Antonio M. Álamos

El jardinero del Magnolio

10 de mayo 2019 - 23:39

Sevilla/Ayer pasé por la Avenida y no pude evitar mirarte.

Ya sabes que me duele verte. Hay días que te evito, ayer no quise.

En un pasado no tan remoto uno de mis quehaceres era cuidarte. Gozabas de buena salud. Situado en un extremo de un romboide inmenso, con uno de los laterales a menos de un metro de las gradas de la imponente mole de la catedral, tenías tierra, mucha tierra, ni más ni menos que la que necesita un gigante como tú.

No era fácil regarte. Lo hacíamos por inundación. Levantábamos caballones para impedir que el agua saliera de tus contornos e inundara la calle. La boca de riego más cercana estaba en los jardines del Archivo de Indias, cerca de donde paran aún hoy los coches de caballos. Necesitábamos empalmar dos gomas y nadie que no las haya cogido sabe lo que pesaban. Además había que ir avisando a los transeúntes despistados que con la vista puesta en la catedral tropezaban con ellas.

Había también que tener cuidado cuando nos ordenaban labrar tu tierra. !Cuántas veces tropecé con tus raíces! Discurrían libres por todo el parterre y no era fácil evitarlas con las herramientas entre las manos. Recuerdo que había una zona con una losa de grandes dimensiones y a poca profundidad que maldecíamos continuamente. Saltaban chispas cuando la tocábamos con la zoleta. Siempre teníamos problemas con los setos por culpa de la losa, no agarraban bien y una parte de ellos hubimos de reponerlos varias veces. No éramos los únicos que andábamos en tratos con los setos. Antes de regar, misteriosos manojos de romero o arrayán eran rescatados por las manos de las gitanas antes de ofrecerlos a los turistas.

Salíamos cansados después de tanto mimarte pero qué grato me era, cuando regresábamos al Parque de María Luisa, volver la vista atrás y despedirme de ti.

En aquella época contaban que tendrías poco menos de setenta años. Después "arreglaron" la Avenida y de camino también te "arreglaron" a ti . Discurría el 2007 y dejaron de mandarnos allí. Tu suerte cambió, te la cambiaron.

Te dejaron un cuadro de tierra ridículo, ni la tercera parte del que tenías, que además desplazaron y cualquiera sabe si la losa no sigue allí asfixiándote, Modificaron tus contornos. Me pregunto a veces qué fue de las raíces con las que me tropezaba. Tantas mortificaciones para un ser vivo no presagiaban nada bueno y poco a poco, sin poder quejarte has ido perdiendo tu vigor, tu fuerza, tu vida. Te estás muriendo magnolio mío. Nunca imaginé, si nadie pone remedio, que abandonarías esta inclemente ciudad antes que yo.

Muchos expertos, yo no lo soy, han escrito artículos sobre ti. Saben cómo salvarte. Llevan años gritándolo, lo han publicado en prensa: hay que agrandar el alcorque, oxigenar tus raíces mediante perforaciones. El tiempo pasa, se suceden responsables que no actúan. Tu sentencia de muerte parece estar firmada. Cualquier día se te caerá una rama, serás declarado peligroso como tantos de tus congéneres en esta ciudad y no faltará quien aplauda tu tala.

Amaneciste hoy, me dijeron, con carteles abrazados a tu tronco que decían; "te doy oxígeno y sombra: cuídame". Bendito seas magnolio y benditos los que aún intentan salvarte.

Ya sabes que me duele verte. Hay días que te evito, ayer no quise.

Ayer pasé por la Avenida y no pude evitar mirarte.

PD: Escrito a raíz de mis conversaciones con un antiguo trabajador de Parques y Jardines de Sevilla

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