La noticia aparecida recientemente en prensa sobre la propuesta municipal de edificar el canal de la Expo 92 nos ha parecido, cuanto menos, una ocurrencia poco meditada. Parece que el contubernio entre el Ayuntamiento de Sevilla y la Junta de Andalucía no tiene límites. Y, además la única justificación de la propuesta es la falta de suelo edificable en la Cartuja, para la que no se barajan otras alternativas.
Recordemos que el canal, hoy seco, abandonado y lleno de jaramagos, fue un elemento fundamental en el territorio de la Expo: conectaba el Guadalquivir, mediante una esclusa, con el lago de España, donde se encontraban, además del pabellón nacional, todos los edificios de las comunidades autónomas. Hoy, el lago es visible solo previo pago, ya que se encuentra encerrado en Isla Mágica y el canal y sus puentes son el único elemento público que queda del conjunto hidráulico.
A nuestro parecer, además de ser una aberración histórica y urbanística, la construcción de edificios en el canal no es necesaria. Cuando se realizó la Corta de la Cartuja para crear un nuevo cauce del río que alejara las inundaciones de Sevilla, el Estado expropió todos los terrenos comprendidos entre los dos ríos, el histórico y el nuevo, 1.100 hectáreas. La Expo 92, hoy Parque Tecnológico de Cartuja, ocupó la mitad de esta superficie, quedando unos terrenos de más de 500 hectáreas de suelo público para desarrollar un nuevo barrio. Y esos terrenos, hoy baldíos y llenos de chabolas, son propiedad de la Junta de Andalucía. Ahí está el futuro, no construyendo el canal, superficie insignificante comparada con los mencionados terrenos.
No es ésta la primera aberración acuática de nuestra querida ciudad: en el día de San Fernando (30 de mayo) de 1973, el ayuntamiento acordó cegar el cauce histórico del río, desde Chapina hasta el puente de los Remedios para dedicarlo a aparcamientos y viviendas; el proyecto de construcción del nuevo cauce del río, la corta de la Cartuja, disponía que las tierras que se sacaran de la excavación sirvieran para aterrar el cauce histórico del río de la calle Torneo hasta san Jerónimo. Estas historias son desconocidas para el sevillano medio, pero muestran el poco respeto con el que se ha tratado el patrimonio histórico hidráulico de la ciudad.
Decimos aberración histórica porque la Expo 92, celebrada hace 33 años, fue, al menos, tan relevante para Sevilla como la Exposición Iberoamericana de 1929. ¿Por qué una merece respeto y consideración mientras que la otra se cataloga como desechable? Recordemos que la Expo no trajo a Sevilla solo infraestructuras, aeropuerto, estación de Santa Justa, puentes, recuperación del cauce histórico del río o AVE, el primero de España, sino que colocó a Sevilla en el mapa mundial de ciudades singulares. Por cierto, la memoria de Jacinto Pellón, el ingeniero cántabro que lideró la Expo, está todavía esperando un merecido homenaje.
La propuesta de edificar el canal muestra una preocupante carencia de visión de futuro. En una ciudad tan agobiada por el calor como Sevilla hace falta una playa, dada la carencia de piscinas públicas. Ejemplos de playas fluviales no faltan, tanto en Europa como en España. Incluso París tiene varias a lo largo del Sena con numerosas actividades deportivas y culturales. La última playa sevillana, la de María Trifulca, acabó en los años sesenta. El canal podría ser la playa de Sevilla. Con agua filtrada y depurada del río, podría ser la gran playa popular que necesitan los agobiantes veranos de la ciudad. Tiene amplios márgenes que se podrían ocupar con servicios y, con entradas populares, sería un aliciente y un alivio para los que no pueden pagarse un veraneo fuera de la ciudad con los precios actuales.
Esperemos que el Ayuntamiento y la Junta recapaciten y eviten, de nuevo, aprobar asuntos sensibles para la ciudad en pleno mes de agosto, en que la opinión pública se encuentra adormecida o vacante. También confiamos en que las instituciones y asociaciones de defensa del patrimonio, tanto de la ciudad como de la Expo 92, hagan oír su voz en contra de una aberración semejante, que parece estar pensada solo para generar beneficios especulativos.