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Tenebrario

  • Su nombre sigue señalando el espíritu de este viernes de contrastes, de luz y oscuridad

El paso de misterio de las Tres Necesidades de la Hermandad de la Carretería.

El paso de misterio de las Tres Necesidades de la Hermandad de la Carretería. / D. S.

EN En otra época fue elemento principal de una liturgia rica, hermosa, profunda; plena de signos y significados que eran perfectamente entendibles por todos los que participaban en la celebración del Triduo Pascual. Cada Viernes Santo ocupaba un sitio preminente. Los cirios encendidos se iban apagando, uno a uno, conforme las lamentaciones del sochantre llenaban de angustia y tristeza las naves de los templos. Hoy los tenebrarios han quedado convertidos en preciosas reliquias, inútiles en su función; más un estorbo por su aparatosidad que una obra de arte de la que muy pocos conocen su uso y solo un puñado de estudiosos el papel que ejercía en los oficios del día.

Sin embargo, su nombre sigue señalando el espíritu de este viernes de contrastes, de luz y oscuridad, de claridad y de sombras, de verdad y duda, de fe y razón, del negro testigo de la muerte y del blanco inmaculado de la cuna donde tendrá su primer reposo el Hijo de Dios; el mismo que calla porque duerme, porque ha pronunciado, ha gritado sus últimas palabras colgado del madero para canonizar al primer santo de la Iglesia, para rebelarse contra al Padre, para, al fin, tender la mano al género humano acariciándolo con un último sermón de misericordia, para certificar que el mañana no será un pozo tenebroso de vacío sino la plenitud de un amanecer diáfano y alegre.

El tenebrario de la Catedral de Sevilla. El tenebrario de la Catedral de Sevilla.

El tenebrario de la Catedral de Sevilla. / D. S.

Pero eso será mañana. Hoy la ciudad se despereza indolente, lenta, como si viniera de un sueño irreal, de un onírico viaje al interior de ella misma, a sus orígenes y a su futuro. Lo tenebroso, lo serio, lo solemne se apodera del aire y nos envuelve en una niebla perturbadora. Hoy, acompasado por la cadencia lúgubre de algunas matracas (pocas) todo es distinto; los sonidos, las túnicas, el tránsito lento y parsimonioso de las cofradías. Hoy el polvo de los siglos descansa indiferente sobre estos hombres y mujeres que dan vida a hermandades que formaron y transformaron, una y cien veces, el núcleo de la Semana Santa que hoy conocemos. Hoy el barroco y lo clásico, el romanticismo y la modernidad se mezclan en un crisol de tesoros heredados como resumen de lo que fuimos.

Prueba de ello son las grandes imágenes de nuestros titulares que hoy se apoderan de la ciudad; expresivas, hirientes, interrogadoras sobre nuestra realidad de hombres. Por eso traspasan la belleza y nos señalan al corazón y a la mente, por eso subyugan y nos hacen volver la mirada hacia arriba, por eso abrazan el alma y nos acogen con piedad, por eso tienen la capacidad de convertirnos y de convertir la urbe intransitable en la casa común donde vivir de forma pausada, a la espera de la luz del domingo de todos los siglos, la tarde de los ritos íntimos.

Muchos de esos ritos comunes asociados a los días grandes de la Semana Santa se han perdido y se siguen perdiendo indefectiblemente cada año. En nuestra provincia, desde hoy hasta la Pascua se desarrollarán, con la misma espontaneidad de siempre, verdaderas reliquias de la religiosidad popular, desde el impresionante velatorio de Lebrija a los descendimientos, los encuentros y, por supuesto, las grandes fiestas de Resurrección. Sin embargo, en la capital hace tiempo que se “romanizó” la Semana Santa, que perdió toda la sencillez, la improvisación, la gracia y la humildad de los siglos para convertirse en algo milimétricamente reglado.

Hemos convertido nuestra Semana Santa en el tiempo de lo inmediato, de la norma, de lo regulado, de lo tangible; sin embargo, este viernes en que Dios nos deja huérfanos de su presencia, recuperamos el instante de la esperanza cierta, de la fe sólida, del amor confiado. En esta tarde, cuando se apaguen definitivamente los monumentos en las parroquias, cuando Triana contenga su idiosincracia en el gran día del barrio, cuando los cárdenos cielos del Aljarafe se acunen entre los brazos abiertos del Dios que expira y el reguero de los hijos de los toneleros alcance pesadamente las entrañas del Arenal, se habrá cumplido inexorablemente la Alianza de Dios con el hombre y de las hermandades con la ciudad. Laus Deo.

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