“Soy el político más moderado de España”
Alfonso Guerra | Premio Manuel Clavero
El histórico político socialista repasa algunas claves de su vida y da su visión de la política actual
Un veterano político y figura clave de la Transición a la democracia
Alfonso Guerra nos recibe en su chalet de Cabo Roche. Amable y relajado, pero sin perder su condición de sevillano serio ni su interés por la actualidad política. Sobre todo, entregado a la pasión de ser abuelo. Nos sentamos en una amplia mesa del jardín, bajo unos pinos. Huele a mar de Cádiz. Corre una brisa fresca y milagrosa que se agradece para quien viene del horno hispalense.
Pregunta.–Es un placer estar aquí, en su casa de Roche. Todos intentamos tener un paraíso al que volver.
Respuesta.–Esta casa es para mí un refugio. En general, el hogar es un refugio en el que nos protegemos de la hostilidad de un exterior que es cada vez mayor, bien por la polución, bien por la velocidad en la que se vive... Yo acabé aquí porque la familia materna de mi mujer era oriunda de Conil.
P.–Lleva veraneando en Conil desde hace 45 años. Se ve que es usted fiel a los lugares. También lo ha demostrado con Sevilla.
R.–Siempre viví en Sevilla, incluso cuando estaba en el Gobierno. Venía el viernes y me iba el lunes. Sevilla es una ciudad absolutamente extraordinaria, un lugar para pasear, a pesar de la destrucción sistemática a la que estuvo sometida a partir de los sesenta.
P.–¿Cuáles son sus orígenes?
R.–Mi padre era de Utrera, un chico que vivía en un cortijo y, desde los 5 años, sacaba a los cerdos. Pero tenía inquietudes. Aprendió a leer y a escribir solo. A mis hermanos y a mí nos enseñó antes de entrar en el colegio. Cuando hizo el servicio militar en Sevilla conoció otra realidad y decidió quedarse. Entró a trabajar en una empresa de fundición y llegó a ser maestro de taller. Mi madre era sevillana, huérfana desde pequeñita. Era la cabeza de familia, porque vivía con ella su abuela y un tío tuberculoso. A los 11 años ya trabajaba. Mis padres tuvieron 13 hijos. Yo soy el número 11, y el primero que hizo Bachillerato.
P.–¿Qué fue lo que lo posibilitó?
R.–El director del colegio público del Mesón del Moro le dijo a mi padre que yo era muy bueno y que tenía que seguir estudiando. Con 9 años me dieron el primer premio de estudiante de la provincia, dotado con 250 pesetas, un dineral en aquellos tiempos. Estudié Perito industrial y, al mismo tiempo, Filosofía y Letras.
P.–¿Y la vocación política, cuándo le surgió?
R.–Leyendo a Antonio Machado. Don Rafael, un profesor de literatura muy bueno nos dijo un día: “Hoy vamos a dedicar la mañana a hablar de un hombre en el buen sentido de la palabra bueno”. A mí aquello me llamó la atención. Empecé a leerlo y encontré un suelto suyo de La Vanguardia, de 1938, que se titulaba Lo que yo recuerdo de Pablo Iglesias. Por supuesto, yo no sabía quién era este personaje. Machado decía que la voz de Pablo Iglesias tenía el timbre inconfundible de la verdad humana, frase que a mí me dejó completamente obnubilado. Machado me orientó hacia dónde yo quería ir, hacia el socialismo.
Antonio Machado me orientó hacia dónde yo quería ir, hacia el socialismo
P.–Pero, ¿cuándo y con quién empezó su militancia política?
R.–Fue cuando era estudiante y conocí a Alfonso Fernández Malo, que era hijo de Alfonso Fernández Torres, quien había sido presidente de la Diputación de Jaén durante la República, con una condena a cadena perpetua que luego le fue conmutada. Alfonso Fernández Malo y yo nos veíamos mucho en la galería La Pasarela, un sitio donde iba todo el mundo a leerle algo a los demás. Un día me dijo: “Oye, ¿tú estás dispuesto a a organizar la juventud socialista?” Le dije que sí y fuimos a ver a su padre, que estaba de vigilante en un garaje de San Vicente, porque tenía prohibido ejercer la abogacía.
P.–¿Y así recomenzó la historia del PSOE en Sevilla?
R.–Así, con los tres Alfonsos. Parecíamos un partido monárquico. Empezamos a contactar con antiguos socialistas de toda Andalucía. Pero muchos no se fiaban. Podía ser una trampa de la policía político-social. Uno de estos militantes me tiró por la escalera, pensando que yo era un policía.
P.–Una idea muy extendida es que el PSOE no hizo nada en la lucha antifranquista, que el mérito fue del PCE
R.–Eso es muy injusto. El franquismo tildaba de “comunista” cualquier acción de la oposición, porque quería presentarse como un paladín del anticomunismo. A militantes socialistas detenidos y juzgados, como Nicolás Redondo, se les condenaba por “actividades comunistas”. Hay gente que ha sido borrada de la historia. Es increíble cómo los dos fenómenos más terribles de la historia de la humanidad, el fascismo y el comunismo, siguen vigentes. El primero vuelve a resurgir, y el segundo sigue gozando de prestigio entre intelectuales y periodistas... Pero si han sido las peores pesadillas.
P.–Desde la clandestinidad, usted formó un binomio con Felipe González. ¿Fue algo meramente político o se llegó a una profunda amistad? Mucho se ha comentado sobre sus desencuentros
R.–Felipe González y yo forjamos una intensa amistad a través de la actividad política y con una profunda coincidencia ideológica. A partir de 1993 tuvimos algunas discrepancias estratégicas que no afectó a nuestra amistad. Hoy conservamos la amistad y hemos recuperado la consonancia política.
P.–¿Qué le parece el PSOE actual?
R.–No está en su mejor momento. Cuando te toca dirigir un partido, tienes derecho a orientarlo de una manera u otra, pero los demás también tienen derecho a criticarlo. Un partido forjado sobre la libertad y la igualdad, como es el PSOE, no puede sacar del paraíso a todo el que no diga amén a lo que diga la dirección. Hoy, se ha decidido que la pareja de baile ya no es el centro-derecha, como fue desde la Transición, sino el nacionalismo, el radicalismo, el populismo y lo que queda del comunismo. Es un cambio trascendental. De alguna manera se ha decidido que el principio de alternancia no tiene por qué funcionar. En general, la socialdemocracia sufre un periodo de autodestrucción en España y en toda Europa. Le ha cogido de improviso la globalización. No se ha enterado de que la situación de Europa ha cambiado radicalmente.
P.–¿Qué opinión le merece Pedro Sánchez?
R.–No acaba de reconocer que su gestión es muy censurable, que ha apostado por gente que ya era corrupta antes de gobernar y que, además, han tratado de una manera macarra a la realidad y a algunas personas. Esto tiene un coste y no lo quiere asumir. Lo peor es que oigo a algunos dirigentes que dicen: “No podemos convocar elecciones porque ganaría la derecha.” Oiga, pero es que eso es la democracia.
P.–¿Debe dimitir?
R.–La salida posible a la grave situación creada por los casos de corrupción en el PSOE y el Gobierno solo puede concretarse por cuatro vías: moción de censura (el PP no la quiere porque no cuenta con los votos suficientes, aunque hay mociones que se pierden en votos pero se ganan políticamente. Ellos sabrán por qué actúan así); moción de confianza (el presidente no la quiere por el riesgo de perderla); dimisión del presidente (no la quiere porque implicaría un cambio de liderazgo en el partido); y, por fin, disolver las cámaras y convocar elecciones. Esta sería la menos gravosa para la sociedad, en el sobreentendido de que la asunción de responsabilidad por lo ocurrido supondría un cambio de candidato socialista.
Lo mejor sería convocar elecciones con un cambio de candidato socialista
P.–De su papel decisivo en la elaboración de la Constitución no hay duda. Junto a Abril Martorell, por la UCD, lograron limar muchas asperezas y sacarla adelante, algo de lo que habla Ignacio Martínez en estas páginas.
R.–La Constitución de 1978 es el texto más importante escrito por los demócratas españoles en toda su historia.
P.–¿Ha llegado el momento de reformarla?
–Siempre digo lo mismo: no soy partidario de una reforma “de” la Constitución, pero sí de hacer reformas “en” la Constitución. Hay artículos que, claramente, deberíamos actualizar. Por cierto, esa reforma la está haciendo por la puerta de atrás el Tribunal Constitucional. En la sentencia de la Amnistía ha metido algo que modifica muchísimo la Constitución. Me refiero a esa idea de se puede legislar sobre todo aquello que no esté expresamente prohibido por la Carta Magna. Eso no estaba en el texto.
P.–¿España es un ente plurinacional o una nación?
R.–Cuando alguien me dice que España es plurinacional le pregunto que cuántas naciones hay. Ninguno sabe responderme. Es un chiste. El concepto plurinacional es admisible desde el punto de vista cultural, pero no del político. Estamos viviendo un proceso de confederalización. Vamos hacia la confederación.
P.–Hubo un tiempo en que en las casas de derecha se quitaba la televisión cuando salía usted. Era su bestia negra.
R.–Es cierto, pero había otras muchas en las que ponían mi foto encima del aparato. Y ganábamos las elecciones con más del cincuenta por ciento, que no son malas cifras...
P.–Ahora, sin embargo suele gozar de las simpatía de mucha gente de centro-derecha.
R.–Pero yo no he cambiado. Siempre he defendido el mismo discurso. Los que han cambiado son los receptores. Lo que yo decía entonces lo veían algunos como de una radicalidad imposible de aceptar. Y no era verdad. Soy el político más moderado de España. Nunca he tenido ni la tentación de la revolución de los comunistas ni de la falta de institucionalidad de los anarquistas. Siempre he estado en una posición donde lo único que vale es el respeto. Lo decía Fernando de los Ríos: “España necesita solo una revolución, la revolución del respeto.” Siempre he sido muy respetuoso con los demás. Nunca he insultado a nadie. Se me atribuyen muchas frases que no son mías. Algunas son buenísimas.
Se me atribuyen muchas frases que no son mías. Algunas son buenísimas
P.–Como a Churchill.
R.–A Malraux le preguntaron una vez cómo había conseguido convertirse en una leyenda, y contestó: “Porque nunca he desmentido las tonterías que han dicho de mí.” El otro día una persona muy conservadora me dijo: “Ahora le quiere todo el mundo”.
P.–Bueno, algunos me parece que no, fíjese a la izquierda del PSOE
R.–Los calificativos de derecha o izquierda han perdido mucho valor. Qué es eso de la izquierda europea apoyando a Putin, como se ha llegado a ver. Se ha perdido la capacidad de indignarse ante las injusticias. Fíjese en lo de Ucrania o Gaza.
P.–¿Qué opina del auge de la extrema derecha?
R.–La extrema derecha domina mucho en España: Vox condiciona al PP y Junts al PSOE. Es cierto que hay un paralelismo entre los años veinte y treinta y la actualidad. Llevo años llamando la atención sobre el choque que hay entre Hans Kelsen y Carl Schmitt. El primero defendía que la democracia ha de ser representativa, porque es necesario que haya filtros. El segundo era decisionista y le daba una gran importancia al líder, rechazaba el debate parlamentario. Schmitt fue muy importante para la ideología nazi y, lo sorprendente, lo es hoy para Podemos. A eso le llaman izquierda. Yo siempre me opuse a las primarias, porque son una fábrica de cesarismo.
P.–¿De qué se ha arrepentido en su vida
R.–He pensado mucho en mi vida y he llegado a una conclusión general: uno se arrepiente de las cosas que no ha hecho; de las oportunidades que no ha aprovechado. Yo tenía otras ilusiones que iban más allá de la política. De joven, lo que me gustaba eran los libros, la música, la poesía y el teatro... Y dejé todo eso. No lo aproveché. En ese campo podría haber hecho algo. El teatro y la poesía eran mis grandes aficiones. Es probable que me equivocase al optar por la política. Me quise ir de la política en el 77, cuando llegó la democracia. También, y muy especialmente, en 1982, porque yo no quería estar en el Gobierno de ninguna manera. Felipe González y yo tuvimos un mes de discusiones absurdas sobre este asunto. Al final acepté por desesperación ¿Me equivoqué? Puede ser. Eso sí, la política me ha ayudado a forjar una personalidad y he logrado algunas cosas para la nación y evitado decisiones que otros querían tomar. Evitar cosas que no benefician al colectivo es algo muy importante en política...
P.–En resumen...
R.–¿Qué he hecho en la vida? Dos hijos, que me parecen maravillosos. Y un trozo de la Constitución de un país muy torturado durante siglos. Caí en el medio del huracán, que es un privilegio, una suerte. Yo no era un especialista, pero aprendí. Y eso me llena de satisfacción. No hay más. Y ahora tengo el regalo de dos nietos, que es algo inefable. No se puede contar. Es una experiencia verdaderamente excepcional. Mucho más que los hijos. Una cosa que me duele es que desatendí a mis hijos. No me han pasado factura, pero sé que se lo debo.
P.–Ahora está muy volcado en su vocación intelectual y en la labor en la Academia de Buenas Letras.
R.–Estoy dando muchas conferencias culturales y la exposición sobre los Machado creo que ha sido una experiencia importantísima en mi vida y en la de muchos españoles. Ha sido una muestra que se ha visitado con emoción, con lágrimas en los ojos. Cerré el ciclo de conferencias que dimos en la Real Academia Española en Madrid y había un público variadísimo, académicos y gente popular de Vallecas que fue a saludarme. Antonio Machado es como una daga clavándose en la mantequilla. Entra solo. Le gusta a la gente. Lo tienen como un modelo de poeta y personaje íntegro. Yo intento que la recitación de sus versos sea algo sentimental, que penetre en los oyentes. Los dos hermanos eran poetas enormes, cada uno a su manera. Ha sido muy importante el rescate de Manuel Machado. No se puede eclipsar a un gran poeta porque políticamente escribió tal o cual cosa. La gente ha aceptado muy bien este rescate.
P.–La corrupción vuelve a estar de moda debido a las presuntas mordidas de dos secretarios de Organización del PSOE. En tiempos, hubo un caso muy mediático al que se bautizó con su apellido.
R.–Fueron 18 procedimientos y ninguna condena. No había nada. Fue una operación política de tres partidos: PP, Izquierda Unida y Partido Andalucista. En las elecciones siguientes, los tres abogados que llevaron el asunto figuraron en las listas de estos tres partidos. La corrupción es una cosa terrible. El ciudadano pierde la confianza en las instituciones cuando ve que hay gente que se aprovecha del puesto para meter la mano.
P.–Qué opina del caso Cerdán.
R.–Es muy llamativo. Se descubre que un secretario de Organización puede ser corrupto y se le cesa. Bien. Pero después se nombra como sucesor a su compiche... Yo no lo entiendo.
La decisión de trasladar las competencias de vivienda a las autonomías ha sido desastrosa
P.–De la ley de amnistía ya hemos hablado algo.
R.–Lo más grave no es que la sentencia esté equivocada, sino que el que la ha redactado sabe que está equivocada.
P.–Eso es prevaricación.
R.–Fue redactada por sus beneficiarios. En Europa va a haber muchos problemas para justificar esa ley.
P.–¿Cuáles son en su opinión los principales problemas de la España actual?
R.–España tiene problemas graves. El primero de todos es la demografía. No nacen niños, lo que obliga a traer inmigrantes. Es absurdo oponerse a la inmigración y no aumentar la natalidad. Después está la vivienda. Todo el mundo mira para otro lado, pero hay muchos miles de jóvenes y no tan jóvenes que tienen un problema habitacional, que no pueden emanciparse de sus padres o abuelos. Aquí no levanta nadie un bloque. La decisión de trasladar las competencias de vivienda del Estado a las autonomías ha sido desastrosa. Asimismo, el país tiene un problema de productividad, no de producción. Y nadie se ocupa de ello. Dentro de poco puede pasar como en la siderurgia en los años 80, cuando se fabricaba a un precio mayor del que se vendía. Finalmente, está el asunto territorial. En España, en este momento, las decisiones políticas están condicionadas por unos partidos nacionalistas que tienen el 6% de los votos. Hay que buscar una solución que, necesariamente, pasa por hacer cambios en Ley Electoral. Hay que hacer algo para que el 6% no domine sobre el 94%.
También te puede interesar
CONTENIDO OFRECIDO POR SÁNCHEZ ROMERO CARVAJAL
CONTENIDO OFRECIDO POR HOTEL ALFONSO XIII
Contenido Patrocinado
CONTENIDO OFRECIDO POR AMAZON