Sevilla se entrega al Sagrado Corazón de Nervión

No leerán ustedes en estas líneas el tan recurrente y poco práctico "Sevilla descubre a...". Porque no hay nada que descubrir. Nuestra ciudad es proclive, por diferentes factores y motivos, a una serie de advocaciones que las siente como suyas, como propias, incardinadas en un imaginario devocional con pilares inamovibles. Aunque el "género" penitencial ocupa la mayor demanda espiritual, nos atrevemos a afirmar que hay una serie de imágenes gloriosas que conmueven especialmente la fe del sevillano.

Y una de esas imágenes es la del Sagrado Corazón. Basta pasarse un día de misa por Nervión. Desde que llegó al barrio -con una talla tan soberbia se juega a favor, todo sea dicho-, el viernes posterior al Corpus siempre ha sido un día especial en esta zona, si bien su devoción se extiende por los confines de la ciudad. Tanto es así que la Archidiócesis, hace ya 125 años, consagró esta advocación para sí, como símbolo de admiración al amor incondicional que Jesús desplegó por la humanidad.

A las ocho de la tarde, bajo un sol implacable, se puso en marcha el cortejo que en esta ocasión, de manera extraordinaria, se despediría de su barrio por unos días para poner rumbo a la Catedral. El atardecer, de un naranja cálido y doliente, fundía sus bronces mediterráneos en el fuego amigo de un corazón que parecía palpitar en las sienes y en los espíritus. Son estampas que se graban y permanecen indelebles en las retinas y los espacios. ¡Cómo subía el puente de los bomberos! ¡Qué sabor tan cofradiero en el arrabal de la Alfalfa, San José, Santa María la Blanca!

Cayó la noche al pasar la Candelaria y el centro todo se congregaba para acompañar al Sagrado Corazón, que pasó por la Plaza de San Francisco como hace 25 años. Se cruzó con otra advocación de incontestable razón sevillana: la Pastora. Al filo de la medianoche, la hendidura de piedra de San Miguel se iluminó con la sola presencia de la imagen, que tras de sí dejaba en el aire una atmósfera de paz tan humana como divina.

Esta noche, a las nueve, se renovará ese voto de la Archidiócesis al Sagrado Corazón: el de los almanaques, el de las estampas en las carteras, el de las primeras tardes de un verano que arrasa. Sevilla no ha descubierto al Sagrado Corazón. Se ha entregado a él por completo.