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Antonio montero alcaide

Escritor

Alejamiento de cercanía

Alejamiento de cercanía Alejamiento de cercanía

Alejamiento de cercanía / rosell

Que los significados opuestos de las palabras den con un nuevo sentido al combinarse es la razón del oxímoron. Alejamiento de cercanía resulta una buena muestra, debida en este caso a las vivencias de un escritor de cuya muerte se cumplen pronto veinte años. José María Requena, natural de la ciudad sevillana de Carmona, es un hombre tan entrañado en sus orígenes como necesitado de alejarse de ellos; ya porque estrechen el panorama de los días o ya, también, porque las formas del ser a veces se hacen difíciles con las maneras del estar.

Circunstancias familiares debidas a una enfermedad de su madre le llevaron a cursar las enseñanzas primarias y medias internado en distintos centros; y pensiones humildes fueron su morada en los estudios universitarios de Derecho que cursó por imposición paterna, frente a su preferencia por la entonces carrera de Filosofía y Letras. Sin oportunidad para ejercer la abogacía, el periodismo apareció como opción y José María Requena pasó intensos años en la redacción de La Gaceta del Norte, desde el año 1956 hasta 1964, y en El Correo de Andalucía, después, desde 1964 hasta 1978, como subdirector de ese periódico y luego director en los no menos intensos años de la transición política española.

De su diverso y esmerado oficio con la escritura dan cuenta sus versos luminosos, las cuidadas novelas que se levantan con vidas sencillas y muchas veces desgraciadas con el veredicto de las derrotas, las perspicaces disquisiciones de sus ensayos, las atractivas razones de sus cuentos atinados y tantísimos reportajes y artículos que ensalzaron las páginas de los periódicos en que escribió. Con su novela más conocida y difundida, El cuajarón, obtuvo el Premio Nadal de 1971 y su escritura toma buen rumbo literario.

José María Requena escribió El cuajarón en un puñado grande de noches, de regreso a casa bien tarde, al cierre de la edición del periódico, hasta que las mañanas se abrían tras la ventana de su habitación y la bruma de algunos días nublados podía confundirse con el humo de sus muchos cigarrillos. Así hasta apurar el plazo para el envío de los originales con una corazonada de expectativas halagüeñas.

Figura Requena en el elenco de los narraluces, de este modo llamados por destacar en un tiempo, las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, cuando una Nueva Narrativa Andaluza se hacía sitio con numerosas distinciones literarias. Ahí estaban Alfonso Grosso, José Manuel Caballero Bonald, Francisco Ayala, Luis Berenguer, Fernando Quiñones, Manuel Ferrand, Aquilino Duque, Manuel Barrios, José María Vaz de Soto, Julio Manuel de la Rosa, Ramón Solís, Antonio Burgos y algunos otros; si bien las identidades eran más del concurrir en el tiempo que del coincidir en un movimiento o estilo. José María Requena, como muchos de sus coetáneos narraluces, no admitía esta catalogación un tanto artificiosa cuando no fundada en generalidades como el barroquismo, por ornamentación del lenguaje, la sensibilidad u otros rasgos atribuidos a un no menos impreciso carácter andaluz. Tiempos eran también del realismo mágico latinoamericano y de la coincidencia, más que confluencia, de este excelente despunte de escritores.

Tan decidida y firme resistencia al encasillamiento fue una de las circunstancias por las que José María Requena siempre escribió cómo y de lo que quiso, pero no en el modo que pudiera haberle procurado mejor acogida editorial y difusión de su obra. No era dado, tampoco, a los cenáculos literarios; por eso, adquirido el reconocimiento del Nadal, cuando participó en un jurado complaciente con las recomendaciones de José Manuel Lara, uno de los grandes editores cuya cercanía más podía beneficiar, José María Requena se opuso. Es solo una muestra de su recto criterio y de su cuidado y libre ejercicio literario, que el Ayuntamiento de su ciudad natal ha reunido en una magnífica edición de sus Obras completas, al cuidado de Ángel Acosta Romero.

Conocía Requena el protocolo de la primera muerte: "Alto es el nicho, penúltima hilera en el paredón recién encalado, quinta fila de barrera, sí, porque parece un tendido, un extraño tendido de sol, sólo que sin rostros, lápidas con nombres, tu mujer y tus hijos te recuerdan, mentira, todos huyen a lo suyo, también yo, cómo corren los del andamio, con qué habilidad cierran el hueco, cemento y ladrillo, cemento y ladrillo, hasta que sólo queda un hueco en la parte de arriba, por un segundo nada más, y todo, por fin, se ha quedado más allá del tabique, le han cerrado la boca al más allá, ea, se acabó, ya está en el otro mundo, vámonos... Padre nuestro que estás en los cielos...". Mas debe librarse de una segunda muerte, la del olvido, preservado el recuerdo en su primorosa y vicaria escritura.

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