Las heridas invisibles del Coronavirus: "Empezamos a ver cómo las urgencias se llenaban de patologías de salud mental de menores"

Investigación y Tecnología

Mientras los adultos luchaban con la ansiedad y la depresión, fueron los menores quienes sufrieron el golpe más duro

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Secuelas del Coronavirus
Secuelas del Coronavirus / Freepik

"En el día de hoy, acabo de comunicar al Jefe del Estado, la celebración mañana de un Consejo de Ministros extraordinario para decretar el Estado de alarma en todo nuestro país, en toda España, durante los próximos quince días". Así comenzaba la rueda de prensa el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tal día como hoy, 13 de marzo del año 2020 para anunciarnos que debíamos permanecer en nuestros domicilios dos semanas.

Pero todos sabemos que no fueron quince días, sino meses de encierro, de contacto físico cero y más contacto virtual, de muertes, de despedidas (quien las tuviera) y muchas secuelas psicológicas para quienes lo vivieron en primera línea, para los que estuvimos encerrados y para uno de los colectivos más vulnerables: los jóvenes.

De repente, el mundo como lo conocíamos hasta ese momento se paró y dimos paso a otra forma de vida. Una parte de nosotros murió aquel día porque ya nada volvió a ser igual para ninguno de nosotros. Lo que nadie imaginaba era las heridas invisibles que dejaría aquella pausa forzada que si algo puso de manifiesto, fue la fragilidad de nuestra salud mental. Mientras los adultos luchaban con la ansiedad y la depresión, fueron los menores quienes sufrieron el golpe más duro. Su bienestar psicológico quedó relegado a un segundo plano mientras se enfrentaban a un confinamiento prolongado, la ausencia de relaciones sociales y la alteración de sus hábitos diarios.

Hoy, cinco años después, es momento de analizar las secuelas emocionales de esta crisis sin precedentes y la manera en que ha cambiado nuestra forma de abordar la salud mental infantil y adolescente.

El aumento de los trastornos mentales: un fenómeno esperado

Antes de la pandemia, España no presentaba grandes diferencias con otros países en términos de salud mental en la población adulta. Sin embargo, ya se vislumbraba una tendencia al alza en trastornos como la ansiedad, el estrés y la depresión. La llegada del COVID-19 aceleró esta evolución, aunque no en la magnitud que algunos expertos auguraban. Si bien los adultos experimentaron un incremento en la demanda de consultas psicológicas y en el consumo de ansiolíticos y antidepresivos, no se vivió un desbordamiento absoluto del sistema de salud mental.

"Para los menores, esta transformación fue devastadora"

Por el contrario, la realidad de los menores fue mucho más alarmante. La crisis sanitaria exacerbó problemas preexistentes, como los trastornos de alimentación, la autolesión y las conductas suicidas. La infancia y la adolescencia, etapas fundamentales para el desarrollo emocional, quedaron marcadas por una sensación de aislamiento y vulnerabilidad extrema.

"Digamos que fue como la gota que colmó el vaso, un vaso que ya estaba lleno y se desbordó (…) Al principio de la pandemia veíamos casos de adultos pero después del primer pico gordo, empezamos a ver como las urgencias se llenaban de patologías de salud mental de menores, algo a lo que no estábamos acostumbrados", afirma la coordinadora del Comité de Salud Mental de la Asociación Española de Pediatría (AEP), Paula Armero, en una entrevista para EFEsalud.

Especialistas en psicología y psiquiatría advierten que el confinamiento no fue la única causa de este fenómeno, pero sí un factor de estrés que agravó una situación ya de por sí delicada.

Un confinamiento que lo cambió todo

El estado de alarma y las estrictas medidas de confinamiento impuestas en 2020 supusieron un reto sin precedentes para la estabilidad emocional de millones de personas. En cuestión de días, la vida se redujo a cuatro paredes, y las interacciones sociales se limitaron a las pantallas. Para los menores, acostumbrados a la escuela, el juego y la exploración del mundo exterior, esta transformación fue devastadora.

El impacto fue especialmente severo en los adolescentes, quienes vieron truncadas sus relaciones con amigos y su desarrollo social. La incertidumbre y el miedo impregnaron cada aspecto de sus vidas, provocando angustia, irritabilidad y un aumento en los episodios depresivos. Para los niños más pequeños, la alteración de las rutinas generó regresiones en su comportamiento, con más rabietas, dificultades en el sueño y problemas en la adaptación a la nueva normalidad.

"Uno de los avances más significativos ha sido la puesta en marcha del primer plan nacional para la prevención del suicidio"

Además, ciertos grupos se vieron aún más perjudicados: las mujeres, que asumieron una mayor carga de cuidados; las víctimas de violencia de género, que quedaron atrapadas con sus agresores; el personal sanitario, que vivió en primera línea el horror de la pandemia; y, por supuesto, los menores, cuyos problemas emocionales pasaron desapercibidos durante mucho tiempo.

Un despertar en la atención a la salud mental

Si bien la pandemia dejó secuelas profundas en la salud mental de los menores, también generó un cambio de paradigma en la manera en la que la sociedad percibe este problema. Antes de 2020, la salud mental rara vez ocupaba un lugar prioritario en la agenda política y sanitaria. Sin embargo, el aumento de trastornos y el sufrimiento generalizado obligaron a los gobiernos a reaccionar.

"Es fundamental seguir invirtiendo en la salud mental infantil y adolescente"

En España, uno de los avances más significativos ha sido la puesta en marcha del primer plan nacional para la prevención del suicidio, una iniciativa que busca combatir una de las principales causas de muerte no accidental en jóvenes. Además, se han destinado más recursos para la atención psicológica en centros educativos y se han incrementado las campañas de concienciación sobre la importancia del bienestar emocional.

A pesar de estos esfuerzos, los especialistas coinciden en que todavía queda un largo camino por recorrer. La pandemia visibilizó una crisis silenciosa que llevaba años gestándose, y aunque las medidas adoptadas son un paso en la dirección correcta, es fundamental seguir invirtiendo en la salud mental infantil y adolescente. Porque las heridas invisibles que dejó el COVID-19 no se curan con el tiempo, sino con atención, recursos y un compromiso real por parte de toda la sociedad.

Fuentes bibliográficas:

EFE Salud (2025, 12 de marzo). Salud mental y pandemia: los menores se llevaron la peor parte

El País Youtube (2020, 13 de mazo). Coronavirus | El Gobierno decreta el Estado de Alarma

Sociedad Española de Psicología Clínica (ANPIR).

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