Paula Gaitán

Mi Sevilla confinada

24 de noviembre 2020 - 10:00

Sevilla/Entre las noticias a destacar de los últimos días están el cierre del bar Manolo en la Alfalfa, la nueva apertura del mesón El Serranito con los precios del año 1983 y la dueña de una agencia de viajes comentando que prefería morirse del Covid que de hambre. ¿Dónde? En el centro, el más castigado por esta pandemia. Mi centro, con sus calles adoquinadas, sus balcones cargados de geranios y buganvillas, la alegría de su gente al pasar. Y ahora, cuando voy paseando, sólo una palabra acude a mi mente: desolador.

Quisiera expresar mi malestar ante tantos negocios que están pasándolo tan mal, obligándoles a cerrar a las seis de la tarde, y viendo los bazares chinos abiertos hasta las nueve y las diez de la noche, sólo porque algunos tienen “alimentación”. Y en los de mi barrio “alimentación” consiste en patatas fritas, chucherías y alcohol. Muy necesario todo, claro está. Se entendía que eran artículos de necesidad: supermercados, ópticas, farmacias, etcétera.

Considero que podría bastar con unas correctas medidas higiénicas y un adecuado control de aforos, y poder cerrar así todos algo más tarde, a las ocho de la tarde o nueve de la noche. Pero qué gracia pasar y ver los gimnasios cerrados, y los bazares y los estancos abiertos. El otro día vi una imagen que lo decía todo: ¿Cómo le dices a un niño que el fumar mata y que el deporte es bueno para la salud? Cómo explicarlo, pareciendo que es esencial comprar papel de regalo, una maceta, un sobre o un paquete de tabaco después de las seis. Y que conste que lo digo como una chica de a pie que ni es dueña de ningún negocio ni acude a gimnasios.

Volviendo al tema de los bazares chinos, veo mi ciudad quedándose silenciosa en plena tarde y caras apenadas echando persianas hasta una nueva jornada, y ahora los jóvenes haciendo cola para comprar alcohol, vaya usted a saber si para beber en la calle o para hacer fiestas en alguna vivienda hasta incluso después del toque que queda. Porque ésa es otra, no poder ver a mi familia porque vive a 20 minutos de Sevilla, pero sí escuchar a los vecinos el viernes celebrar su propia reunión con múltiples personas no convivientes desde las dos de la tarde hasta las doce de la noche. Y nadie se queja, nadie dice ni hace nada, lamentable.

Qué sinsentido cerrar a las seis y que nos dejen estar en la calle hasta las diez de la noche, y más ahora, con el concurrido Black Friday y la cercanía de las compras navideñas. Más gente concentrada en esas horas diurnas, ¿no era eso lo que se quería evitar? Y yo les pregunto a aquellos que decían que este virus serviría para cambiarlo todo, a nosotros mismos y nuestros valores: ¿Ciudadanía? ¿Respeto? ¿Conciencia social? “¿Eso qué es?”

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