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Psicología
En la infancia, la estabilidad familiar garantiza la estabilidad emocional. Y no estamos hablando solo de la violencia desmedida o un núcleo familiar distante. En ocasiones, simplemente, los desacuerdos de pareja se resuelven gritando, insultándose mutuamente e hiriendo al otro. Estas actitudes que están más extendidas de lo que cabría imaginar, tienen una víctima silenciosa en todo el proceso: los hijos. La conflictividad entre padres puede influir negativamente en la adaptación social de los hijos tanto en términos de conducta como de estabilidad afectiva, dependiendo de la intensidad, frecuencia y exposición a estos acontecimientos. Pero, ¿cuáles son las secuelas más frecuentes?, y ¿cómo identificar si esta circunstancia es la raíz del problema? Los expertos dan las claves.
Los niños que viven en entornos familiares donde son habituales las discusiones no resueltas o las peleas, tienen un elevado riesgo de padecer trastornos emocionales profundos. Asimismo, se puede traducir en secuelas físicas y del desarrollo. Entre las secuelas más comunes están:
La imitación va más allá del plano del habla y cuando los niños ven a sus padres relacionarse entre sí, fijan un punto de referencia para su propio futuro. Más aún si estas enseñanzas vienen de sus referentes primarios.
El primer problema aparece a la hora de resolver los conflictos. No lo harán de una forma afectiva, educada o respetuosa con el otro. Lo hará siguiendo un ejemplo donde prima las discusiones violentas e incluso las faltas de respeto. Por tanto, las herramientas para resolver situaciones conflictivas y la gestión emocional serán deficientes.
Además, según varios estudios realizados entre más de 2000 jóvenes en la Universidad de Cambridge, los hijos de padres que discutían a menudo tenían una mayor tendencia a padecer trastornos por hiperactividad, depresión, bipolaridad o esquizofrenia.
En este sentido, el autocontrol también puede verse limitado. La explosividad, los impulsos, la irascibilidad o el poco control de la ira, son factores que pueden influir en su comunicación en pareja, en el trabajo o en entornos sociales. Asimismo, les costará aceptar normas o trabajar en equipo. Aceptar la opinión contraria del otro, trabajar bajo presión o tener una figura autoritaria, puede desencadenar situaciones a las que no sepan enfrentarse o gestionar de manera moderada.
Cabe destacar, eso sí, que las discusiones además de naturales son muy sanas. Ahora bien, el punto de inflexión se encuentra en las formas y la manera de resolverlos. Esto marcará también la diferencia en el futuro de los hijos y su comportamiento adulto. Que los hijos vean discusiones entre sus padres puede ser positivo siempre y cuando estas sean de intensidad moderada y terminen en un acuerdo. De este modo, los niños sí que pueden aprender a manejar el arrepentimiento y la negociación.
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