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Si repasamos la historia, Afganistán ha sido siempre un estado fallido. Un país con una estructura feudal, dominado por clanes tribales pertenecientes a distintas etnias, sin identidad nacional, instituciones estables y una mínima administración. Un país permanentemente castigado por las guerras: las provocadas por intervenciones extranjeras (las guerras anglo-afganas del siglo XIX y por la invasión soviética, 1980-1989), pero también las guerras civiles entre los clanes tribales (1992-1996). Y la última, la que ha terminado en estos días con la retirada de los EEUU. He recordado la novela Kim, escrita en 1901 por Rudyard Kipling, en la que se refería al "Gran Juego" de los imperios ruso y británico en sus estrategias de expansión en Afganistán y Asia Central. Pero el "Gran Juego" continua a lo largo del actual siglo con la participación de los EEUU, sin olvidarnos de Rusia, Pakistán, Irán y China.
Como respuesta al atentado del 11-S del 2001 contra las Torres Gemelas, el presidente Bush provocó en Afganistán la "guerra contra el terrorismo" cuyos objetivos prioritarios eran expulsar a los talibanes del poder, destruir a Al Qaeda y capturar a Bin Landen. Una "guerra contra el terrorismo" que implicó, en una fase de la misma, a cien mil soldados americanos y aliados; que ha durado veinte años y que ha terminado estos días con una retirada precipitada y caótica del país que recuerda la retirada americana de Saigon en Marzo de 1973 y que lastrará la presidencia de Biden. Es comprensible, valorados los gastos militares y la pérdida de vidas humanas (6.000 estadounidenses, 1.110 aliados y 60.000 soldados afganos murieron) que los tres últimos presidentes de los EEUU se comprometieran a la retirada de las fuerzas militares atendiendo al deseo de los ciudadanos (según las encuestas, el 70% de los estadounidenses apoyaban la retirada). Lo que seguramente no apoyarían es el colapso del país que provocó la retirada. Es sorprendente que los Servicios de Inteligencia de la mayor potencia militar no hubieran previsto el rápido avance de los talibanes y la planificación de una retirada ordenada y digna.
Esta guerra no ha terminado con una victoria; más bien, aunque sea duro decirlo, con un fracaso moral y geopolítico. La duda es si habrá paz en los próximos tiempos. Como señalan los analistas, el acuerdo de Doha de los talibanes con Trump (febrero del 2020) respetado por Biden, no fue un acuerdo de paz, ni obligaba a los talibanes a dejar las armas ni a un alto el fuego. Fue un acuerdo para la retirada de las tropas en el plazo de catorce meses a cambio de la ausencia de actos terroristas contra los EEUU. A partir del acuerdo, el avance de los talibanes fue imparable y las Fuerzas Armadas afganas, con más de 200,000 militares en cuya formación y y armamento moderno (ahora en poder de los talibanes) se hizo una gran inversión, pero sin ninguna moral y conciencia de la defensa de una nación, fueron incapaces de contener el avance. Creo que fue Napoleón quien dijo que para ganar una batalla era más importante la moral que el material.
El pasado día 16, Joe Biden declaró que "el objetivo...nunca fue construir una nación democrática, sino luchar contra el terrorismo" y atribuyó a los lideres afganos la responsabilidad de la ocurrido por no ponerse de acuerdo y unir sus fuerzas contra los talibanes. Sin embargo, durante estos años hemos leído y oído el compromiso de los lideres occidentales con la reconstrucción del país, el fortalecimiento de las instituciones, las inversiones en la sociedad civil y la formación de un Ejercito moderno (más de 74.000 millones de euros gastados en el proceso de reconstrucción). Es cierto, que sobre los lideres afganos recae gran parte de la responsabilidad del fracaso, pero ello no exime la de los EEUU y los países aliados.
Ahora surgen los nuevos problemas: ¿como será el futuro de los afganos a partir de ahora?, ¿se podrá negociar con el nuevo Gobierno talibán?, ¿se respetaran los derecho humanos, los de los niños y mujeres?,¿como afrontar una nueva crisis humanitaria?. La creación anunciada de un califato islámico no apunta en la buena dirección. Los EEUU, la UE y los países democráticos han asumido el compromiso de la defensa de los derechos humanos en Afganistán. Pero ahora, el "Gran Juego" debe cambiar; deber ser el de la diplomacia, la negociación y los acuerdos internacionales. La guerra ya ha fracasado.
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