De Rocío del cielo a Rocío Coronada

Crónica

La dolorosa de la hermandad de la Redención convierte una madrugada de verano en un éxtasis rociero

A las 4:42 traspasó el palio el umbral del dintel de Santiago

Paseo triunfal por Sevilla de la Virgen del Rocío coronada

Gonzalo Pérez Oliver, candidato a hermano mayor en San Gonzalo

La Virgen del Rocío recorrió la ciudad en una procesión cargada de simbolismos
La Virgen del Rocío recorrió la ciudad en una procesión cargada de simbolismos / Hermandad

Es un sonido que se produce y convoca de la manera más elemental posible, pero encierra prácticamente una manera y un modo de ser. Sucede que tocar las palmas manifiesta un profundo sentido de pertenencia, y es un sincerísimo método que guardamos a la hora de expresar, generalmente, felicidad. Cuando cercana la medianoche la Plaza del Salvador bramó con palmas por bulerías, o cuando la calle Laraña la recibió por tangos isleños, aquel paso de palio entendió la emotividad del gesto y la Virgen del Rocío, como una amapola encendida en el pasto del verano, iluminó abiertamente sus pupilas, sus labios...

El día se había resistido a marcharse; cuando la amarillenta candelería se convirtió en el único punto de fuga de la larguísima avenida, por los aleros se deslizaban las últimas luces del 5 de julio, fecha en que la ciudad de Sevilla renombró y apellidó con el hermoso adjetivo de coronada a la Virgen penitente de Pentecostés, aquella que en unos embrionarios años sesenta materializó el anhelo de un grupo de osados cofrades, bajo un palio liso, azul, un mediodía de Lunes Santo. Del sol de la vieja calle Lanza al sol propio de sus bambalinas, que como campanas sin cuerda abanican y sombrean los muros de Santiago. Esas caídas poseen una unidad de medida propia, y según batan, estaremos más o menos contentos, nos ubicaremos más o menos solemnes.

Cuajada de nardos, joyas y palomas, como una procesión patronal -a su pueblo y a su gente se debe-, desde un primer instante la carta de presentación fue la idea de algo distinto, personal, con sello; que no se convirtiera en algo más, que se recordase como su coronación, guste más o menos. En estos tiempos de lupas y exámenes se agradece el tomar la verdad por delante, el no traicionarse, el no dejar camino por la vereda de la corrección. Pudiéramos incluso dividir la procesión triunfal en dos mitades diferenciadas: la más romera, la más rociera en la más almonteña de las acepciones (hermana mayor honoraria y madrina) al formato más nuestro, más propio, más local, que tampoco se debe ni se puede desviar el carácter pasionista de nuestra raíz. De los pasodobles con reminiscencias parisinas en la Plaza Nueva a las salves de los tamborileros, de himnos o el canto que evoca el Lunes por la mañana, de las verdes bengalas en la calle Imagen (elemento común y recurrente en procesiones de gloria de antaño) al trío de Pasa la Macarena en San Pedro extraordinariamente interpretado por la potentísima, clásica e intratable Cruz Roja, quizás uno de los fotogramas musicales con más sabor entre la generosa hojarasca de los incesantes cascabeles. De la agrupación nada que no se haya dicho ya...

Y así el reloj marcó las dos de la madrugada, y así que se iluminó -en el cielo y en las fachadas- la calle Dormitorio, que se convirtió en pórtico festivo y jubiloso del barrio de Santiago, que recibió después de una semana a su Virgen del Rocío, decidida y categórica. Fuegos de artificio y una apabullante lluvia de pétalos de rosa adornaron ese instante capital de la procesión, que mantuvo siempre la atención y compañía de los fieles cofrades, venidos incluso de diversas partes de Andalucía e incluso España. Las tertulias a la orilla del mar pueden esperar. Una coronación es una vez en la vida.

En la recoleta Pila del Pato se entrecruzaban infinitas motivaciones, distintos perfiles sociales que confluían, quisieran o no. Las turistas asomadas a la ventana, en ropa ligera, cuyo sueño había sido interrumpido por un evento quizás no programado en sus agendas pero de altísimo valor viajero; la abuela que espera a los niños del primer tramo; los adolescentes que se valen de la capa de la madrugada para aguantar su vuelta a casa; la pareja que se abraza, los amigos que buscan el último de los tragos, las manoletinas que asoman de los bolsos, las corbatas que airean las sofocadas tráqueas... El microcosmos de una cofradía en la calle, de una coronación en verano.

Asomándose las manecillas a las cinco de la mañana, ese tramo en el que nada importa más que vivir y entregarse, la Paloma Blanca de Santiago volvió a cruzar su mirada negra y profunda con la del Señor de la Redención. La exigida pero disciplinada cuadrilla, que ofreció una lección de delicadeza y armonía, posó los cuatro zancos sobre un mármol que devolvía las pálidas luces de la cera ardida. Así se consume lo imposible: sabiendo que ha ocurrido. La Virgen del Rocío, en Sevilla, sí es obra humana. La obra más perfecta y hermosa de toda una hermandad. De la hermandad del Rocío Coronada.

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