El rastro de la Historia

Isabel la Católica, la primera antitaurina

Isabel la Católica, la primera antitaurina

Isabel la Católica, la primera antitaurina

Desde los mismos inicios de la Fiesta, en la Edad Media, existieron sus detractores. Taurinos y antitaurinos siempre han sido las dos caras de una misma moneda. Esta discrepancia también alcanzó a los diferentes monarcas de Castilla y España. Alfonso X, rey tan sevillano, fue hombre al que le desagradaron los festejos con cornúpetas. Para matizar, hay que decir que el Rey Sabio, en las Siete Partidas, prohibió los espectáculos taurinos que se realizasen "por precio", es decir, por dinero. Digamos que era un defensor del amateurismo frente al profesionalismo. Las Siete Partidas califica como "infames" a los que lidian un toro a cambio de un estipendio, pero no a los que lo hacen por valor. Detrás de esta distinción hay, evidentemente, una ideología nobiliaria que empapaba toda la Edad Media.

En lo que a los Habsburgo se refiere, es famosa la anécdota de que el césar Carlos (I de España y V de Alemania), hombre de profundas convicciones caballerescas, llegó a alancear un toro para celebrar el nacimiento de su hijo, que reinaría con el nombre de Felipe II. Fue también el Rey Prudente (que así se le llamó al más grande de los Austrias) un defensor de los toros, tal como demostró cuando hizo caso omiso a la bula con la que, en 1583 , el Papa Sixto V quiso prohibir los toros. La razón esgrimida por Felipe II de su propia voz se ha repetido muchas veces: “por ser la fiesta costumbre tan antigua que está en la misma sangre de los españoles”.

No tan taurino fue Carlos IV, quien volvió a prohibir los toros "de muerte" debido a la influencia de su valido Godoy, quien según algunos quiso vengarse así de la afrenta que le infligió un torero, aunque lo más lógico es pensar que se debió a la presión de los afrancesados, que no veían muy enciclopédico el aún no llamado arte de Cúchares. Lo paradójico es que fue José Bonaparte I (por mal nombre Pepe Botella) el monarca que levantó esta prohibición en un intento de captar el afecto del pueblo.

Pero, ¿y la reina Isabel I de Castilla, conocida como la Católica? Lo curioso es que la que ha sido tradicionalmente la monarca preferida por los sectores más castizos fue una persona a la que le desagradaban profundamente las fiestas taurinas, según numerosos testimonios, aunque también es cierto que en esa época de matatoros las corridas apenas estaban reguladas y podían llegar a ser una verdadera carnicería que provocaría rechazo hasta al más contumaz de los aficionados actuales. Del tema trató con su confesor, el Arzobispo de Granada, quien no dudó en decirle por carta que en la fiesta de los toros "sin provecho ninguno de alma ni de cuerpo, de honra ni de hacienda, se ponen allí los hombres en peligro". Ese, el de que la vida humana es un bien dado por Dios del que no se puede disponer alegremente, siempre fue el principal argumento de la Iglesia frente a los toros, sin que eso significara que muchas de sus instituciones no organizasen corridas en su beneficio o hubiese clérigos con una afición a prueba de bombas.

Eso sí, aunque la reina no prohibió los toros sí tomó algunas medidas para que fuesen menos sangrientos, como la de cubrir los pitones de los morlacos para evitar las cogidas mortales. Habría que esperar a la dictadura de Miguel Primo de Rivera para que esta preocupación también se extendiese a los caballos, decretándose la obligatoriedad de petos para proteger a los equinos de las embestidas del toro.

Sea como fuese, lo cierto es que Isabel la Católica nunca quiso prohibir los toros. Es más, aunque sin mucho agrado, acudió a alguna corrida, como la que se celebró con ocho toros en el Alcázar de Sevilla el 23 de abril (día de su cumpleaños) de 1477. Este dato lo hemos sacado del libro de Chaves Rey Apuntes sevillanos del natural, recientemente editado por la Universidad de Sevilla y la Asociación de Amigos del Libro Antiguo, que cuenta con estudio preliminar de Joaquín Agudelo Herrero. Por cierto, y a modo de estrambote, en este recomendable volumen -a la venta en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra estos días en la Plaza Nueva- también se ofrece el dato de la fecha de la corrida de toros más antigua documentada en Sevilla. Fue para celebrar el natalicio del infante don Juan, hijo de don Enrique III El Doliente, el 6 de marzo de 1405.

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