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La energía nuclear se encuentra en declive. En los últimos años se están cerrando más centrales nucleares de las que entran en operación. Esto incluye los reactores "regeneradores", que supuestamente solucionan los problemas de gestión y reciclaje de los residuos nucleares. Tras el cierre por cuestiones de seguridad del reactor de Monju en Japón, sólo quedan dos reactores de este tipo operativos en el mundo, uno en Rusia y otro en la India, sin que se avizore un futuro halagüeño para esta otrora esperanzadora tecnología. Respecto de la fusión nuclear, a pesar de las cuantiosas inversiones para su desarrollo, ni está ni se la espera para las próximas décadas, así que su posible contribución a frenar el cambio climático, una tarea cada vez más urgente, continua siendo más que dudosa. En cuanto al "gas natural", convendría aclarar que se trata de un combustible fósil que no solo produce CO2 al quemarse, sino que es en sí mismo (es decir, antes de su combustión) un potente gas de efecto invernadero, 20 veces más dañino que el propio CO2. Y es de sobra conocido que su reciente encarecimiento por razones geopolíticas está en la base de la actual subida del precio de la electricidad en toda la UE.
En este contexto se produce la propuesta de la Comisión Europea de considerar la energía nuclear y el gas natural como energías "verdes" durante la transición energética hacia un futuro sistema eléctrico sostenible. No es una mera cuestión terminológica, pues no se trata simplemente de reconocer que tendremos que depender aún por algún tiempo de fuentes de energía contaminantes, cosa que nadie niega, sino que se busca equipararlas a las fuentes renovables de modo que, en el futuro, las inversiones en nuevas centrales nucleares o de gas podrían recibir el mismo tipo de ayudas que, por ejemplo, un parque eólico o un tejado fotovoltaico. La propuesta ha de pasar todavía para su aprobación por el Parlamento Europeo y ha suscitado ya la oposición de numerosos países, entre ellos España, que se preguntan cómo van a acometer dicha transición si las fuentes de energía que se pretenden sustituir se financian al mismo nivel que sus alternativas renovables.
Aparte de la contradicción que acabo de señalar, resulta difícil de entender por qué una parte del mundo como Europa, que carece de recursos energéticos nucleares y de yacimientos de gas, se debería empeñar en semejante contradicción. Para explicarlo habríamos de recurrir a las presiones de lobby nuclear abanderado por Francia (un país cuya electricidad es en más de un 75% de origen nuclear), que ocupará en breve la presidencia europea, y por los países del Este que han heredado de la antigua URSS una crónica dependencia de su obsoleta tecnología nuclear. Y en lo que respecta al gas natural, habría que pensar en la acuciante necesidad que tiene Alemania, el país con la electricidad más cara de Europa, de abaratar su producción eléctrica que depende en gran manera del gas ruso, recurriendo a las ayudas de la UE para la transición energética.
Pero sean cuales fueren las razones económicas inmediatas que han dado lugar a esta extraña coalición de intereses nucleares y gasísticos, la propuesta constituye un error garrafal a largo y medio plazo, pues supondría un agravamiento de la dependencia europea de fuentes externas de energía y un freno para el desarrollo de sus fuentes renovables de energía. El potencial eólico de la costa atlántica europea y del Mar del Norte está en su mayor parte por explotar y es inmenso, como ponen de manifiesto países como Dinamarca o Portugal que ya obtienen buena porte de su electricidad de esa fuente. El potencial solar de los países mediterráneos es de sobras conocido y ¿qué decir del potencial de nuestros vecinos de la otra orilla del Mediterráneo? Que está por explotar en su integridad y que Europa podría ayudar a hacerlo, contribuyendo así a su desarrollo económico. Según la Fundación Desertec, dedicada a promover el desarrollo de la energía solar en el desierto, bastaría con el 0,3% (sic) de la superficie del Sahara para abastecer, con la tecnología actual, a toda la UE. La conclusión es clara: Europa cuenta con la tecnología y los recursos renovables suficientes en su entorno para garantizar la transición a un sistema eléctrico plenamente seguro y sostenible. Pongámonos a ello sin dar pasos atrás.
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