César Romero

‘Documentalitis’

La tribuna

Si usted ha sido, o es, un cantante, torero, periodista, etcétera, de cierto renombre y no cuenta con su documental, pues tampoco será para tanto

‘Documentalitis’
‘Documentalitis’

11 de julio 2023 - 01:45

Parece que ha remitido algo, o quizá es que ya no se hable tanto sobre ello, pero hubo un tiempo, reciente, en que todo el mundo comentaba la serie, o series, que había visto o estaba viendo. De Breaking bad, Mad men o The wire a Juego de tronos o La casa de papel, miles centraban sus trabajos y sus días en ellas (hasta poderosos cargos gubernamentales, algo sobrados de tiempo, según parece). Quienes no tenían paciencia para seguirlas, callaban o miraban para otro lado. Es lo que tiene la dictadura de la moda. Como ahora, ante la moda en la narrativa española de escribir sobre padres ausentes, borrachos o maltratadores, quienes escriban sobre padres entregados o cariñosos están condenados a la autoedición. Hay una extendida, y falsa, creencia que ve más atractiva la maldad que la bondad, aunque uno piense, con Gómez Dávila, que tan interesante es la una como la otra, sólo que la bondad es mucho más difícil de contar.

La moda actual en el medio audiovisual son los documentales. Tanto que si usted ha sido, o es, un cantante, torero, periodista, etc. de cierto renombre y no cuenta con su documental, pues tampoco será para tanto. Y no vale con un documental de hora y media o dos horas. Hay que hacer una serie, casi una temporada. Si el documental versa sobre alguien olvidado o desconocido, uno lo agradece, pues ayuda a comprender o a descubrir a alguien señero, normalmente arrumbado por el paso del tiempo o la muerte. Y aunque Algo salvaje, el documental sobre Bambino, en verdad no aporte casi nada nuevo a quienes profesamos el bambinismo desde hace lustros y, una vez visto, no tenga el calado que quienes lo jalearon nos hicieron creer, está bien que haya reavivado la llama del artista utrerano, algo apagada pero perdurable en cuantos han imitado su inconfundible estilo. Y aunque para unos pocos Umbral permanezca en la literatura española, Anatomía de un dandy quizá descubriera al escritor madrileño para quienes ignoran que hubo un tiempo en que media España se desayunaba leyendo su columna en alguno de los periódicos dominantes de la época, y quienes sólo conocieran al huraño columnista por haber ido a hablar de su libro en un célebre programa televisivo, tal vez se sorprendieran ante el padre herido por la temprana orfandad del hijo, tan capaz de contar el dolor como de mostrar una muda ternura.

Menos sentido tienen series documentales sobre personajes vivos, y hasta en activo. En los últimos años Curro Romero se ha prodigado y contado de su vida cuanto ha querido. Se ha acabado haciendo una serie sobre su figura. Algo inherente a un torero es el misterio, más allá del propio de cualquier ser humano, y Curro anduvo décadas envuelto en el suyo. Ya que no la gracia tímida y espontánea que tiene, algo de ese inexplicable misterio ha perdido con tanta documentada prodigalidad. ¿Y qué necesidad había de una larga serie sobre Raphael? A estas alturas ¿queda alguien que no sepa de su vida y milagros, si hasta los centenarios lo vieron cantar cuando aún eran mozos, si a veces uno cree que cantó incluso ante Alfonso XIII? A estas series hay que sumar también las que recuerdan a personajes vivos que estaban en un divino medio olvido. Una reciente ha rescatado al periodista deportivo José María García, cuya sombra radiofónica fue más alargada que la del ciprés de la novela. Y lo malo no es que nos haga recordar el poder omnímodo que un mero locutor deportivo llegó a ostentar (los veteranos saben de su decisiva, manipuladora, intervención en el casi único programa televisivo nocturno de la época pidiendo el sí en el referéndum de permanencia en la OTAN). O lo casposo y rudimentario de su estilo radiofónico, plagado de descalificaciones. Lo malo es que la serie ha devuelto a la actualidad a un personaje que, aún, levanta polvaredas que sólo buscan el ensalzamiento propio, a un tipo que se permite ir concediendo carnets de buenos y malos periodistas, dar lecciones, como otros contemporáneos suyos que, en política, en literatura, también se permiten darlas, otorgando cédulas de buenos y malos políticos o literatos en vez de, por una vez, confesar en qué se equivocaron ellos cuando dispusieron de un poder exagerado, de un respaldo popular inmenso, y, tal vez, entonar un sincero mea culpa. Quienes nos criamos oyendo su manera de hacer radio, más que dejarnos llevar por la nostalgia o el recuerdo de quienes éramos entonces, debiéramos poner en cuarentena a estos supuestos maestros que, quizá lo mismo entonces que ahora, eran bastante indocumentados, por muchos documentales que, para su mayor gloria, les dediquen.

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