Calle Rioja

Magallanes no pintó el ‘Guernica’

  • Biblioteca. Las lecturas del verano crean insólitos puentes entre historias diferentes. Novelas sobre una familia o el mundo entero que empiezan en Sanlúcar y acaban en Tánger

Portada de la novela 'El orden del día', de Éric Vuillard

Portada de la novela 'El orden del día', de Éric Vuillard / archivo

DECÍA Borges que lo que a uno le marca no es lo que escribe, sino lo que lee. Cuando uno termina un libro, hay hasta un ejercicio de apropiación indebida, porque vampiriza las aportaciones del autor. Quisiera compartir con el lector en el regreso del cronista al trabajo las lecturas que me acompañaron en el tiempo de asueto.

Sin pretenderlo, se establecen puentes insólitos. De la ponzoña doméstica de los secretos, memorias y olvidos de familia, trasunto de la estremecedora novela de Luis Landero Lluvia Fina (Tusquets) a la ponzoña internacional, casi inaudita por la indiferencia con que se ejecuta, del auge del nazismo que Eric Vuillard retrata en El orden del día (Tusquets), premio Goncourt.

Entre los otros tres libros que ocuparon mi tiempo de lector, pese a pertenecer a géneros bien diferentes, incluso contrapuestos, hay también vínculos. Dos barcos, uno nacional y otro republicano, varados en el puerto internacional de Tánger, son los grandes protagonistas de Eva (Alfaguara), segunda de las tres entregas de los episodios de Lorenzo Falcó, una especie de condottiero jerezano que en la Guerra Civil pasa de intentar liberar a José Antonio de la cárcel, hilo conductor del primer título, a abortar la partida de un barco con el oro de Moscú. La trilogía se completa con Sabotaje, donde el protagonista intentará hacerse con el Guernica de Picasso.

De los dos barcos de Tánger a las cinco naos que salieron el 10 de agosto de 1519 de Sevilla y el 20 de septiembre de Sanlúcar de Barrameda. En el quinto centenario de la primera fecha concluí la lectura de La forma del mundo (Bolchiro Narrativa), de Tato Cabal, crónica de la primera vuelta al mundo narrada por Enrique, el esclavo de Magallanes, que le birla la crónica al lombardo Pigafetta. Sevilla es una de las cinco escalas narrativas de este viaje literario, junto a Polaune, Lisboa, Cebú y Manipa. Un libro con prólogo de José Álvarez Junco, un historiador que deja bien claro que este libro no forma parte de esa pandemia de la novela histórica.

En Sanlúcar de Barrameda, punto definitivo de la partida, es donde se desarrolla buena parte de la acción de Los últimos días de la izquierda (Almuzara), unas autotituladas Memorias ficticias y verdaderas de Felipe Alcaraz. El Menuito, un bar de Sanlúcar, es el escenario de una especie de aquelarre político por el que pasan buena parte de los protagonistas de la izquierda española. Con un tono entre existencialista y esperpéntico con el sello personal de Felipe Alcaraz, uno de los políticos mejor dotados para la literatura. Con bastante diferencia.

Si el bien y el mal se mezclan con la mirada cinematográfica de Peter Lorre en la novela de Pérez-Reverte, que terminó de escribirla en Tánger, el mal sin fisuras es el eje vertebrador de El orden del día. Veinticuatro caballeros, representantes de las principales industrias alemanas, se comprometen a financiar al Partido Nazi, un bisoño grupo sin recursos. A cambio, cuando Hitler invade Austria y después dirige su mirada a Checoslovaquia, esos poderosos empresarios se cobrarán los favores empleando como mano de obra a muchos de los reos del nazismo. Una novela sin héroes y llena de cobardes con diplomacia y brillantina y un Führer inspirado en el personaje cinematográfico de Chaplin.

Marina Bernal ha contado que Rocío Jurado siempre tenía algún libro en la mesita de noche. Me consta porque en una ocasión le regalé sendos ejemplares de Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite, y Los tornadizos, de Antonio Cascales, que aceptó muy agradecida. Le conté que en ambos libros había menciones a Rocío Jurado. Si viviera la cantante, tendría que regalarle un ejemplar del último libro de Felipe Alcaraz. A la reunión a la que, entre otros, asisten Julio Anguita, Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Monereo y el propio Alcaraz, anotan la ausencia de Teresa Rodríguez, de la que alguien recuerda unas declaraciones en televisión en las que afirmó que las dos personas que más le habían influido eran su madre y Rocío Jurado. El libro de Alcaraz tiene algunas perlas divinas. Citas de Pasolini, Faulkner o Gramsci. La manzanilla Gabriela hizo el resto. Al encuentro acude Pilar del Río, viuda de Jose Saramago. “Las malas lenguas dicen que eres comunista en Portugal y socialista en España”, le dice Alcaraz. La historia termina junto al faro de Chipiona, cuna de la más grande.

La familia de la izquierda, “siempre celebramos las derrotas”, tiene tantas turbulencias como la de la novela de Landero que estalla con el cumpleaños de la mamá grande. Magallanes murió en Filipinas, su estela continúa. Tato Cabal, hermano del dramaturgo Fermín Cabal, en sus apuntes bibliográficos menciona las obras de dos catedráticos vinculados a la Universidad de Sevilla: La primera vuelta al mundo, del ferrolano José Luis Comellas, y El exilio portugués en Sevilla. De los Braganza a Magallanes, de Juan Gil, americanista y académico de la Lengua, que con su esposa, Consuelo Varela, fueron asesores históricos de una de las películas que conmemoraron el quinto centenario del descubrimiento de América.

También cita Cabal la biografía de Magallanes escrita por Stefan Zweig de la editorial Juventud que encontró en el inventario de la biblioteca paterna de un amigo. Otro puente posible: en El mundo de ayer, Stefan Zweig narra el desgarro centroeuropeo que llevó a Hitler, el bufón del libro de Vuillard, al Reichstag y atribuye a los nacionalismos –el nazismo era una de sus formas más degradadas– buena parte de los dramas del siglo XX.

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