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Existe una antigua creencia de que cuando el tiempo meteorológico va a cambiar, pueden originar o empeorar los dolores musculares y articulares. Esto, generalmente, suele pasar cuando va a llover, caen las temperaturas o varían los niveles de humedad. Sin embargo, a pesar de la frecuencia con la que se respalda esta justificación de que los cambios en el clima están asociados a los cambios en la salud musculoesquelética hay investigaciones que resultan contradictorias.
En este sentido, ha tenido lugar el primer estudio con el que se ha evaluado los datos de otros que han sido diseñados específicamente para observar el papel que tienen los factores de riesgo transitorios y modificables, como el clima, en los síntomas musculares y articulares. Los investigadores dicen que lo que han podido averiguar hasta la fecha, "desacredita" un mito médico común y al mismo tiempo hacen una advertencia a los pacientes para que no confíen plenamente en que el clima interfiere en las opciones de tratamiento cuando padecen ciertas enfermedades.
La autora principal del estudio, la profesora Manuela Ferreira de Sydney Musculoskeletal Health, una iniciativa de la Universidad de Sydney, asegura que: "Nuestra investigación desafía ese pensamiento al mostrar que, llueva o haga sol, el clima no tiene un vínculo directo con la mayoría de nuestros dolores y molestias".
La osteoartritis de rodilla o cadera fueron las afecciones más comunes en las que se pudo observar esta influencia, seguidas del dolor lumbar y la artritis reumatoide. La revisión encontró que los cambios en la temperatura del aire, la humedad del aire, la presión y la lluvia no parecen aumentar el riesgo de síntomas de dolor de rodilla, cadera o zona baja de la espalda.
"Al buscar prevención y alivio del dolor, tanto los pacientes como los médicos deben centrarse en cómo controlar mejor la afección, incluido el control del peso y los ejercicios, y no centrarse en el clima y dejar que influya en el tratamiento", concluye Ferreira.
Si bien es cierto que algunas investigaciones sí han manifestado que las altas temperaturas y la baja humedad pueden duplicar el riesgo de un brote de gota y se ha demostrado que el clima cálido podría provocar deshidratación y un aumento de la concentración de ácido úrico en personas con gota.
Este fenómeno ha sido bautizado como meteorosensibilidad que quiere decir que algunas personas tienen cierta sensibilidad a los cambios meteorológicos y por lo tanto manifiestan una sintomatología física y mental. Los cambios están ahí y quedan reflejados, pero la profesora Ferreira manifiesta que esta relación no queda tan patente cuando el dolor se refleja en una patología musculoesquelética crónica.
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