En el adiós a un futbolista muy singular
Desde mi córner
El sepelio de Márquez fue una explosión de beticismo con una gran carga emocional
COINCIDÍAMOS frecuentemente junto al río, paseo de Juan Carlos I, y nos transmitía esperanza con "hoy estoy un poquito mejor" aunque estuviera saliendo de una terrible sesión de quimioterapia. Sacaba fuerzas de ni Dios sabe dónde, pues lo cierto es que era complicado mantener el ritmo de su zancada y cuando llegábamos a la depuradora de San Jerónimo nos llevaba un puñado de cabezas de ventaja, era Luis Márquez.
Luis Márquez era una fuerza de la naturaleza desatada que nunca compaginó el físico con el resto de condiciones que hacen falta para ser jugador de élite. Y la verdad es que hasta logró vivaquear en esa élite durante un puñado de campañas tras aquella irrupción de la mano de Juan Corbacho cuando era conocido como Schuster. Rubio y fortísimo, en la cantera era conocido por el sobrenombre de Schuster hasta que decidieron que ya estaba bien de similitudes.
Subió al primer equipo ya como Márquez y con la llegada de Lorenzo Serra encontró el apoyo que necesitaba. Hubo una vez, cuando se iniciaba la carrera del balear en el banquillo bético que Lorenzo le habló tan claramente que Luis iba a ver la luz. "Luisito, si estás en la raya tiene dos opciones. Si te vas por fuera jugarás mucho tiempo en Primera División; como optes por irte por dentro te espera el San Fernando". Y Luis lo comprendió y nunca salió de los planes del balear.
Y recordando estas cosas estábamos en la Magdalena con el ataúd que contenía el cuerpo todavía joven de Márquez. Roto Juan Merino en el adiós al amigo del alma, llorando Serra por dentro y sin ni siquiera poder abrir los ojos Rafael Gordillo, se iba toda una época del, por siempre y para siempre, Real Betis Balompié. Y se recordaba el gol en El Plantío o aquella pelota que traspasaba la portería del Atlético de Madrid en una volea portentosa. Adiós, Luisito, amigo.
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