La tribuna

El riesgo de ser cristiano

El riesgo de ser cristiano
Manuel Bustos Rodríguez
- Catedrático Emérito De Ceu-San Pablo

Hoy no se lleva lo de ser cristiano. Si en otras épocas todavía cercanas a nosotros otorgaba un sentido de pertenencia e, incluso, constituía un timbre de gloria, en la actualidad más bien sucede lo contrario, incluso en la otrora católica España. Lógica consecuencia: el sacerdote tampoco goza de reconocimiento social y la Iglesia interesa solo a los medios cuando se produce algún escándalo o el Papa o los obispos dicen algo que le convenga escuchar a la cultura dominante o al nuevo orden globalizado.

Si esto ocurre en Occidente, en países de otras tradiciones, la persecución e, incluso, las matanzas de cristianos no dejan de aumentar. Las cifras son terribles. Según la prestigiosa ONG Ayuda a la Iglesia Necesitada, actualmente se estima que 573 millones de cristianos viven en países donde no se respeta la libertad religiosa y más de 380 millones son perseguidos o discriminados por su fe. En Nigeria no hace mucho fueron asesinados en una aldea más de 200 cristianos; en Gaza, recientemente, fue bombardeada una iglesia católica causando tres muertos y nueve heridos. Incluso Francia es el país donde más iglesias se incendian. Y lo más doloroso es que ni las autoridades, ni los organismos supranacionales parecen interesarse por tan dramático asunto; al contrario, echan, incluso, más leña al fuego. Lean si no el último informe de la UE sobre el extremismo religioso.

Paradójicamente, en muchos de estos lugares, los cristianos están creciendo en número, como si la persecución y las prohibiciones, en lugar de ahuyentar a los posibles candidatos les atrajeran y fortaleciesen aún más.

La cristiana en general, y la confesión católica en particular, han sido siempre iglesias martiriales. En circunstancias peligrosas sus fieles no han renunciado a su fe, pagando con el alto precio de sus vidas. De la siempre difícil relación entre las grandes ideologías y la Iglesia en los dos últimos siglos han resultado sacrificadas numerosas vidas. Desde las masacres provocadas por la Revolución Francesa a finales del XVIII, pasando por las del comunismo en sus distintas variantes y el nazismo, sin olvidar la de los 6.832 religiosos, sacerdotes y fieles laicos asesinados a inicios de la Guerra Civil española. Más recientemente, las víctimas cristianas del Islamismo radical en tantas partes del mundo. Es decir, un número mucho mayor de asesinados en el último siglo que durante los primeros siglos del cristianismo incipiente.

¿A qué se debe ese odio a los cristianos? La Biblia previene sobre la suerte de los seguidores de Jesucristo, similar a la que él mismo y sus apóstoles experimentaron. Jesús ha venido a traer fuego a la Tierra. La carta a Diogneto señala la aparente paradoja de la doble ciudadanía del cristiano, que siendo a todas luces ciudadano del mundo y participando en sus preocupaciones, lo es también del cielo, a dónde está llamado a morar tras la muerte. Por eso su fe no casa siempre con los planteamientos mundanos. Los cristianos entienden que los bienes terrenales tienen un carácter pasajero y no se pueden absolutizar; que el amor a Dios y al prójimo, procurando el bien de este, especialmente del más frágil, forma parte de su ADN. Sus pautas de conducta, su moral, tendrán un sello distintivo, marcado por la esperanza en la resurrección. Y habrá actitudes y comportamientos que lo identifiquen: defensa de la vida y de la familia, pasión por la verdad, ejercicio de la caridad y el perdón, humildad, fortaleza ante la adversidad, deseo de transmitir la Buena Noticia de la salvación.

El apego de nuestra sociedad hacia valores contrarios le lleva a combatir un Cristianismo que interpela su conciencia y pone trabas a la construcción de un mundo al margen de Dios, en lo que ahora estamos. Sin olvidar por ello la reacción frente a su atractivo y, por tanto, la competencia que ejerce en países donde imperan otras religiones o se imponen regímenes tiránicos o teocráticos.

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