Borja Vilaseca (escritor y activista educativo): "Hay como una obsesión enfermiza con ser felices"

Investigación y Tecnología

A veces la felicidad no llega cuando todo está bien, sino cuando dejamos de luchar por controlar lo que no depende de nosotros

Un psicólogo sevillano explica que el agotamiento nos limita para ser felices: "Tenemos menos ilusión por las cosas"

Borja Vilaseca
Borja Vilaseca / @borjavilaseca

Ser feliz es una meta que perseguimos muchos de nosotros. Creemos que cuando tengamos ciertas cosas a las que aspiramos, lograremos conseguir esa deseada felicidad: cuando estemos de vacaciones, cuando tengamos un trabajo, el año que viene... Desde pequeños nos enseñan que ser felices requiere esfuerzo porque así conseguiremos lo que no tenemos y que cuando lo tengamos seremos más felices. Pero ¿y si la felicidad no estuviera en lo extraordinario, sino en lo cotidiano? ¿Y si, más que buscarla afuera, la clave estuviera en aprender a mirar hacia adentro?

El escritor y activista educativo, Borja Vilaseca, autor de varios libros, entre ellos, Ser feliz es fácil. El método más simple para disfrutar de la vida explica que "está mal visto ser infeliz" porque "hay como una obsesión enfermiza con ser felices. Sin embargo, paradógicamente somos más infelices". Para Vilaseca (@borjavilaseca), la verdadera felicidad está en hacer un trabajo de introspección que, a su vez, implica una honestidad con nosotros mismos para conocernos y que "la felicidad emerja de forma natural desde dentro". En este contexto, a través de pequeñas prácticas diarias, de una atención plena y una mayor conexión con uno mismo, es posible construir una vida más plena y auténtica, sin necesidad de grandes logros ni momentos espectaculares.

La alegría de lo cotidiano

Vivimos en una cultura que valora lo inmediato, lo novedoso y lo espectacular. El problema es que eso nos puede hacer insensibles a los pequeños placeres de cada día: el aroma del pan recién hecho, el calor del sol en la piel, una risa compartida, una conversación tranquila. La felicidad, más que un objetivo grandioso, es muchas veces una colección de instantes sencillos que pasan desapercibidos si no estamos atentos.

Aprender a disfrutar del presente implica desacelerar. No necesariamente en el sentido literal de hacer menos cosas, sino de estar más presentes en lo que hacemos. En lugar de desayunar revisando el móvil, ¿qué pasa si simplemente saboreamos ese primer sorbo de café? En vez de caminar con la mente llena de listas y pendientes, ¿qué ocurre si prestamos atención a los árboles, a los sonidos o al ritmo de nuestros pasos?

La práctica de la atención plena, conocida también como mindfulness, nos invita justamente a eso: a estar aquí y ahora, con los cinco sentidos, sin juzgar. No se trata de hacer que cada momento sea especial, sino de darnos cuenta de que ya lo es. A menudo, la felicidad no necesita más que ser notada. Además, cuando empezamos a valorar las pequeñas cosas, se abre un espacio de gratitud y esta, según numerosos estudios de psicología positiva, está íntimamente relacionada con el bienestar emocional. Agradecer lo que sí está presente (aunque no sea perfecto), nos conecta con la abundancia de lo real y no con la escasez de lo idealizado.

El refugio interior

Así como aprendemos a reconocer la belleza en lo externo, también podemos entrenarnos para encontrar paz en nuestro mundo interior. Porque si bien el entorno influye, gran parte de la felicidad nace del modo en el que interpretamos lo que nos ocurre, de cómo nos hablamos a nosotros mismos y del tipo de relación que cultivamos con nuestra propia mente. Una vida feliz no está exenta de dificultades, pero sí puede estar acompañada por una actitud serena y compasiva. La autoaceptación es una pieza clave, es dejar de luchar contra lo que somos, soltar la autoexigencia excesiva y darnos permiso para sentir, para fallar, para descansar. No se trata de conformismo, sino de una base sólida desde la cual crecer mediante el aprendizaje que extraemos de lo que nos sucede.

Las prácticas de meditación, respiración consciente o simplemente momentos de silencio pueden ayudarnos a reconectar con nosotros mismos. En un mundo lleno de estímulos, aprender a estar a solas sin distracciones puede parecer incómodo al principio, pero poco a poco se convierte en un espacio de calma invaluable. Cultivar esa paz interior también significa revisar nuestras creencias sobre lo que "debería ser" para darnos cuenta de cuánto sufrimiento viene de la resistencia. A veces la felicidad no llega cuando todo está bien, sino cuando dejamos de luchar por controlar lo que no depende de nosotros.

Al final, mirar hacia adentro no es desconectarse del mundo, sino todo lo contrario: es encontrar un centro desde el cual relacionarnos con más claridad, empatía y autenticidad. Desde ese lugar, los momentos cotidianos se vuelven más sabrosos, las relaciones más honestas y la vida más liviana.

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