Luis Miguel Rufino: “Triana es una operación de marketing”
El Rastro de la Fama
Ejecutivo en empresas públicas y privadas, escritor acreditado por un centón de premios, editor y fotógrafo pasional, el entrevistado es una de esas figuras que forman parte del paisaje de fondo de la cultura sevillana Andrés Amorós: “De mayor me gustaría ser sevillano serio” Ricardo Astorga: “Hay una deslocalización del talento sevillano muy preocupante”

Dice Luis Miguel Rufino (Sevilla, 1956) que “nadie es una única persona”. Él es un claro ejemplo: ejecutivo, escritor, editor, fotógrafo... Le extraña que le haya llamado para la entrevista, pero acepta con amabilidad la explicación: “es una de esas personas que forman parte del paisaje de fondo del mundillo cultural en Sevilla”. Ha ganado una ristra de premios literarios que lo acreditan como miembro del gremio de escritores de pleno derecho. En su novela negra ‘Espejo de Claramonte’ (Nube de letras) retrata una Sevilla empresarial, “dura y complicada”, muy alejada del tópico; y sus relatos están diseminados en 25 antologías. Es también autor de la novela corta, ‘El hombre que se defendía tocando las maracas’, y de los libros de cuentos ‘La terapia del son’ y ‘Quinteto disonante’. Entre marzo de 2002 y junio de 2004 fue director gerente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, una experiencia que todavía le provoca alguna sonrisa irónica. Como editor es fundador de Escribalia, especializada en publicar por encargo memorias familiares y autores desconocidos. Llega a la entrevista con una cámara al hombro. Explica que viene de reportajear las carretas del Rocío y que es fundador de Lucila, asociación de apasionados de la fotografía.
Pregunta.–Dicen que España es el país que tiene más premios literarios del mundo. Y viendo su currículum usted los ha ganado casi todos.
–Fue la manera de saber si escribía bien, mal o regular. Empecé a presentar mis textos a premios para que un jurado totalmente desconocido para mí me dijese si valían. Digamos que era la prueba del algodón. Hoy, mis narraciones están en 25 antologías de relatos. El primer libro de cuentos lo publiqué con la desaparecida editorial Jirones de Azul.
P.–Escritor, editor, ejecutivo, fotógrafo... ¿Es usted un diletante múltiple?
–Para mí la palabra diletante tiene una connotación negativa. Soy un gran curioso y me interesan muchísimas cosas, algo que se acentuó cuando dejé mi trabajo como ejecutivo.
P.–Estudió lo que hoy llamamos ADE, pertenece a una familia de empresarios y ha trabajado en la gestión de compañías. ¿Qué le ha aportado todo eso en su actividad literaria?
–Mi familia materna es de empresarios, pero la paterna es militar, de Aviación. Incluso yo ingresé en la Academia del Aire e hice el primer curso, aunque abandoné, porque me di cuenta de que no era lo mío. Pero ese año adquirí una disciplina que he visto que otra gente no tiene. También me influyó mucho mi trabajo en grandes empresas como la General Motors, en su fábrica de Zaragoza, la más moderna del mundo en ese momento; o Amadeus, en cuya oficina de Madrid trabajábamos personas de 35 nacionalidades distintas. Todo eso te da una capacidad de relación y de afrontar los problemas. Hay personajes de mis relatos que, evidentemente, se basan en las personas que conocí en aquellos años.
P.–En su novela negra Espejo de Claramonte retrata el mundo empresarial sevillano. ¿Cómo es ese ambiente más allá de los tópicos?
–Cuando llegué a Sevilla después de trabajar fuera doce años me llamó la atención que aquí se trabajaba con otro nivel de intensidad...
P.–¿Otro nivel significa menos?
–Sí, con una intensidad menor. Es más, creo que mi primer fracaso como profesional fue cuando llegué aquí como director general de una empresa a la que intenté imprimir una intensidad de trabajo que no se comprendía. No se puede llegar a un sitio e ir en contra de una cultura empresarial arraigada. También he trabajado en empresas públicas, pero ese es otro mundo.
P.–¿Por qué se sonríe?
–Bueno, digamos que se pierden algunos de los valores de eficiencia, seriedad y trabajo en equipo que existen en otros sitios.
P.–¿El poder y el dinero son más literarios que el amor?
–El poder es una de las cosas que mejor funciona literariamente. El dinero no me ha llamado mucho la atención, pero hablar del poder tiene quizás más enjundia que hacerlo del amor. En Espejo de Claramonte hay una serie de personajes y situaciones en los cuales las luchas de poder son fundamentales.
P.–Criado en el barrio de Heliópolis y ahora vive en Triana. ¿Son Sevillas distintas?
–Lo son, pero, sobre todo, es que yo, la persona que hoy vive en Triana, es muy distinta de aquel joven que se fue de Heliópolis para trabajar en Zaragoza en el año 1981, recién licenciado. Mis recuerdos del barrio son inmejorables: el colegio de Doña Ángeles, el Claret, el Herrera... Ahora me gusta mucho vivir en Triana: pasar al centro por los dos puentes, tener todo lo que te ofrece Triana y Los Remedios, el pequeño comercio... Solo llevo tres años en el barrio y me ha sorprendido mucho la cantidad de servicios que hay.
P.–Pocos barrios en España tienen tanta fama.
–Pero en ese sentido creo que Triana es un gran bluf, una operación de marketing. Me llama mucho la atención cuando veo a los turistas a las tres de la tarde dando vueltas por sus calles. Han debido leer en alguna web que es un barrio con mucho encanto. Pero realmente hay muy poco que ver: las calles San Jacinto, Betis, Pureza... y poco más.
P.–Esas calles están muy turistificadas.
–Los sevillanos hemos perdido una manera de vivir. Se nota cuando tenemos que hacer cola para entrar en el Rinconcillo. No pasa nada. Todo cambia y no hay que hacer demasiados aspavientos. En Sevilla se vive muy bien.
P.–Como decía Carrizosa el otro día el alcalde Sanz dibuja a Sevilla como poco menos que la Nueva York del sur de Europa.
–Yo no veo a Sevilla como Nueva York. Hace un par de años estuve allí. Nueva York, como bien ha dicho Marina Perezagua, una escritora que vivió muchos años allí, es el tercer mundo. Ojalá no le pase a Sevilla lo mismo. Manhattan se ha llenado de turistas que damos vueltas por allí flotando en la suciedad, es una pocilga. Allí he visto cosas increíbles. El metro es asqueroso.
P.–Necesitamos el turismo, pero no siempre tiene por qué ser bueno.
–Por ejemplo, el turismo del fútbol es un error. Después ocurren las cosas que ocurren. La apuesta tiene que ser de calidad.
P.–¿Abandonamos ya la ficción de que Sevilla puede ser algún día una ciudad industrial?
–Eso está claro. Ahora dale tú la vuelta a lo que estamos haciendo. Tendrían que pasar tres generaciones para que Sevilla pudiese ser industrial. Somos una ciudad de servicios y, como dicen algunas lenguas malas, nos acabaremos convirtiendo en un parque temático al que vendrá la gente en AVE a pasar el fin de semana y luego se irán. Uno va hoy por Madrid y continuamente escucha acento sevillano. Todos tenemos a muchos hijos y sobrinos trabajando en Madrid. Allí se encuentra trabajo, aquí no.
P.–Somos una ciudad que cargamos con demasiados tópicos.
–Precisamente, en mi novela Espejo de Claramonte intenté hacer todo lo contrario, salir del tópico de Sevilla, no caer en el halago fácil. Quise mostrar otra Sevilla que existe, una ciudad dura y complicada.
P.–Hablemos de su condición de editor. En 2016, junto a su socia Macarena Oviedo, fundó la editorial Escribalia.
–La intención de la editorial era evitar que se perdiese la memoria de familias y personas. En todas las familias hay alguien que atesora la historia del clan. En la mía era mi madre. Además, era una narradora excelente. Desde que murió hay cosas que ya no sé a quién preguntar.
P.–En todas las tribus hay un Homero.
–Cuando alguien fallece se lleva consigo un montón de información, sentimientos y experiencias que pueden ser útiles. Entrevistábamos a nuestros clientes y escribíamos con calidad literaria sus testimonios. El resultado era un libro en el que uno podía encontrar su memoria familiar.
P.–Alguien le dijo a Umbral que su vida era de novela, a lo que el escritor contestó que todas las vidas eran de novela, pero había que saber escribirlas.
–Exacto. Pero el problema fue que, desde el punto de vista empresarial, era un suicidio. Demasiado trabajo e imposible de rentabilizar. Además, todos opinaban, te exigían que retirases determinados pasajes... nadie acababa satisfecho. Ahora nos limitamos a mejorar literariamente y asesorar a quienes vienen con sus memorias ya escritas. También hacemos novela, poesía, libros de empresas... Siempre por encargo.
P.–¿Y después de escuchar tantas vidas puede decirme si las personas somos muy parecidas o muy diferentes?
–Creo que muy diferentes. En general las personas somos poliédricas, poseemos muchas personalidades con las que actuamos según el contexto. En Espejo de Claramonte trato este tema. Nadie es una única persona.
P.–Fue gerente de la Sinfónica.
–Yes [risa]. Entré cuando aquello estaba manga por hombro, con un gran malestar entre los músicos. Aquello era una empresa en quiebra técnica. Creo que conseguí sanear y mejorar la empresa, pero el consejo de administración no era profesional. Estaba compuesto por políticos que no sabían ni de música ni de empresa. Además los miembros estaban enfrentados por cuestiones partidarias y hacían pagar a la Sinfónica sus disputas en otros ámbitos.
P.–La fotografía es otra de sus actividades.
–Me interesa desde que hice la primera comunión y me regalaron una cámara. A finales de 2021 fundé con otros fotógrafos una asociación, Lucila, para salir juntos a hacer fotos, ir a exposiciones, organizar charlas de fotógrafos de prestigio, editar cosas... La cuestión era mejorar juntos. Nuestro próximo proyecto es una exposición en la Fundación Madariaga, en diciembre, sobre la Sevilla del 29.
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