La Virgen de los Desamparados de San Esteban de costero a costero en una entrada de los años noventa
El palio encara los metros finales de su estación de penitencia con "Pasan los campanilleros"
Este puntual modo de andar era una práctica habitual en algunos pasos de palio
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No por ser una cuestión estudiada y tratada de manera académica en multitud de ocasiones pierde su vigencia, su actualidad y su aplicación en la sociedad del hoy. El carácter irrepetible y marcado del pueblo andaluz ha condicionado, a lo largo de la historia, la celebración de la Semana Santa, una de las fiestas trascendentales y más participadas de nuestra tierra. Más allá de las particularidades de cada provincia -en lo estético, en lo visual, en lo ritual- lo cierto es que existe un denominador común que influye de manera directa en el comportamiento del andaluz para con la Semana Santa. Lo serio -que no triste-, lo alegre, lo popular, lo humilde, lo sincero, lo humano, lo instintivo... Todo converge en la identidad andaluza, que a su vez revierte en las celebraciones de la religiosidad popular.
Este "hecho social total" se potencia en el desarrollo de la fiesta. Los barrios se unifican, la tradición se manifiesta en cortejos legendarios, el pueblo se expresa con libertad y sin ataduras pero con sumo respeto y conocimiento, las censuras dan paso a la amplitud de sentimientos y emociones, se canta, se ríe, se llora, se lamenta, se sueña, se espera...
Aunque, ciertamente, la Semana Santa ha perdido cierta naturalidad y espontaneidad en sus formas y fondos, existen circunstancias puntuales que nos regresan a la fiesta más pura, más liberada y menos "políticamente correcta", en aras de complacer corrientes autárquicas. Hasta hace no mucho tiempo, no resultaba extraño observar ciertos comportamientos en las procesiones que hoy son impensables (ojo, no todos ellos son plausibles: antes se bebía debajo de los pasos y los problemas se resolvían a ciriazo limpio), sobre todo en el modo de andar o expresarse. Para este martes, día de Andalucía, compartimos un vídeo, capturado en los años noventa, en el que vemos a la Virgen de los Desamparados, de la Hermandad de San Esteban, encarando los metros finales de su estación de penitencia. Recién abandonada la Plaza de Pilatos, este icónico paso de palio se dispone a entrar no sin antes marcar una última chicotá propia del contexto de su tiempo, y que hoy día no pocos consideran irreverente (sin entrar a valorar cuestiones estéticas y gustos personales).
El paso se levanta y suena, como anticipo del éxtasis, la inclasificable Pasan los Campanilleros, que precisamente permaneció prohibida durante décadas en la Carrera Oficial por su carácter "impropio". Una marcha que es buque insignia de nuestra fiesta y que sirve como apoyatura para desplegar, sin prejuicios ni complejos, buena parte de nuestro carácter. Una voz marca "de costero a costero". Graba mi padre, que aún lo recuerda con intensidad. Otros tiempos, misma Semana Santa.
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