Francisco González De Canales

El estadio del Betis

TRIBUNA DE OPINIÓN

El arquitecto reflexiona sobre las obras que se van a acometer en el Benito Villamarín y sugiere que convertirlo en un 'shopping mall' puede acabar siendo un "estrepitoso" fracaso

Sevilla y la arquitectura actual

Grada de preferencia del Estadio Benito Villamarín.
Grada de preferencia del Estadio Benito Villamarín. / Juan Carlos Muñoz

02 de junio 2023 - 06:50

Se dice que los estadios de fútbol son las catedrales del presente. Pero lo cierto es que no hay catedral si la ciudad no existe. Durante siglos, la catedral ha sido el hecho urbano por excelencia, alrededor del cual se arracimaba el sentido mismo de la vida colectiva. La catedral no solo era el cuerpo común capaz de representar a todas las almas, sino el punto referencial respecto al cual se desarrollaba el tejido urbano por el que permeaban actividades de cualquier estirpe. Ahora parece que esté más en boga el antiurbano estadio americano, flameante mole autoreferencial que tienen más de centro comercial que de una congregación de fieles. En su contexto, estos estadios tienen un pleno sentido. El célebre arquitecto norteamericano Frank Lloyd Wright ya abogó por la disolución de la ciudad durante la gran depresión del 29, hecho que no se confirmaría, de manera masiva, hasta después de la segunda guerra mundial y el llamado white flight to the suburbs. Sin ciudad, el estadio podía convertirse entonces en una encapsulada y caricaturesca miniciudad, en la que los habitantes de la suburbia americana encontraban una fórmula segura para resolver una jornada completa de ocio.

Hace un tiempo, estando en Nueva Jersey, territorio antiurbano por excelencia, fui invitado a presenciar un partido de béisbol de los Phillies. Tras hora y media de penoso tránsito rodado llegamos al descomunal edificio rodeado por kilómetros cuadros de aparcamiento en medio de la nada. Un partido de béisbol puede durar 3 o 4 horas, y a menudo ocurre poco, o nada. Mi desesperación a las dos horas, tras haber ido ya dos veces por perritos y palomitas caramelizadas, era absoluta. Sin mucha fe salí hacía los vomitorios del estadio y sin apenas darme cuenta me encontré sumergido en un auténtico shopping mall que no estaba precisamente desierto con motivo del partido. Mi aburrimiento, al menos a ratos, era ampliamente compartido, y en este circuito de galerías internas los padres aliviaban a sus hijos en salas de juegos, los jóvenes flirteaban comprando sudaderas y algunas familias, algo obesas, se disponían a efectuar su primera recena. No creo que esta descripción sea la que mejor representa un día de fútbol en Sevilla, y lo que ello significa, y sin embargo, el concurso que ha propuesto el Betis para remodelar su estadio parece plegarse, con fe ciega, a este tipo de modelo importado.

"El incompleto estadio del Betis es un ejemplo de contención y del sentido de ciudad"

Podrá gustar o no su materialidad o estética general, pero el actual e incompleto estadio del Betis, diseñado por el arquitecto sevillano Antonio González Cordón, es un ejemplo de la contención y del sentido de ciudad que debería de tener cualquier estadio urbano. Compacto, contextualizado y catalizador de relaciones y actividades respecto a su entorno, el estadio respira hacia sus afueras, mientras que parece comprimirse hacia su propio interior. Es precisamente esta compacidad la que da lugar a un graderío especialmente inclinado, en el que uno se siente como en un coso intensamente situado sobre el juego. Unidos, pegados, de allí no se mueve nadie, y el sentido de congregación no solo se vive desde adentro, en ese momento de comunión, sino que da carácter a un barrio e ilumina media ciudad de verde cada vez que se desplaza por la misma una muchedumbre tocada de sus colores, muchas veces marchando a pie o acaso en enjambres de motos. Porque la belleza de los estadios está en la propia ciudad, y porque cuando hay ciudad, el estadio que quiere ser shopping mall tiene mucha pinta, en una urbe europea media como Sevilla, de acabar siendo en un estrepitoso fracaso.

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