La crónica del Betis - Rayo Vallecano

El Betis alcanza la tierra prometida (1-1)

Los jugadores béticos celebran su clasificación para la final de la Copa del Rey.

Los jugadores béticos celebran su clasificación para la final de la Copa del Rey. / Antonio Pizarro

El Betis vuelve a una final de la Copa del Rey después de 17 años y tienes razones más que sobradas para abrir la espita de la euforia. Los verdiblancos estarán el 23 de abril en la cita definitiva en el Estadio de la Cartuja, justo en el límite entre Sevilla y Santiponce, por la sencilla razón de que se lo han merecido después de un transitar magnífico por la competición, incluida la victoria sobre el eterno rival en los octavos de final. La vuelta contra el Rayo deparó, sin embargo, más sufrimiento del necesario, los visitantes llegaron incluso a ponerse por delante gracias a un zapatazo de Bebé, pero la clasificación llegó de la manera que más gusto proporciona. Gol de Borja Iglesias en el minuto 92 y los más de 50.000 béticos que se dieron cita en el Benito Villamarín pudieron abandonar el recinto con unas caras de felicidad que ni el más realista de los pintores hubiera podido reflejar en un lienzo. Superaban cualquier límite.

El fútbol es así, sólo entiende del resultado final y éste no admite ni la más mínima discusión. El Real Betis Balompié está ya clasificado para la quinta final de su historia en la Copa, del Rey en este caso y antes del Generalísimo o en cualquiera de sus denominaciones. La razón es que se impuso al Rayo Vallecano por un resultado global de tres goles a dos y a partir de ahí ya se puede discutir lo que sea sobre el proceso para alcanzar semejante nirvana.

Porque lo único cierto es que los verdiblancos están ya instalados en un estado máximo de felicidad y lo hicieron por méritos propios, porque marcaron un gol más que el Rayo, en este caso, en el transcurso de los más de 180 minutos que se han litigado durante toda la eliminatoria. Además, ese gol de Borja Iglesias al empujar a puerta vacía un balón que llegaba rechazado iba a provocar una explosión sin igual en las gargantas de todos los que sienten la fe balompédica radicada en el sevillanísimo barrio de Heliópolis.

El Betis, su equipo del alma, se había metido en una final de la Copa del Rey diecisiete años después de que conquistara su segundo título del torneo en el ya desaparecido Vicente Calderón tras una prórroga contra Osasuna. Ahora no tendrán que desplazarse sus más fieles a tantos kilómetros. No hará falta ni siquiera un éxodo, la cita tendrá lugar en el Estadio de la Cartuja, que, seguramente, vivirá el duelo más emotivo desde que fuera inaugurado para un Mundial de Atletismo. Allí, el 23 de abril, comparecerán el Betis y el Valencia en una final sin un favorito claro, pero que sí deja la puerta abierta a los verdiblancos para conseguir su tercer entorchado.

Valga todo este preámbulo antes de analizar lo que se vio en la emocionante noche que gozaron, por el final, porque el resto fue más sufrimiento del deseado, todos los béticos que allí se dieron cita. Más de 50.000, ni más ni menos, tuvieron que pellizcarse durante muchos minutos del choque ante los nervios que transmitía su equipo, un Betis que nada se parecía a la escuadra mandona que había sido capaz de sobreponerse al tempranero gol de Álvaro García en Vallecas para remontar y para demostrar las distancias existentes entre las plantillas de unos y otros y también para evidenciar que el momento de forma de los verdiblancos era infinitamente mejor.

Borja Iglesias marca el gol del Betis. Borja Iglesias marca el gol del Betis.

Borja Iglesias marca el gol del Betis. / A. Pizarro

Esta vez no se repitió el mismo guión. Los hombres elegidos por Pellegrini, con cinco cambios respecto al once que partiera en el derbi en el Ramón Sánchez-Pizjuán (Sabaly, Pezzella, Édgar, Juanmi y Willian José), no fueron capaces de aprovechar la ventaja que traían de la ida para dominar la situación y, de esta manera, haber golpeado de nuevo a un Rayo obligado a arriesgar algo más.

Al contrario, fueron los visitantes los que controlaron el juego, aunque sin arriesgar en exceso tampoco, sólo presionando muy arriba la salida del balón del Betis para obligarlo demasiadas veces a optar por los pelotazos y provocando pequeños cortocircuitos en la máquina de Pellegrini. El Betis se sentía incómodo y, sobre todo, transmitía cada vez más nervios a los suyos.

La primera mitad se acababa con un par de apuntes en el archivo con las notas del cronista. Un cabezazo picado de Juanmi que paraba Luca Zidane (6’) y una llegada de Álex Moreno hasta la línea de gol con centro atrás que se envenenaba para el guardameta rayista tras tocar en un compañero (36’). No hubo absolutamente nada más allá de los intentos de unos y otros por progresar y por imponer los mandamientos tácticos propuestos por sus entrenadores.

Todo quedaba pendiente del segundo periodo y la sensación de angustia parecía cada vez mayor para los anfitriones, para el equipo con más obligaciones lógicamente. Un par de tiros arriba de Canales y William Carvalho, una opción clara de Fekir a las manos de Luca Zidane… Pero no acaba de llegar ni una sola ocasión nítida para adelantarse, la afición apretó con su aliento, pero los nervios cada vez eran más evidentes en todos los aspectos.

Hasta que Bebé prolongó el sufrimiento con un zapatazo de falta directa a la red. El Rayo se había puesto por delante en el minuto 80 y el colchón de seguridad se anulaba. Pellegrini apeló a Joaquín como faro y después permutó a los dos delanteros. Ambos fueron decisivos, con Canales como intermediario. El Betis lograba empatar en el minuto 92 gracias a Borja Iglesias como autor material.

El Benito Villamarín explotó al unísono, los decibelios se dispararon y no era para menos, el Betis estaba ya en su quinta final de la Copa del Rey, se jugará el 23 de abril en el Estadio de la Cartuja, en Sevilla, y allí será cuestión de ganarle al Valencia para prolongar este estado de felicidad. Pero, de momento, todos los béticos, los 50.000 que estuvieron en el estadio y los que lo seguían por la televisión, tienen todo el derecho del mundo a disfrutar de este momento. Claro que sí.

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