La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Todo se va reordenando. Ha vuelto el calor; en Cataluña las pasiones que despertó el calentón indepe se van sustituyendo por mensajes que hablan de transversalidad; en fútbol el liderazgo del Madrid es incuestionable pasado el paréntesis que representó Messi; volvemos a discutir sobre los toros y Eurovisión; y con el verano llamando a la puerta, nos esperan playas y montañas donde poder descansar. Sí, queda Pedro Sánchez, pero hay un consenso mayoritario en que difícilmente repetirá como inquilino de la Moncloa, y entonces el partido que más gusta a los díscolos jueces y a los apasionados medios de comunicación se pondrá al frente de la sociedad que les pertenece por mandato divino. Por lo que tranquilos, que es cosa de tiempo y la felicidad nos está esperando a la vuelta de la esquina. Los nuestros a gobernar, y esos a quienes Federico Jiménez Losantos llama “comunistas y filoetarras”, a su lugar natural manifestándose sobre algún conflicto internacional. Parecía que el tren se movía sin raíles, pero vuelve a avanzar sujeto a las rutas establecidas, y los pasajeros podemos estar confiados en llegar a la estación a la que nos dirigimos sin más sobresaltos.
Eso ero lo que soñaba mi amigo votante del PP, pero al despertar encendió la radio y escuchó que al igual que el PSOE, que no ganó las elecciones generales, gobernaba en Madrid con el apoyo de los nacionalismos de la periferia; podría ocurrir que Puigdemont, que no ganó las elecciones autonómicas catalanas, presidiera el Govern con el apoyo del PSC. Y que, a cambio de ambos apoyos, la amnistía sería un hecho, al igual que la legislatura en la que unidos todos los enemigos de la España Constitucional renovarían el Poder judicial, reformarían la Constitución abriendo la posibilidad de referéndums de autodeterminación, prohibirían los toros, la Semana Santa y hasta la Feria de Sevilla. Y Jorge Javier Vázquez podría ser ministro de cultura con RTVE dependiendo de él.
Abatido y triste por ello, camino del trabajo se encontró con su mejor compañero de la oficina, que era votante socialista. Tenía mala cara y se lo hizo saber. “He soñado, le contestó el de izquierdas, que habíais ganado las elecciones, que Abascal era ministro y no he podido pegar ojo”. ¡Qué tiempos aquellos en los que era el calor lo que nos impedía dormir! Va a ser que el aire acondicionado provoca pesadillas, remató el de Feijóo. Y ambos se rieron, porque soñaban diferente, pero sabían que vivían juntos.
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