Viste la de la guardilla, es verano

La ciudad y los días

05 de julio 2025 - 09:15

Es Navidad y Epifanía porque viste la túnica persa. Es Cuaresma porque viste la lisa morada. Es verano porque viste la de la guardilla. Ya sé que es al revés, que viste la persa porque es Navidad, que por eso Rodríguez Ojeda bordó en ella el alfa y la omega del Apocalipsis -“Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso”- que se lee en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo que cierra el año litúrgico dando paso al Adviento, y las pequeñas coronas que evocan a los Magos. Y que viste en Cuaresma la túnica morada porque es el color litúrgico de este tiempo, recordándonos a los más viejos los altares velados de nuestra infancia al ver revestido de morado el altar de su cuerpo: “Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la palabra de Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la víctima, el sacerdote y el altar de su propio sacrificio”, dice la liturgia papal en la consagración de un altar.

Pero la costumbre ha hecho que invirtamos los términos. Sabemos que es Navidad, Epifanía y Cuaresma vista la túnica que vista. Pero les faltaría algo importante. También sería Navidad y Epifanía sin villancicos, nacimientos, cabalgata, regalos y túnica persa, y sería Cuaresma sin torrijas, nazarenitos en el escaparate de la Campana y túnica morada. Sabemos que de los 405 años que tiene el Señor solo ha vestido la persa en los últimos 117 y la de la guardilla en los últimos 98, y que fue en 1910 cuando, como cuenta su Hermandad, “una serie de hermanos comandados por Gestoso, Muñoz y Pavón y González Abreu proponen el color púrpura liso como el ideal de túnica para el Señor”. Pero sin la túnica persa y la morada la Navidad y la Cuaresma de algunos de nosotros lo serían menos.

El caso de la túnica de la guardilla es distinto. En este caso solo se trata de la costumbre. Pero esta, como práctica tradicional de un colectivo establecida por el tiempo -gran escultor según Marguerite Yourcenar-, no deja de tener su importancia. Esta hermosa túnica que le fue donada por María Teresa de Fraguas en 1927, la más sencilla de las que tiene bordadas, la que siempre me recuerda al Señor en la postal Escudo de Oro, ha definido la familiar, amable, ni tan severa como el morado, ni tan triunfal como la persa, iconografía del Señor en verano.

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