Editorial
Financiación y gestión
No por esperado deja de ser intolerable que el Gobierno de Pedro Sánchez haya dejado fuera a la tauromaquia de los bonos culturales anunciados para los jóvenes, sin duda una de las medidas estrella junto con las ayudas al alquiler, también preñadas de polémica y que plantean serias dudas. Tras presentar los Presupuestos Generales del Estado más electoralistas que se recuerdan, batiendo todas las marcas en gasto público gracias a los fondos europeos y a la reactivación de la economía, el Ejecutivo no ha convencido a nadie, salvo a sus socios, al tratar de explicar por qué se discrimina una fiesta tan arraigada cuando, por el contrario, se respalda con esta iniciativa a otras industrias culturales con mucho menor peso en nuestra tradición y, sin duda, mucho más discutibles. No está de más recordar, por encima de los sentimientos y del puro espectáculo taurino, junto a otros argumentos más o menos pasionales y artísticos, que la actividad económica ligada a los toros de lidia emplea a más de 54.000 personas y que en la actualidad genera un impacto económico que supera los 4.150 millones de euros, otra razón que invita a pensar que quienes arrinconan al mundo del toro se mueven más por tintes populistas y oportunismo político que por el interés común. Al contrario de lo sucedido en otras ocasiones, en las que el sector ha solicitado ayudas a la Administración para tratar de capear la crisis que arrastra sin demasiado éxito, en esta ocasión el Gobierno ha ido mucho más lejos, porque aprieta aún más la soga que tiene sobre el cuello al excluirlo del bono cultural de 400 euros, con el que sí se incentivará la compra de libros y el consumo de cualquier otra actividad artística y escénica, como el cine, el teatro, la música o la danza. Más allá del fondo de esta medida, conviene subrayar que preservar el espectáculo de los toros como un tesoro no es una necesidad, es una obligación recogida por ley. Si el Gobierno no la cumple no sólo faltará al respeto a la afición y a todos los que rodean al toro de lidia, también a sí mismo. Tanta inquina con una de las señas de identidad más emblemáticas de nuestro país sólo puede entenderse desde una gobernanza con las luces muy cortas.
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