RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Un verano sangriento

27 de julio 2009 - 01:00

EN esta insolación de las malas noticias cualquier fragilidad será quebrada, toda la inocencia encontrará su patíbulo. Es como si el guión que escribió Ray Loriga para la película El séptimo día, sobre el crimen de Puerto Urraco, se estuviera cumpliendo lentamente como un serial de muertes fraccionadas, de violaciones de niñas y de mutilaciones espesando el calor. La edad penal quizá podrá bajarse, pero ya es lamentable plantearlo, y que sea necesario plantearlo. Toda esta capa tórrida de sucesos cambiantes, de emboscadas durmiendo en la piscina, de niños que todavía no son muchachos pero que ya han conocido el olor del abuso y del terror en los ojos brillantes de las víctimas, se cristaliza hoy en otra muerte más por violencia contra las mujeres, porque llamar a esto violencia de género se nos queda pequeño, es casi un eufemismo que degrada la propia realidad de esta epidemia ya extendida a las víctimas y a los verdugos más jóvenes. Así, a partir del salvajismo de este drama, se reduce la edad de sus protagonistas, de los sujetos activos y pasivos de este estigma social que sobrevive.

Porque, a pesar del sinnúmero de campañas de concienciación, a pesar de las iniciativas más o menos acertadas, a pesar de la difusión en los medios de comunicación, las mujeres siguen muriendo a palos en España, pero también siguen siendo objeto del exceso cobarde de la fuerza. Como hombre, cada vez que escucho una nueva noticia de este tipo, que viene siendo en mismo en los últimos años, siento una vergüenza personal que alcanza a todos los miembros de mi género, porque algo tendremos todos que ver en la construcción, quizá en la destrucción, de una sociedad que va engullendo a sus miembros más desprotegidos. Así, el mismo abuso físico ancestral que ha exhibido siempre el hombre en la peor versión de sí mismo para forzar el cuerpo de cualquier mujer lo veo ahora en los niños andaluces, pero no únicamente en los casos llamativos de las últimas semanas, de estas violaciones grupales y sangrientas de una niña sola, acorralada, sino también en las relaciones de poder que se establecen en las relaciones primerizas, en los institutos, donde un machismo profundo se hace más presente cada vez de manera temprana, en una involución de los últimos años que quizá puede estar relacionado con el nivel paupérrimo de los niños educados en Andalucía.

No es por ser alarmista, pero alguna causa habrá. Podemos continuar acumulando titulares de todas estas muertes abrasadas, podemos enlazar los nombres de mujeres de todas las edades, pero lo cierto es que una sociedad que contempla estos crímenes con normalidad no es una sociedad culta, ni una sociedad civilizada. Esta jauría humana es el fracaso de una educación, y la sangre caliente repetida no agota la noticia de un verano sangriento.

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