La tribuna
Javier González-Cotta
España y los estados fallidos
La tribuna
Según Ferdinand de Saussure y otros lingüistas, la doble articulación es la pinza que permite comprendernos mediante el habla, que a su vez crea significados desde un depósito de fonemas aparentemente insignificantes, silábicos: me, ab, hiper, des.
Dos instancias que se complementan con el único objetivo plausible de la lengua como instrumento de comunicación, la inteligibilidad.
Recuerdo esta máxima ventral del idioma cuando analizo la crisis del coronavirus. Y la aplico a esta última. La articulación primaria significante nos revela una crisis profunda de graves consecuencias en torno a la salud pública. De alguna manera es lo primero que estamos viendo. Vitoria y Madrid cerradas. Niños y adolescentes sin escuela ni institutos. Mayores como población de riesgo a cuidar mediante las consabidas medidas a las que nos está acostumbrando esta impuesta normalidad que tiene un caracter preventivo y cuyo pecado original es la incertidumbre. Mayores que deben atender a pequeños para que hijos e hijas cumplan con el productivo y servicial precepto de asistir a sus puestos de trabajo.
Pero existe una articulación secundaria en esta crisis. Ésta es la contracción económica ahora poco semantizada que empieza a desparramar sus trozos fonemáticos en las secciones económicas de toda la prensa estatal. El aviso de una mujer netamente política desde su puesto en el BCE, Christine Legarde, abre luz sobre las seis partes ocultas del iceberg, del que sólo vemos lo único que se puede contemplar desde nuestro buque capitalista occidental: una parte, la crisis de salud.
Pudiera parecer un tanto reduccionista, ahora, el hecho de exigir una visibilización mayor del sustrato económico que arrastra esta crisis. Pero si volvemos los ojos a la Gran Recesión de 2008, podemos analizar rápidamente las medidas adoptadas para aquella crisis ninja, luego de deuda y más tarde política, para aprender en la escuela de eficacia instantánea lo que no deberíamos hacer ahora.
Hace pocos meses, el Gobierno actual del Reino de España activó por fin la agenda 2030 con sus objetivos de sostenibilidad para lo que nos resta de milenio. En esa agenda se estructuran tantas sensatas propuestas que podrían por sí solas llenar las agendas programáticas de la mayor parte de partidos de gobierno y opositores que componen el tejido hegemónico de nuestro mundo político.
Y ahora nos viene este nuevo escenario. Más de un articulista ha desplegado en la mesa camilla de su columna el mantel memorialístico de la gripe española de 1918, y no española porque surgiera desde nuestros lares, sino porque fue España, como el niño del cuento El rey desnudo, la que señaló aquella epidemia.
Y la comparativa es extrema.
En 2008 gran parte de las pérdidas económicas del libre mercado fue asumida por la cosa pública. Hoy, muchas empresas privadas, públicas y semipúblicas, frente a las previsiones de decrecimiento, desaceleración y falta de proyección económica, ensayan viejos trucos para arreglar los desaguisados monetarios que esta crisis generará en dos semanas.
El refranero español a veces tiene sus aciertos. A río revuelto, ganancia de pescadores. No sé si es el momento más adecuado, pero hasta que la empresa privada, la economía y lo que antaño llamamos proletariado no entiendan conjuntamente que éste es otro momento crucial, desde el que todos y todas debemos salir vivos aportando cada cual desde su sitio sin idiocias egoístas, no conseguiremos esquivar este iceberg en la mar helada del tiempo, del que sólo, por ahora, vemos una parte y del que, si atendemos a su doble articulación, deberíamos ser capaces de observar la base de ese gran bloque de hielo que nos convoca a una nueva crisis de la que unos pocos se quedarán, otra vez, con lo de muchos desorientados por el golpetazo de una enfermedad desconocida.
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