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María Caballero Wangüemert. Catedrática de Literatura Hispanoamericana

"Las cuotas vuelven a meter a las mujeres en un gueto. No somos tontas"

  • Ha dedicado gran parte de su carrera a investigar las relaciones entre la mujer y la literatura. Frente a la ideología de género reivindica el feminismo de la diferencia.

Le debemos otra entrevista a María Caballero Wangüemert (La Rioja, 1953). Se quedaron demasiadas cosas en el tintero. No le preguntamos por el Caribe, por Puerto Rico, por la mujer americana del barroco, por René Marqués... Apenas hablamos de Borges, otro de sus principales temas de investigación. La mayoría de la entrevista la consumió uno de los debates centrales del mundo actual: la mujer y el feminismo. Riojana de nacimiento, estudió el Bachillerato en Logroño y Filología en la Universidad de Navarra. Nos habían dicho que era del Opus Dei y temíamos toparnos con un muro de hielo. Sin embargo, encontramos a una mujer afable y educada, que expone sus argumentos y razones sin estridencias, orgullosa de pertenecer a una familia flamenca que en el siglo XVI pobló la Isla de la Palma -"esa preamérica"-, de ahí su exótico apellido materno. María Caballero es una de esas personas a las que nadie le ha regalado nada, que arribó a Sevilla ya casada sin conocer a nadie y que llegó a ser catedrática de su universidad. Partidaria del ecofeminismo o feminismo de la diferencia, reclama una manera específica de ser y sentir de las mujeres y defiende a capa y espada la maternidad. Eso sí, sin renunciar a los derechos conquistados durante décadas de lucha feminista.

-¿Quién era la condesa de Merlin? ¿Por qué ha investigado sobre esta figura?

-Por mi propia trayectoria familiar me interesan las mujeres que viven entre dos mundos. La cubana María de las Mercedes de Santa Cruz y Montalvo pertenecía a la nobleza y estaba muy relacionada con la oligarquía española del momento. Su madre abrió un salón en Madrid y llegó a ser amante de José Bonaparte, el famoso Pepe Botella. Muy joven la casaron con un general de Napoleón y se instaló en París, donde sería una mujer importante. No se estudia en la literatura francesa porque era cubana, ni tampoco en la Hispanoamericana porque escribía en francés, aunque nunca perdió el español. Cuando murió su marido decidió hacer el viaje a la semilla, la vuelta a Cuba, y escribió un libro epistolar, Viaje a la Habana (1844), en el que describe su trayecto de París a la capital cubana pasando por EEUU. Me pareció interesante su doble mirada de latina y francesa. Fue una de las primeras escritoras hispanoamericanas y su libro es un híbrido de literatura viajera, autobiografía, costumbrismo… y, sobre todo, se permite opinar.

-¿El libro es en francés?

-Sí, pero hizo una versión en español para Madrid y La Habana. En ésta omite la carta sobre la esclavitud, que en Cuba hubiese sido muy polémica. A los lectores de habla hispana nos dejó sin los capítulos más sesudos, limitándose a los costumbristas, a los más divertidos. El libro también tiene un componente político: critica al gobernador O'Donnell y pide la libertad para Cuba.

-¿Y el castrismo la ha considerado?

-Ahora la están recuperando, aunque en un principio la consideraban una mujer de la oligarquía. El hecho de que se hubiese ido a Francia, de que fuese una salonier, les fastidiaba. Sin embargo, ahora se valora mucho esa doble mirada.

-Ha tocado muchos palos, pero la relación de la mujer con la literatura es uno de sus principales temas de investigación.

-Empecé estudiando la literatura de Puerto Rico y mi tesis versó sobre el escritor René Marqués, de la generación del Boom. Después me fui abriendo a otros temas y llegué a las relaciones de la mujer con el cine y la literatura… También he estudiado mucho a Borges.

-Sobre la relación de las mujeres y literatura tiene el libro Las trampas de la emancipación, con quince estudios sobre literatura femenina desde las vanguardias hasta el siglo XXI. ¿Qué quiere decir con ese título?

-Creo sinceramente que, con todos los límites que queramos, la mujer se ha incorporado al mundo occidental. Pero esta emancipación nos ha costado mucho y hemos tenido que funcionar como hombres. El mismo traje-pantalón es un símbolo de esto. En este camino, la mujer ha tenido que dejar atrás muchas de sus aspiraciones como mujer, entre otras, la posible maternidad. El sistema actual no facilita que las mujeres puedan ser madres y, al mismo tiempo, aspirar a altos cargos de responsabilidad. Casi todas las escritoras españolas e hispanoamericanas de las que hablo en este libro (Tusquets, Riera, Puértolas, Ocampo, Violeta Parra…) reflejan el alto costo que les ha supuesto la emancipación, sobre todo en el plano afectivo. Esa emancipación ofertada por la sociedad patriarcal y machista ha sido una trampa para la mujer, porque le ha cercenado sus deseos de realización femenina. Y no sólo hablo de maternidad.

-Sin embargo, cierto sector del feminismo radical le ha puesto en el punto de mira.

-En la historia del feminismo ha habido cuatro grandes oleadas, desde el sufragismo hasta la actualidad. Yo me identifico con el llamado ecofeminismo o feminismo de la diferencia, que reivindica la particularidad de ser mujer.

-¿Toda literatura femenina es feminista?

-Yo las distingo: literatura femenina es, lógicamente, la escrita por mujeres; literatura feminista es aquella en la que hay una reivindicación de derechos o una denuncia de los problemas de la mujer.

-No es un fenómeno nuevo...

-En mi ámbito de estudio, la literatura hispanoamericana, podemos remontarnos a sor Juana Inés, en el siglo XVII, quien en su Respuesta a sor Filotea de la Cruz reivindica el acceso de la mujer a la educación desde la infancia. Luego, en el XIX, una vez que los países americanos se independizaron, sí se ve una reivindicación de las escritoras para ser ciudadanas, sobre todo a partir de la escritura en los periódicos, lo cual le da un espacio para poder influir.

-¿Pero toda literatura femenina tiene algo de feminista?

-Históricamente sí. Como decíamos, las primeras escritoras eran reivindicativas. Ahí está Margarita de Navarra y su Heptamerón o Christine de Pizan, quien ya en la Edad Media se atreve a criticar a la Iglesia por la discriminación de la mujer.

-Recientemente protagonizó una agria polémica con algunos sectores feministas debido a un número de la revista Arbor, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que usted coordinó y en el que se ponían en duda alguno de los lugares comunes del discurso de género.

-No sé por qué se ha armado tanto revuelo y me pregunto si los que han criticado este número de Arbor, una de las revistas de Ciencias Sociales con mayor prestigio, lo han leído realmente. En la introducción sostengo que, actualmente, en la universidad y en las instituciones científicas, la paridad y la igualdad se cumplen a rajatabla en los papeles, legalmente, pero la tijera (el gráfico que demuestra que son muy pocas mujeres las que acceden a los altos cargos, pese a que son mayoría en la base) sigue funcionando. Lo que digo es que cuestiones como la ideología de género o las cuotas han podido servir en un momento dado, pero han sido insuficientes y no han solucionado problemas como el que a las mujeres nos cuesta el doble llegar a los puestos directivos que a los hombres. Hay una gran diferencia entre el papel y la realidad. Será soberbia, pero creo que las famosas cuotas vuelven a meter a la mujer en un gueto. Las mujeres no somos pobres tontas.

-¿Y por qué sucede esto?

-Puede ser porque la sociedad no ha evolucionado para comprender la diferenciación de la mujer. Es como si nos dijesen: "¿Quiere usted trabajar fuera de casa? Por supuesto, pero no me cuente si quiere tener hijos, no me cuente si tiene un enfermo en casa… Olvídese de que es mujer, ese es su problema".

-Las cosas no funcionan igual en el sector público que en el privado.

-La empresa privada discrimina mucho. Si eres mujer te preguntan si tienes hijos, si estás en edad fértil y si te quedas embarazada se te puede caer el pelo, porque el capitalismo es duro.

-Antes se definió como ecofeminista, ¿en qué consiste?

-Sobre todo en que la mujer no tiene que prescindir de su manera de ser, de su naturaleza, de sus diferencia, para desarrollarse plenamente en la sociedad. Reivindico mi especificidad de mujer y, por su puesto, todos mis derechos civiles (voto, trabajo…). Eso sí, no quiero masculinizarme. En definitiva, creo que hay personas en masculino y en femenino.

-¿No cree en la ideología de género?

-Reconozco que, hasta ahora, la ideología de género, que disocia el sexo del género y que dice que todo es una construcción cultural, ha aportado la visibilidad de la mujer, pero se ha estrellado. Vuelvo a lo de las trampas de la emancipación: esta ideología le ha pedido a la mujer que olvide cualquier esencialismo. Así, yo no soy feminista.

-Algunos le reprochan su pertenencia al Opus Dei.

-Soy supernumeraria del Opus desde los 28 años y creo en un sano epicureísmo cristiano. Pero no tolero que se me discrimine por mi orientación religiosa. Je suis Marita Caballero. No vendo ideología en mis clases y cualquiera que conozca mi trabajo habrá visto que he trabajado sobre todo tipo de autores.

-Últimamente, en ciertos libros y artículos periodísticos se reclama con cierto orgullo a las madres que no quieren a sus hijos. Evidentemente esto no es nuevo, siempre han existido madres (y padres) que han rechazado a su progenie. Nadie está obligado a querer a nadie, pero no entiendo la complacencia.

-Eso es un rechazo al ecofeminismo y al feminismo de la diferencia. Ciertos sectores del feminismo piensan que esto puede ser una trampa para la mujer. Betty Friedan publicó a principio de los años 60 La mística de feminidad, donde sostenía que esta corriente supondría una involución y que volvería a meter a la mujer en casa. Pero pienso que la vida no va por ahí. El gran problema de España es que el Estado no se ha implicado realmente en que las mujeres puedan trabajar fuera y llegar a altos cargos sin renunciar a la maternidad. En otros países se hace, pero aquí no. Actualmente, veo a las mujeres de treinta años dislocadas, se convierten en superwomans a su pesar, porque ese modelo ya lo han visto en nosotras y saben que es un fracaso. Las de mi generación hemos tenido muchos complejos de culpa. Yo perdí mi primera plaza de Instituto porque mi hija nació enferma y me dediqué a cuidarla. Pero no creo que eso se arregle con el sistema de cuotas. Los poderes públicos se tienen que implicar. La sociedad no se puede construir en masculino.

-Demos un golpe de timón. Me gustaría que hablásemos algo de Borges, otro de sus principales temas de investigación. Ahora se cumplen treinta años de su muerte. ¿Es nuestro gran escritor del siglo XX?

-Bueno, Harold Bloom lo coloca en su canon occidental junto a Shakespeare y Cervantes...

-Pero a Bloom se le acusa de anglocentrista y de desconocer la literatura en español.

-Sí, es cierto, es muy anglo. Borges quiso ser siempre un escritor clásico. Ya en su primer libro, el vanguardista Fervor de Buenos Aires, empieza a decir que la novedad no es un valor. Cultiva la poética de la lectura, de la reescritura... Pronto se dio cuenta de que los grandes temas son pocos.

-A veces, desdeña nuestra tradición literaria.

-Muchas de esas cosas que dijo sobre Góngora, Lorca o Machado son boutades... Borges reclamaba como propia, tanto para él como para todos los argentinos, las gran literatura universal. Cuando se dice que no es muy hispánico surge una pregunta: ¿qué es ser hispánico? Ahora también celebramos a Rubén Darío y hay que recordar que los modernistas tuvieron unas críticas feroces por ser unos cosmopolitas que hablaban de los cuentos de hadas, de faunos, de centauros, de Grecia... Fueron los primeros hispanoamericanos que reclamaron el derecho a escribir sobre todo los temas. Los grandes libros de Borges fueron la Biblia (aunque era agnóstico, en los últimos momentos de su vida se encerró con un cura católico y un pastor protestante), Las mil y una noches, las sagas nórdicas... A partir de ahí comenzó un proceso de reescritura. En ese sentido es muy posmoderno, pero a la vez también es moderno porque le inquietan los grandes temas del hombre: la identidad, la memoria-olvido... Tenemos que admitir que los hispanoamericanos no van a estar haciendo siempre realismo mágico, ni literatura regionalista.

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