“El retrato de Bécquer del Museo es el mejor del romanticismo europeo”
José Fernández López | Catedrático de Historia del Arte
Las investigaciones de este trianero han sido muy importantes para el conocimiento de la pintura mural en las iglesias sevillanas durante el siglo XVII y el arte realizado en la ciudad en el XIX Fernando de Artacho: los apellidos más sencillos son los mejores” Luis Miguel Rufino: “Triana es una operación de marketing”

José Fernández López es uno de esos sevillanos con cierta pachorra y humor subterráneo. Habla muy bajo, a veces susurrando, como si estuviese en una iglesia. Del barrio de León, su vinculación con esta “isla dentro de Triana” es tanta que llegó a ser hermano mayor de San Gonzalo, centro espiritual y cofrade del mismo. Catedrático de Historia del Arte y capillita (y viceversa), su despacho es uno de esos de la Fábrica de Tabacos en los que aún prima la madera sobre el plástico, una especie de museo del viejo estilo universitario. Como historiador del Arte ha trabajado, entre otros asuntos, sobre los programas iconográficos de las pinturas murales de Sevilla y la pintura decimonónica producida en la ciudad. Discípulo dilecto de Enrique Valdivieso, escribió con él el libro ‘Pintura romántica sevillana’ (Sevilla, 2011). Su producción historiográfica es amplia, con más de 200 publicaciones individuales y colectivas. Además del ya mencionado, es autor de los libros ‘Lucas Valdés’ (1661-1725) (Diputación de Sevilla), ‘Programas iconográficos de la pintura barroca sevillana del siglo XVII’ (Universidad de Sevilla) y ‘La pintura de historia en Sevilla en el siglo XIX’ (Diputación de Sevilla), entre otros.
Pregunta.–Su despacho es como un pequeño museo sobre el departamento de Historia del Arte de la US.
–De hecho este era el antiguo despacho de don José Hernández Díaz. Rafael Cómez me contó que esta mesa en la que estamos fue de Francisco Murillo Herrera, fundador del Laboratorio de Arte, embrión del Departamento, del que en 2007 se cumplieron cien años. Fíjese en aquella placa, era del antiguo mobiliario de la biblioteca y señalaba la donación a la misma que hizo don Diego Angulo. Ese que ve ahí es el mueble donde se guardaban las diapositivas, lo heredé de mi maestro, Enrique Valdivieso. Guardo también el bloc con los guiones de las diapositivas que usaba para dar sus clases. Hoy, las diapositivas ya no sirven para nada, pero no tengo corazón para tirarlas.
P.–Laboratorio de Arte, curioso nombre...
–Su gran innovación fue el uso de la tecnología de entonces para el estudio de las imágenes: fotografías, proyectores, etcétera... Había un proyector con un cañón enorme al que llamaban Gran Berta, en recuerdo del obús alemán de la Primera Guerra Mundial. Tenemos la suerte de estar en el edificio universitario más bonito de España. Tener una sede universitaria en el centro de la ciudad es una riqueza que no deberíamos perder.
P.–No puedo dejarle de preguntar por la ampliación del Museo de Bellas Artes, esa quimera.
–Es una pena que no se puedan ver muchos de los fondos del museo debido a la limitación de espacio, aunque es verdad que la afluencia de personas a esta pinacoteca es, a veces, demasiado episódica, dependiendo de las exposiciones temporales. Ahora se ha inaugurado una sobre la Caridad que seguro atraerá a mucho público. El arte sevillano es riquísimo y está lleno de hitos. Por ejemplo, este año es el 300 aniversario de la muerte de Lucas Valdés.
P.–El hijo de Valdés Leal...
–No tenía, evidentemente, su calidad, pero es el gran pintor decorativo mural de Sevilla. Es el pintor de los Venerables, la Magdalena, la cúpula de San Luis... Es uno de los grandes especialistas en la cuadratura, una técnica que en Sevilla no se emplea mucho. Ahora, se va a reeditar una monografía que publiqué sobre él, pero haría falta una publicación que estuviese más dirigida al gran público.
Lucas Valdés, el hijo de Valdés Leal, es el gran pintor decorativo mural de Sevilla
P.–La pintura mural barroca es uno de sus principales temas de investigación.
–Sobre todo los programas iconográficos, que son fundamentales para conocer la cultura del momento. El Barroco es un arte programático que, valga la redundancia, necesita de programas iconográficos para narrar la espiritualidad y los planteamientos intelectuales de las órdenes religiosas y las distintas instituciones del momento.
P.–En gran medida, hoy se ha perdido la capacidad de interpretar esos programas iconográficos. Digamos que los templos han enmudecido.
–Antes, personas con muy poca cultura sabían leer perfectamente esos programas iconográficos, pero la desacralización de la vida pública ha ido acabando con esa capacidad. Ahora estoy dirigiendo una tesis que estudia lo contrario, qué medidas tomó la Iglesia sevillana del XIX para contrarrestar esa desacralización. Una de las medidas fundamentales, además de las sociales que emanaron del Vaticano I, fue la fundación de muchas órdenes religiosas docentes tanto masculinas como femeninas, como las Esclavas. Las cofradías también jugaron un papel importante en el freno a la desacralización. También en la conservación del patrimonio histórico de muchas órdenes religiosas.
P.–En cualquier caso, la pintura mural sevillana es uno de nuestros grandes patrimonios.
–Y eso que ha desaparecido mucho de lo que tuvo la ciudad. Aun así se pueden contemplar conjuntos exquisitos, algunos de los cuales pasan desapercibidos, como la bóveda del presbiterio de la Magdalena. Es la exaltación de la Orden de Santo Domingo, con cuatro figuras laterales que representan las cuatro partes del mundo conocidas entonces. La realizó Lucas Valdés, hacia 1710, con perspectiva sotto in sù, como le llaman los italianos, muy poco después de una pintura muy similar realizada en Roma por Andrea Pozzo. Esto indica que a principios del XVIII Sevilla tenía todavía un valor importante como capital artística a pesar de su decadencia.
P.–Usted está muy vinculado al mundo de las cofradías, especialmente a su hermandad de San Gonzalo. Hay una vieja relación entre cofradías y este departamento.
–Es lógico. Aquí hemos tenido y tenemos grandes investigadores sobre la escultura policromada. Yo no me he dedicado a este campo, aunque soy el responsable de la atribución del Nazareno de Mérida a Luis Salvador Carmona, uno de los grandes escultores españoles del XVIII.
P.–Hablando de imaginería policromada es imposible no tratar el asunto Macarena. Usted fue el responsable de la restauración del Señor y la Virgen de San Gonzalo.
–Restaurar una imagen con mucha devoción es muy problemático. Hay que saber navegar entre las decisiones técnicas de conservación y el respeto a la imagen tal y como están los devotos acostumbrados a verla. Cuando restauramos la Virgen de la Salud, como hermano mayor convoqué un cabildo general extraordinario, con tres informes. Escogimos a Pedro Manzano, quien explicó con todo tipo de detalles la intervención. Aquello, gracias a Dios, salió muy bien. Lo mismo se hizo con la restauración de la Esperanza de Triana, a cuya comisión yo pertenecí. Pero, insisto, todo esto es muy complicado.
P.–Se reclama que las grandes imágenes devocionales sean declaradas Bien de Interés Cultural (BIC).
–Estoy de acuerdo. Las imágenes con mucha devoción deberían ser declaradas BIC: Cachorro, Gran Poder, Macarena, Esperanza de Triana... Ya se ha hecho con imágenes como el San José con el Niño de Montañés, que está en Fuentes de Andalucía, o el Cristo de la Vera Cruz de Juan de Mesa, en las Cabezas de San Juan.
Las imágenes con mucha devoción deberían ser declaradas BIC
P.–Otro de sus grandes campos de investigación es la pintura del siglo XIX. Entre sus libros destaca ‘Pintura romántica sevillana’, escrito al alimón con su maestro, Enrique Valdivieso. ¿Hasta qué punto estos pintores fueron responsables de muchos tópicos sevillanos?
–Los pintores románticos sevillanos fueron víctimas del ambiente cultural de la ciudad en el siglo XIX. A mediados de este siglo, Sevilla experimentó un impulso importante, pero también generó muchos tópicos en todos los campos artísticos. Los pintores del XIX ya no podían vivir exclusivamente de los encargos religiosos y se centraron, fundamentalmente, en los retratos, género que experimenta un gran desarrollo gracias al auge de la burguesía, y el costumbrismo que demandaban no solo los viajeros, sino también los propios burgueses y aristócratas sevillanos. Sevilla fue el centro del mito romántico de España.
P.–Esa ciudad industrial de mitad de la centuria es la que Julián Sobrino bautizó como ‘la Sevilla de Pickman’.
–Concurren muchos empresarios (Ybarra, Bonaplata...) y, por supuesto, Montpensier. Fue un momento brillante, pese a que el principio del siglo XIX no fue para Sevilla nada halagüeño. Los únicos cambios urbanísticos que se habían realizado eran los que habían planificado los franceses: el mercado de la Encarnación, las plazas de la Magdalena y Santa Cruz... Murillo tuvo muy mala suerte, porque lo bautizaron en la Magdalena y lo enterraron en Santa Cruz, ambas iglesias derribadas para hacer sus respectivas plazas.
P.–Y dentro de la pintura decimonónica sevillana no podemos dejar de hablar de los Bécquer: José Domínguez Bécquer (padre del poeta y al que llamaban Pepe Bécquer), Joaquín (tío) y Valeriano (hermano).
–Pepe murió muy joven, pero Joaquín se convirtió en un pintor muy interesante técnicamente. Su autorretrato de cazador es magnífico. Valeriano fue extraordinario y creo que con el tiempo se le dará el sitio que se merece. En el Museo de Bellas Artes tenemos el retrato que hizo de su hermano Gustavo, el que se usó para los billetes de cien pesetas. Es el mejor retrato del romanticismo europeo. Tiene un vigor y una fuerza interior expresiva... Por una casualidad, ese cuadro lo encontramos Valdivieso y yo en Sotheby’s, en Madrid, a punto de venderse. Gracias a que Enrique habló con algunas autoridades el Estado lo compró y lo depositó definitivamente en el Museo.
P.–Gustavo Adolfo también hizo sus pinitos.
–No dibujaba mal, pero hizo bien en dedicarse a la literatura.
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