Carlos / Colón

L a virreina española y el v on Trapp payés

La ciudad y los días

10 de marzo 2013 - 01:00

LA delegada del Gobierno en Cataluña ha cometido la inconcebible felonía, el acto de imperialismo centralista y la evidente ofensa a Cataluña de recordar a los ayuntamientos la obligación constitucional de colocar la bandera de España. Entiendo la indignación, el enfado y la lógica reacción de los patriotas catalanes. Incluso me imagino a un capitán Von Trapp payés, en una versión catalana de Sonrisas y lágrimas, arrancando la infame bandera y rasgándola, como el patriota austriaco hizo al volver de su viaje de bodas y ver la esvástica ondeando en su casa. ¡Basta ya con la abusiva invasión española!

Reaccionando patrióticamente ante este intolerable agravio que pretende imponer en el país catalán la bandera de la vecina y agresiva potencia española, los señores de Catalunya Acció, con su líder Santiago Espot, han invitado a los ayuntamientos a "responder con firmeza declarando que ninguno de ellos comprará ningún producto español ni contratará servicios de una empresa española… Si España y su virreina en Cataluña, es decir, la delegada del Gobierno, quiere una guerra de banderas, la tendrá. No rehuiremos el conflicto y utilizaremos todas las armas a nuestro alcance… Si las ventas de sus empresas en Cataluña disminuyen, la responsable tiene nombres y apellidos: María de los Llanos de Luna".

Oí por la radio a este señor y, les doy mi palabra, no podía creer que hablara en serio. Cuando se le preguntó si estas acciones de boicot, ya sea a productos españoles en Cataluña o a productos catalanes en España (lo que dicho correctamente sería a productos del resto de España en Cataluña y a productos catalanes en el resto de España), el buen hombre, sin que se le escapara la risa, dijo que el boicot español había empezado mucho antes porque, cuando en 1932 se aprobó el Estatuto de Autonomía, se observó un descenso en las ventas de cava. No bromeo. Y él tampoco. Saltó 81 años, una República, una guerra, una dictadura, una Transición y tres décadas de democracia hacia atrás con toda naturalidad. Y hablaba muy en serio, con un tono mesurado de ira contenida que no hacía sino más temibles sus disparates.

El nacionalismo se nutre de agravios para justificar sus quiméricas reivindicaciones y para ignorar o deformar la realidad pasada y presente. Si hubo agravios hace décadas o siglos, los mantiene vivos. Si no, los inventa. Es una enfermedad.

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