Francis Wolff: “Hoy se siente más que se piensa”

Francis Wolff | Filósofo

Este intelectual francés, pregonero taurino en 2010, viene todos los años a Sevilla a ver las corridas de la Feria

Es un defensor del humanismo racional frente a los particularismos identitarios “Las dos Españas nacieron con la Constitución de 1812” “De mayor me gustaría ser sevillano serio”

Francis Wolff, en el hotel Radisson.
Francis Wolff, en el hotel Radisson. / Alejandro Núñez

Filósofo, judío, francés y taurino. Llegada la Feria de Abril no es raro ver a Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, Francia, 1950) pasear por las cercanías de la plaza de toros de Sevilla, una ciudad donde tiene no pocos amigos y a la que ama con la intensidad del más ‘hartible’ de los indígenas. Su afición a las corridas de toros es tal que la Real Maestranza lo escogió para dar el pregón taurino de 2010, que finalizó entre los gritos de “torero, torero”. Pero, más allá de su afición taurina, este catedrático emérito de la muy prestigiosa Escuela Normal Superior de la Universidad de París es un intelectual comprometido con el mundo que interviene en no pocos de los grandes debates de nuestro tiempo. Pese a haberse educado con profesores como Derrida o Althusser (que están en la base de la crisis de conciencia que vive hoy occidente), este melómano consumado es un defensor del humanismo racional y universalista, y un detractor de los particularismos identitarios, pertenezcan estos a las derechas o a las izquierdas. Es autor de libros como ‘¿Por qué la música?’ (El Paseo), ‘50 razones para defender la corrida de toros’ (Almuzara), ‘Tres utopías contemporáneas’ (Erasmus Ediciones) o ‘Seis claves del arte de torear’ (Edicions Bellaterra), entre otros.

Pregunta.–Francés y con una larga relación con Sevilla.

–La primera vez que vine fue en 1972. Ya era muy aficionado a los toros, pero solo había visto corridas en Francia. Tuve la suerte de ver la última Feria del Prado, con el concurso de sevillanas en la Plaza de España, que era muy bonito. Aquella era una ciudad muy distinta a la actual. Vivía en una pensión en la Calle San Eloy, cuando todavía pasaban coches. Aún me acuerdo del cartel del martes de Feria: Diego Puerta, Paco Camino y Marismeño. Fue un shock para mí, algo mágico. Empecé a venir un año sí y otro no, según el bolsillo. Pero a partir de los años 90 ya puede acudir todos los años.

P.–¿Alguna otra fecha importante?

––El año 2010, cuando tuve el honor de ser el pregonero de los Toros. Sevilla no es solo un lugar para pasear, es una cultura, es una forma de querer estar en armonía con la belleza de las cosas y con la indeterminación de los acontecimientos. Llegar a Sevilla para mí es siempre una fiesta.

P.–Dígame algo que no le guste.

–Amo a Sevilla hasta en sus defectos y valoro el sevillanismo hasta en su ensimismamiento

P.–La fascinación de los franceses con Sevilla empieza con una invasión, la napoleónica. ¿Se siente heredero de esa tradición?

–Mi relación con la ciudad está muy vinculada a los toros. Me considero parte de la tradición de los viajeros taurinos.

P.–Es usted un especialista en Sócrates, el filósofo, no el futbolista y doctor.

––Está bien la matización, porque cuando lo publiqué, en 1982, yo vivía en Brasil, los años de éxito del futbolista. Al pensamiento griego le dediqué la primera parte de mi carrera. Después me dediqué a muchas otras cosas.

P.–En los últimos años hemos asistido a una demolición de las raíces clásicas de la civilización europea.

–Cuando estudié Filosofía en París mi profesor más importante era Jacques Derrida, el papa de la deconstrucción. Yo tenía buenas relaciones con él, pero entendí que mi trabajo en filosofía no sería entrar en esa línea, sino todo lo contrario: intentar reconstruir el pensamiento en bases racionales y universalistas. Mi filosofía es completamente contraria a ese movimiento deconstruccionista, decolonial... No pretendo ser reaccionario, pero sí defender la tradición clásica con el fin de utilizarla para pensar el presente y el futuro.

P.–Usted es judío. Su familia experimentó toda la dureza y el horror del siglo XX.

–Nunca llegué a conocer a mis abuelos, los cuatro murieron en Auschwitz, lo relato en un libro. Si hay una verdad en el judaísmo es la verdad de la diáspora, la verdad de la universalidad de la razón humana contra todos los particularismos identitarios.

P.–Pero la identidad, las raíces, son importates también en el ser humano.

–Hay un particularismo que expresa una cierta cultura y es necesario, pero hay un particularismo identitario que reivindica su especificidad cultural contra las otras. El universalismo racionalista y humanista es la mejor manera de que puedan coexistir las particularidades culturales.

P.–¿Y cómo encajamos la tauromaquia en todo esto?

–La tauromaquia es un particularismo que merece existir dentro de la diversidad de la cultura y no como algo para enfrentarse con los demás. No es una cuestión de defender la tradición, porque todas las luchas de emancipación de la historia lo han sido contra la tradición. Una cosa no es buena por ser tradicional. La esclavitud y el machismo eran tradiciones. Debemos defender las culturas en cuanto puedan coexistir con las demás, no porque sean tradicionales.

P.–Es autor del libro ‘Tres utopías contemporáneas’. Muchos nos ponemos en guardia cuando escuchamos la palabra utopía. La experiencia histórica nos demuestra que lo único que han traído es destrucción, muerte, esclavitud...

–Hoy debemos criticar las utopías, porque sabemos que el siglo XX fue terrible por el intento de aplicación concreta de sueños utópicos, con millones y millones de muertos. Las utopías de salvación colectiva ya no se pueden ni se deben defender. Pero pese a todo existen nuevas utopías que ya no tienen nada que ver con la colectividad y sí con lo personal. En la actualidad vemos dos que son de carácter antihumanista, ambas rompen con el pensamiento griego en el que el hombre tiene una posición intermedia entre los dioses y los animales. Es decir, Los hombres son mortales como los animales, pero son racionales como los dioses. Desde el principio del siglo XXI las diferencias entre el hombre y el animal son cada vez más difíciles de definir.

Las utopías de salvación colectiva ya no se pueden ni deben defender

P.–¿Cuáles son esas dos ‘utopías negativas’?

–El posthumanismo y el animalismo. Son utopías contrarias. La primera quiere convertir al hombre en una máquina para hacerlo inmortal, como los dioses. La segunda equipara al hombre con el resto de los animales. Ambas se posicionan contra el pensamiento humanista y son peligrosas.

P.–¿Y la tercera utopía?

–Esa es la que yo defiendo. Es el cosmopolitismo, que es la mejor manera de oponerse a todos los nacionalismos identitarios.

P.–Además de Derrida también fue discípulo de Althusser. Sus maestros no eran, precisamente, muy de este humanismo cosmopolita.

–Eran dos maneras diferentes de ser antihumanistas. Toda mi obra ha sido oponerme a ellos. El panorama intelectual actual es un poco triste. Tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda se han adoptados discursos identitarios. La izquierda, en vez de defender la justicia y la igualdad, ha optado por identidades como el feminismo extremo, el tercermundismo, el pensamiento decolonial... Al igual que en el marxismo tradicional, se cree que la sociedad está formada por bloques opuestos, pero ya no son dos clases sociales. Todo lo leen en clave de dominación: de los hombres sobre las mujeres, de los países ricos sobre los pobres... En esto hay mucho de verdadero, pero en vez de luchar contra la dominación se lucha por la identidad de los dominados. En la derecha, en vez de defender el orden tradicional se apuesta por un nacionalismo que, incluso, puede ir contra la democracia. Lo preocupante es esa alianza de las extremas derecha e izquierda en ese movimiento identitario, aunque quizás la victoria de Trump provoque un movimiento de defensa de la democracia y los derechos humanos. Europa debe tomar conciencia como unidad de cultura y civilización, con sus diferencias culturales como hemos dicho antes. El cosmopolitismo europeo debería ser modelo del cosmopolitismo universal. Es la única esperanza que podemos tener.

P.–Hay un descrédito de la razón frente al auge de lo emocional.

–En eso tienen mucho que ver las redes sociales, la reacción inmediata frente a la argumentación sosegada. Hoy se siente más que se piensa. Me preocupa mucho, por eso en mi trabajo intento defender la noción de argumentación.

P.–Pero la razón, como ya dijo Goya, produce monstruos. Gran parte de las masacres del siglo XX se hicieron bajo excusas científicas.

–La paranoia no suele ser falta de razón, sino exceso de razón. El conspiracionismo también es un exceso de racionalidad, todo tiene una explicación perfecta. El equilibrio perfecto debe ser entre los hechos y los argumentos. Debemos argumentar racionalmente a partir de hechos empíricos y objetivos. Toda esta emotividad la provoca el miedo a la unificación del mundo. Todos quieren proteger su particularismo.

P.–¿Pero no es un poco ingenuo defender la posibilidad de una unificación mundial? En España ni siquiera hemos logrado la unidad entre los territorios.

–Absolutamente de acuerdo, pero en 1945 ¿quién pensaba que era posible la Unión Europea? Era inimaginable. La UE fue una construcción progresiva que empezó con la reconciliación entre Francia y Alemania después de dos guerras. No debemos imaginar un gobierno mundial, que sería algo totalitario, pero sí podemos imaginar que las instituciones internacionales que hemos construido desde 1945 sean cada vez más fuertes y puedan hacer frente a los sistemas autoritarios. Es lo que estábamos consiguiendo en Europa antes de esta crisis.

Europa debe tomar conciencia como unidad de cultura y civilización

P.–¿Cuál es su posición ante el conflicto entre Israel y los palestinos?

–Escribí un artículo en el periódico francés Libération para expresar mi opinión. Estamos ante una guerra entre dos nacionalismos étnicos, los peores de todos. Hoy en día, es una situación sin salida y hablo como judío. Defiendo la existencia del Estado de Israel, pero no la política de apartheid de su gobierno en Cisjordania. La extrema derecha israelí está explotando los horrores de las masacres del 7 de octubre de Hamas para justificar los insoportables crímenes de guerra diarios en Gaza.

P.–Volvamos a los toros. Tiene un libro que se titula ‘50 razones para defender la corrida de toros’. No son pocas, pero dígame la más importante.

–Que el que mata al toro debe poner su vida en riesgo. Quien no lo haga no tiene derecho a matar al animal. La corrida se justifica en la bravura del toro, respeta su naturaleza, su especificidad. Una de las grandes perversiones del animalismo es poner a todos los animales en el mismo plano: gatos, mosquitos, toros bravos...

P.–Decía Alberto González Troyano, el último afrancesado, que el futuro de los toros está en Francia. No sé si comparte esta idea.

–Es cierto que, en algunas partes de Francia, la Fiesta tiene buena salud. Pero para mí el futuro de la Fiesta debe estar en España, pero aplicando el modelo francés. Es decir, darle más poder y capacidad de decisión a las entidades taurinas y menos poder a los políticos y empresarios.

P.–¿Cree que se acabarán los toros?

–Sí, pero espero que dentro de varios siglos. En Sevilla se ve que los toros siguen vivos, con un nuevo público más joven y entusiasta. Hay motivos para la esperanza. Pero en muchos otros sitios no es así. Cada vez se reduce más la masa popular aficionada a los toros. Como cualquier obra humana las corridas desaparecerán. Espero morir antes.

P.–Ha defendido alguna vez la tauromaquia como ética.

–La Fiesta de los toros está llena de valores humanos: coraje, dignidad, respeto, impasibilidad, ser señor de uno mismo... Pero encierra también una singular fuerza estética: es el único arte que transforma el temor de morir en obra, y funde la belleza con su reverso más oscuro: el espanto.

P.–El mundo está sometido a un nuevo puritanismo, una auténtica ola de prohibicionismo del que la tauromaquia es también víctima.

–Todo ello, para mí, nace de que las fronteras de lo humano se han tornado borrosas: así surgen, día tras día, nuevas prohibiciones que ya no responden a principios universales como la justicia o la igualdad entre los seres humanos.

stats