovita, que se sorprendió de la cantidad de autores rusos que figuraban en las estanterías del dermatólogo sevillano: Tolstoi, Dostoievski, Gogol, Turgueniev, Pushkin, Chejov…”. La rusa le dijo que con la excepción de Chejov “el resto estaban zumbados”. Cuenta que Chejov, en su lecho de muerte, pidió una botella de champán.

Rogelio Reyes, que dirigió la Academia de Buenas Letras, insiste en las palabras curativas de la palabra. Uno de los muchos puentes entre ambas disciplinas, entre la esposa y la amante. Otra es que, según Gallardo, “toda historia clínica del paciente es un relato”. O, en palabras del neoyorquino William Carlos Williams, los médicos tienen un acceso privilegiado a “los jardines secretos del yo”.

La nómina es ampliable: Mateo Alemán, clásico de la picaresca y hermano mayor del Silencio, Laín Entralgo, que dirigió la Academia de la Lengua, Rof Carballo, Juan Ramón Zaragoza Rubira, que ganó el premio Nadal. Sin salir de Sevilla, Esteban Torre, catedrático de Ginecología y de Teoría de la Literatura, que acaba de publicar ‘Nuevos Poemas’ (Renacimiento). Bartolomé Beltrán ejerció la Medicina y fue presidente del Mallorca y Carlos Herrera terminó la carrera y escribe con su voz las mañanas de la radio. ¿Por qué escriben los médicos? Cuando terminaba de corregir el libro, Gallardo tuvo noticias de la obra ‘Un pájaro bajo la cama’, historias médicas en Nueva York escritas por Nuria Mendoza, una pediatra de Huelva que estudió Medicina en Sevilla.

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