Fernando Lozano | Profesor de Historia Antigua de la Hispalense

“Itálica era una ciudad desmesurada, hecha a una escala fuera de lo normal”

  • Este especialista en el mundo romano pertenece a un grupo de historiadores y arqueológos sevillanos que está reinterpretando de forma revolucionaria la ciudad de Itálica

Fernando Lozano, durante la entrevista.

Fernando Lozano, durante la entrevista. / José Ángel García

Especializado en el Imperio Romano, Fernando Lozano (Sevilla, 1976) pertenece a una nueva hornada de historiadores y arqueólogos dispuestos a revisar la tradicional interpretación que se ha hecho de Itálica. Sus trabajos junto a otros colegas como Elena Muñiz Grijalvo o Juan Manuel Cortés Copete, dibujan una ciudad con un fuerte componente ceremonial, un centro de peregrinación donde, una vez al año, acudirían miles de personas. Fruto de este esfuerzo es el libro ‘Itálica Adrianea. Nuevas perspectivas, nuevos resultados’ (L’Erma di Bretschneider, Roma, 2022). Profesor de la Universidad de Sevilla, Fernando Lozano ha dedicado gran parte de sus esfuerzos a comprender el culto que los romanos le rendían a sus emperadores. Sobre esta materia, ha escrito y editado varias monografías, como ‘La religión del poder’ (British Archaeological Reports, Oxford, 2002); ‘Un dios entre los hombres’ (Col. Instrumenta, Barcelona, 2010); o ‘El alimento de los dioses. Sacrificio y consumo de alimentos en las religiones antiguas’ (Spal monografías, Sevilla, 2015), entre muchas otras. También ha estudiado la recepción de la antigüedad clásica por el nacionalismo andaluz y por la cultura popular contemporánea. Es colaborador de la revista National Geographic y fue uno de los comisarios de la exposición ‘Adriano-Metamorfosis’, celebrada en el Museo Arqueológico de Sevilla en 2017-2018.

–A ver si me puedo aclarar, porque he leído muchas versiones contradictorias. ¿Trajano y Adriano eran de Itálica o no?

–Fue la patria chica de los dos. Trajano, con casi total seguridad, nació en Itálica. Sobre Adriano, las fuentes antiguas son contradictorias. Unas dicen que nació aquí y otras que en Roma. Pero más allá del nacimiento biológico, el mundo romano era como el imperio británico, donde una persona podía nacer en la India o Nueva Zelanda, pero se reconocía sobre todo como súbdito de la corona. Antes que cualquier cosa, tanto Trajano como Adriano eran ciudadanos romanos, pero reconocían a Itálica como la ciudad de sus ancestros, a donde llegaron desde Adria, en el Adriático. Ese puede ser un linaje inventado, pero era una idea muy potente.

–¿Y por qué se pone tan en duda la condición itálica de Adriano?

–Se ha querido desgajar a Adriano de Itálica, incluso se ha hablado de que la despreciaba. Esa idea se forjó, sobre todo, en el mundo académico inglés y ha llegado hasta nuestros días, como se ve en la obra de Santiago Posteguillo, en la que se reproduce la imagen de Trajano como hombre serio, un príncipe óptimo, y Adriano como un personaje taimado que no quería que se le reconociera por su origen itálico...

–¿Por qué? Estamos ante una especie de hispanofobia.

–Algo de eso hay. Desde la antigüedad, Adriano siempre tuvo mala prensa, porque los escritores que han llegado hasta nosotros eran todos senatoriales y él le apretó las tuercas al senado. La historiografía de los siglos XIX y XX es heredera de esa visión de un Adriano vengativo... se enfatizó mucho su relación con Antinoo... Sin embargo, desde el punto vista gubernamental, fue un magnífico emperador.

Trajano nació en Itálica con casi total seguridad. Sobre Adriano, las fuentes son contradictorias

–Por contra, hoy tenemos una imagen positiva de él gracias a ‘Memorias de Adriano’, la gran novela de Marguerite Yourcenar.

–Lo curioso es que la redención le vino a Adriano por la literatura, no por el mundo académico.

–Hablemos de la relación de los emperadores con Itálica.

–Habitualmente tendemos a pensar que Trajano le prestó más atención a Itálica que Adriano, pero eso es completamente erróneo. La Itálica que conocemos es una Itálica adrianea. Si Trajano prestó mucha o poca atención a Itálica no lo sabemos, porque la urbe de su época está enterrada bajo Santiponce.

–Adriano es el que hace ese ensanche de Itálica que hoy conocemos como las Ruinas de Itálica.

–Exacto. De la Itálica republicana y de principios del imperio, lo único que se conserva es el Teatro. Pero, insisto, la conversión de Itálica en algo fuera de escala es adrianea.

–Usted pertenece a un grupo de historiadores y arqueólogos que está cambiando la visión tradicional que hemos tenido de Itálica hasta la fecha.

–Habitualmente se ha estudiado, principalmente, el caserío de Itálica, sus casas y palacios. Esto se debe a que la aristocracia sevillana se veía reflejada en la aristocracia clásica romana, incluso iba allí a buscar restos con los que adornar sus casas. Esto propició que la parte más interesante de Itálica haya pasado a un segundo plano.

–¿Y cuál es esa Itálica tan interesante que ha quedado en segundo plano?

–La Itálica que diseñó Adriano es una ciudad ceremonial, dedicada a la fiesta, al ensalzamiento de los dioses patrios y de los propios emperadores divinizados. Lo sabemos por el templo, el llamado Traianeum o Trajaneo (templo dedicado a Trajano), que quizá fue un Adrianeo o simplemente un templo cívico colonial. Hay que tener en cuenta que la conclusión de la ampliación de Itálica coincide con su paso de municipio a colonia, que era el más elevado de los estatutos jurídicos que podía tener una ciudad bajo el dominio de Roma. En Itálica se va a construir una ciudad fuera de escala, con un templo colosal, con unas termas que tienen una palestra, con un anfiteatro enorme... Durante mucho tiempo esa expansión de la ciudad no se ha entendido correctamente. El simple hecho de que Adriano quisiese honrar a su patria chica y a sus ancestros o demostrar su poder colosal como emperador no explica por qué todos esos grandes edificios públicos que hemos mencionado. En el anfiteatro cabía tres veces la población total, incluyendo a los esclavos, de Itálica. No se ha explicado por qué.

–Se lo pregunto yo: ¿por qué?

–Porque probablemente era una ciudad ceremonial que, durante todo el siglo II y posteriormente, recibiría una vez al año peregrinos y visitantes de toda Hispania y el norte de África para celebrar fiestas. Por eso el anfiteatro no está sobredimensionado. Itálica pretende ser una capital simbólica, por eso es una ciudad desmesurada, hecha a una escala fuera de lo normal. Adriano se gastó en Itálica un disparate de dinero. Quería transmitir un mensaje potente. En el anfiteatro se hacían cacerías, ejecuciones de criminales y luchas de gladiadores.

Adriano se gastó un auténtico dineral en Itálica. Diseñó una ciudad ceremonial, dedicada a la fiesta

–Qué desperdicio, un anfiteatro tan grande para una vez al año.

–En nuestra mentalidad actual capitalista cuesta comprenderlo. Pero fíjese en la plaza de toros de la Maestranza, que es un edificio enorme en plena Sevilla y sólo se usa unos cuantos días al año.

–Hablemos del gran templo de Itálica, el Trajaneo o ‘Traianeum’.

–Ya desde el siglo IV y V comenzó el expolio sistemático de Itálica y el Traianeum se desmontó casi por completo. Conocemos su tamaño colosal –quizás era el templo más grande de España– pero no conocemos su epigrafía y la estatuaria que se ha encontrado es mínima. Otro asunto que tampoco se ha estudiado mucho son los colosos.

–Esas enormes estatuas que debieron adornar el ‘Traianeum’.

–Sí. En el Museo Arqueológico de Sevilla, ahora cerrado por obras, se expone el gran antebrazo que debió pertenecer a una estatua, seguramente sedente, de unos once metros de altura. También se puede ver la palma de una mano que formaría parte de otra escultura de unos seis metros de altura, ateniéndonos al patrón vitubriano del hombre... Pero es que, además, hay un dedo que sería de una estatua aún más grande que la del antebrazo. Es decir que estamos hablando de tres colosos en un solo templo.

–Yo aún recuerdo el revuelo en la prensa cuando se excavó el ‘Traianeum’.

–Se excavó en los años 80 y Pilar León le puso ese nombre. Algunos han querido cambiarlo, pero yo creo que, aunque no describe exactamente lo que allí pasó, se puede conservar perfectamente. Insisto que es más que un templo a Trajano. Más bien estaría dedicado a los emperadores y a los dioses de la colonia.

–Un templo abigarrado.

–Tenemos la idea anglosajona y protestante del templo antiguo como algo blanco y con una sola imagen en el centro. Los templos romanos eran como nuestras iglesias, llenos de capillas que, en vez de imágenes de santos o de cristos y vírgenes, tenían divinidades. El Traianeum estaría lleno de estatuas de dioses. Sebastián Vargas ha establecido dónde iría cada una de ellas y el tamaño de las exedras.

En el anfiteatro de Itálica cabía tres veces la población total de la ciudad, incluyendo los esclavos

–También eran templos muy coloridos, nada de ese mundo marmóreo y blanco que la academia británica y germana nos ha transmitido.

–Esa es una reconstrucción neoclásica. Tendemos a ver una Roma reconstruida en el norte de Europa, pero las ciudades romanas se parecerían mucho más a las actuales urbes mediterráneas que a esas representaciones. Itálica la vemos hoy como un memorial, un monumento, aunque en verdad estaría viva, con olores, colores, gentes... Y, sobre todo, con un momento álgido al año en que se llenaría de peregrinos.

–¿Una especie de aldea del Rocío?

–Efectivamente.

–Buen titular.

–Quizás un poco exagerado, pero la idea es esa.

–Todavía queda mucho por excavar en Itálica. ¿Qué esperáis encontrar?

–Desde esta lógica de la ciudad ceremonial y dedicada a la fiesta, yo creo que deberíamos dejar para otro momento el estudio de las casas. Hay que volver a los grandes edificios públicos. Hay que seguir investigando el Traianeum: ¿dónde iban los colosos? ¿Cómo eran las puertas de acceso?... Aún está sin excavar la palestra, un edificio de planta muy parecida a la del propio Traianeum, lo que lo pone en relación con la biblioteca de Adriano de Atenas o el Templo de Adriano de Roma. Estamos hablando de un edificio de unas dimensiones extraordinarias, que no tiene nada que ver con todo lo que hay en la Península Ibérica. E, insisto, está sin excavar.

–¿Qué más edificios quedan por excavar?

–Uno de los más importantes es un edificio semicircular inmenso que nadie sabe muy bien lo que es y que está ubicado en una zona donde hay una pequeña vaguada. Probablemente sea un ninfeo [donde las ninfas reciben culto]. Estatuas como la Venus de Itálica habrían estado ubicadas originalmente allí, anque eso todavía hay que verlo. El propio anfiteatro necesita un estudio moderno actualizado... Sería también importante saber cuáles eran los itinerarios procesionales.

–Hace unos días hablábamos en estas páginas de la posibilidad de que las columnas de la calle Mármoles y la Alameda proviniesen del ‘Traianeum’ de Itálica.

–Es difícil saberlo, pero la verdad es que las columnas son absolutamente extraordinarias, más acordes con Itálica que con la Hispalis del siglo II. Están hechas de un solo trozo, son monolitos posiblemente traídos de Egipto. Tuvieron que costar un dineral. Lo más probable es que Hispalis no tuviese medios para eso.

–Veo que, entonces, Hispalis era la hermana pobre de Itálica.

–Sobre todo al principio. Cuando Hispalis se convierte de verdad en una ciudad a tener en cuenta es durante la tardoantigüedad, a partir del siglo IV o V. Fue entonces cuando adelantó a Córdoba, que hasta entonces había sido la ciudad principal de la zona. Antes, a lo largo del periodo republicano, Hispalis es una ciudad comercial, con una clara conexión con el mar a través de su puerto. Itálica, sin embargo, es una ciudad de mucho prestigio, la ciudad aristocrática, donde residen los terratenientes.

Había una diosa menor en Roma a la que se le hacía una ofrendita cada vez que un niño salía de casa

–Con todas las cautelas, ¿podríamos decir que Sevilla era una ciudad burguesa e Itálica una urbe aristocrática?

–Efectivamente. Todo esto, como decíamos, cambiará en el siglo IV-V. No es casual que ya en ese momento aquí viviese una de las mentes más brillantes de la antigüedad, el que hace el mayor compendio del saber del momento: San Isidoro de Sevilla. Fueron tiempos en los que en el Mediterráneo se produjeron cambios geopolíticos muy importantes.

–Una de sus especialidades es el culto a los emperadores. ¿De verdad los romanos creían que los emperadores eran dioses?

–Es difícil responder a esa pregunta con un sí o un no, y es difícil también responderla con la separación que hay entre política y religión en un hombre del siglo XXI. En general, el emperador en vida se consideraba digno de honras como las que recibían los dioses. En su honor se hacían fiestas y sacrificios, se construían templos... Lo más probable es que sí, que los romanos creyesen que eran dioses.

–Quizás nos cuesta entender hoy el politeísmo.

–El mundo precristiano aceptaba la existencia de muchísimos dioses, no sólo los del Olimpo. Roma tenía dioses en todas partes y actividades. Los había mayores y menores. Algunos, eran tan menores que no tienen siquiera representación física. Por ejemplo, había una divinidad a la que se le hacía una pequeña libación, una ofrendita, cuando un niño salía de casa para que volviera bien. Había que tener conocimiento de a qué dios se le hacía una ofrenda. Eran como los santos cristianos de nuestras abuelas. A cada santo se le solicitaba una cosa y a nadie se le ocurría pedir una novia para el niño a un santo equivocado. La especialización es enorme. Por ejemplo, a los dioses celestiales había que sacrificarles víctimas de pelaje claro, mientras que para los del inframundo debían ser de pelaje oscuro. Cada dios tenía una serie de animales favoritos. Un romano no podía decir: “Dios, ayúdame”, sino buscar al dios apropiado para ese momento y circunstancia.

–Pero había quienes estaban en contra del culto a los emperadores.

–Por supuesto, había muchos: los cristianos, los judíos, muchas naciones bárbaras... Pero eso, precisamente, lo que nos indica es que el culto al emperador funcionaba y por eso sus adversarios se lo tomaban como algo serio.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios