Semana Santa Sevilla 2022

La salida de San Bernardo : Quédense con lo auténtico

  • Cruzar el puente de los bomberos es atravesar la frontera entre la ciudad entregada al turismo de velador y el barrio que cada Miércoles Santo regresa a su infancia

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Un cielo azul recibe al Cristo de la Salud tras salir de la parroquia de San Bernardo.

Un cielo azul recibe al Cristo de la Salud tras salir de la parroquia de San Bernardo. / Antonio Pizarro

Es Miércoles Santo. No porque lo diga el calendario, que también, sino porque en la calle San José hay una hilera de taxis parados mientras que los turistas bajan de ellos. Llegan para el puente festivo. Su ropaje cómodo (seamos bondadosos) y sus maletas sonoras los delatan. Buscan los hoteles y pisos de la zona que han reservado. El que esto escribe se dirige, libreta en mano –no acabo de acostumbrarme a tomar datos en el teléfono móvil–, hacia San Bernardo, pero antes pasa por delante de Santa María la Blanca. La que fuera sinagoga judía tiene a su alrededor un paraíso del visitante. Veladores ocupados por clientes de piel blanquecina que se tuestan al impetuoso sol que ha salido en esta jornada y que hace olvidar el agua caída días anteriores (y su consiguiente polémica, en la que no han faltado pontificadores entregados a la causa, como siempre ocurre en debates cofradieros).

Siempre me gustó venir a este arrabal cuando llega lo que los cursis de la palabra denominan “ecuador de la Semana Santa”. Atravieso el famoso puente y parece que uno entra en otro mundo. Una isla que ha quedado al margen del desarrollo urbanístico de zonas aledañas (no de la especulación, que eso es otro cantar). El bar El Miguelete y la Peña Bética aglutinan ya a un buen número de sevillanos que refrescan el gaznate cuando el reloj apenas supera la una de la tarde.

La calle Ancha tiene hoy esa impronta de arteria principal de pueblo en día grande. Zaguanes abiertos, balcones engalanados, vecinos que sacan sus mejores galas y sillas en las puertas para los de mayor edad. Es una reliquia de autenticidad en una fiesta cada vez más sofisticada y, por qué no decirlo, hortera.

La certera patria

De buenas a primeras me veo envuelto en la calle Santo Rey por una mar de capas negras. El templo embulle los nazarenos. Me recibe, al llegar, José Manuel Gallardo, algabeño con 30 años de antigüedad en la tercera del Miércoles Santo. Ocupa ya el octavo tramo de Cristo. La noche entera que ha pasado con los pies en remojo no le impide acudir a esta cita anual. También veo a la actriz y locutora Amalia Sánchez, quien pasó su infancia y juventud a la sombra del campanario del barrio. Esta mañana se reencuentra con esa patria certera de la que habló Rilke, poeta austriaco que, a pesar de vivir un poco “retirado” de San Bernardo, sabía que la niñez era la nación a la que todos los vecinos del viejo arrabal vuelven cuando llega el mejor miércoles del año. Y a lo lejos diviso a Carmen Mora, que debuta bajo el antifaz.

En esta cofradía no hace falta recurrir al programa de mano ni a la Wikipedia para acertar el nombre de las flores. Clavel, lirio y azahar. Sin más inventos (por llamar de manera amable lo que se ve estos días en algunos pasos). Una estampa que siempre se espera y nunca defrauda. Mientras contemplo al Cristo de la Salud me saluda Paco Rojas, hermano de Montserrat y San Bernardo, corporación a la que se vincula por la Escuela de Cristo de la Natividad, donde recibió culto el crucificado hasta que se convirtió en titular y emblema del barrio.

San Bernardo hace frontera con el puente y la antigua Fábrica de Artillería. Aguantando estoicamente bajo el sol está el pelotón correspondiente, una expresión que me corrige de inmediato uno de los artilleros. “Son dos escuadras de batidores de la RAAA 74, la única unidad de Artillería que hay en Sevilla y que antes estaba en el RACA 14”, me explica este joven, que, “por disciplina”, no quiere dar su nombre. Cada escuadra –formada por un cabo y seis artilleros– se sitúa detrás de cada paso. Sus uniformes son de la época de Alfonso XIII, uno de los reyes más cofradieros que ha tenido España.

De generación en generación

Con tanta charla, el paso del crucificado ya está en la puerta. Le toca cubrirse ahora con el antifaz a Rafael Saavedra, que sale de penitente. Empezó a vestirse de nazareno de la mano de su padre. Ahora lo hace acompañando a su sobrino, José Manuel Roales. Su madre, también del barrio, era vecina de la calle Tentudía. La única etapa en la que no vistió el hábito penitencial fue cuando formó parte de la banda de la Exaltación, en la cruz de guía. San Bernardo traza su vida.

Como también lo hace en la de Rosario Maqueda, “un apellido muy del barrio”, defiende. Acompaña a su madre, a la que la hermandad le ha reservado una de las sillas dispuestas en el porche de la parroquia. El sobrino de Rosario, con 19 años, vive en Almería y se desplaza cada Miércoles Santo para salir de nazareno. “Es el día del reencuentro. Hoy es cuando me veo con todas las primas con las que no me reúno nunca”. Una Navidad con sol de primavera. Aunque sin pavo ni huevo hilado (sí, soy adicto a este manjar llegada la fecha).

El calor aprieta lo suyo. Busco la sombra en el interior del templo. Carlos Villanueva ya ha llamado a sus hombres. Se levanta el paso de la Virgen del Refugio. Brilla la saya realizada con un capote de paseo de Pepe Luis Vázquez. Los costaleros echan el cuerpo a tierra para salir. Sólo se oye la voz del capataz. Al fin está en la calle. La escuadra de Artillería se coloca detrás. La luz lo impregna todo. En la calle Ancha hay globos, un hombre que pregona botellas de agua fría y ambiente de día grande. Es San Bernardo. Quédense siempre con lo auténtico.