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Almudena Colorado Espinosa

La extraña balanza

No merece la pena. Muchas son las veces que me lo digo: no merece la pena. Tras 24 años en la enseñanza es triste que tantas veces me sorprenda a mí misma diciéndome tal cosa. Presiones por parte de los padres para paliar los fracasos de sus hijos (que son sus propios fracasos en realidad), leyes que cambian en pro de una ideología que ponen por encima de una educación de calidad, precariedad, falta de apoyo por parte de la sociedad… ¿Por qué seguir entonces?

Pues sigues porque, un buen día, uno de tus alumnos, buscando un poco de claridad en su vida, se te acerca y te dice: "¿Cuándo podemos hablar?". O porque, otro día, otro te dice por Facebook que aún se acuerda de ti cuando ve tiras de Mafalda, simplemente porque se las ponías en clase de Ética. O porque algún día otra alumna te espera al terminar la clase, un poco remolona, esperando que le preguntes cómo le va el curso…

Entonces te das cuenta de que te dedicas a la enseñanza porque has aprendido a valorar las pequeñas cosas, o porque valoras las pequeñas cosas es por lo que te has dedicado a ser profe. Porque la enseñanza es eso: un trabajo en el que no existe el reconocimiento, ni el éxito permanente, ni el ascenso, ni el aumento de sueldo ni de prestigio… Es una enorme balanza que funciona de otra forma porque en ella, el platillo cargado de malos ratos (que son muchos, créanme) se compensa con una sola cosa buena que pongas en el otro platillo. Es misterioso, sí. Ahí las leyes de la Física no cuentan, ni siquiera las de la justicia. Y es que el corazón funciona de otra manera, por eso es importante hacerle caso, porque él es el único capaz de dar sentido a lo ilógico de la vida.

Soy profesora. Y son muchas las veces en que me pregunto si merece la pena la profesión. La respuesta se hace esperar tantas veces… pero es que no la tengo yo. La tienen aquellos alumnos que supieron poner luz a tantos momentos de oscuridad y duda que se dan en el día a día. Como en tantas otras profesiones, es verdad.

Ahora, sí les digo una cosa: puedo estar muy muy enfadada y desilusionada, puedo perder la esperanza en esta profesión… pero, cuando me calmo y me quedo a solas, no puedo evitar que se me escape una sonrisa al recordar los pequeños y luminosos momentos que muchos nombres han traído a mi vida a lo largo de 24 años de enseñanza. A todos ellos, ¡gracias!.

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