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La sombra de Mendizábal en Madre de Dios

Enrique Valdivieso durante la conferencia en el Convento Madre de Dios.

Enrique Valdivieso durante la conferencia en el Convento Madre de Dios. / Román Calvo

Casi dos siglos después de la Desamortización de Mendizábal de 1835, buena parte del patrimonio pictórico del Convento de Madre de Dios sigue sin ser restituido. Se trata de un expolio, con muchas comillas, civilizado, ya que parte de esas obras fueron a parar al recién inaugurado entonces Museo de Bellas Artes. Y allí siguen, sin poder formar parte de un convento que ahora celebra los 550 años de su fundación y no puede incluir esas obras en su visita cultural.

El inventario de las pinturas que están en el convento y de las que faltan lo hizo Enrique Valdivieso (Valladolid, 1943) en una amenísima charla ante un público que llenó la parte abierta al culto de este convento. “Es un estímulo ver tanta gente en una época de clarísima decadencia cultural. El año pasado di una conferencia sobre Murillo a la que sólo asistieron tres personas”. En el Convento Madre de Dios, Valdivieso volvió a hablar de Murillo, pero no adelantemos acontecimientos.

“Lo que dice Enrique Valdivieso va a misa”, decía con mucha gracia su presentador, José María Galán, comisario de una exposición que se puede visitar hasta el 9 de abril en un convento de clausura que fue un motor de la religiosidad y ahora cuenta con una comunidad formada por dos monjas nacionales, siete kenyatas y dos postulantes de Tanzania. Un convento muy vinculado con América (en él están enterradas la mujer y dos hijas de Hernán Cortés y dos bisnietas de Cristóbal Colón), que ahora depende de la savia de vocaciones del África negra.

Los orígenes trianeros

El convento se funda inicialmente en Triana, pero la frecuencia de las riadas aconsejó cruzar el río. Isabel la Católica les otorgó una manzana entera de casas. Medio milenio después, una parte de ese terreno es de la Academia de Medicina y otra de la Universidad Hispalense. Era una manzana que los Reyes Católicos expropiaron a los judíos. “Las monjas daban misa en la sinagoga y les pareció impropio”. En 1572 se terminan las obras.

Estas monjas gozaban de “un gran prestigio espiritual”, según Valdivieso, con lo que podían beneficiarse de ayudas y patrocinios de la nobleza, la banca, el comercio. Y llenar de contenido este convento “con unas obras que se llaman de arte, pero eran de devoción”.

La Desamortización de Mendizábal cerró la mayor parte de los conventos masculinos y a los femeninos los dejó vacíos de patrimonio artístico. Un antes y un después en la historia de este riquísimo convento. El recorrido de Valdivieso empezó con un retablo de la Piedad de enorme calidad artística y anónimo. “No sabemos quién lo pagó, seguramente algún sevillano afincado en Flandes o Amberes, de donde cada quince días llegaba un barco hasta Sevilla”. Una Piedad con la Virgen, Nicodemo y la Magdalena. Hasta mediados del siglo XVI “casi todos los pintores que trabajaban en Sevilla eran extranjeros, aquí había pintores de segunda categoría”. Dice que Villegas es uno de los primeros artistas locales que empieza a despuntar.Cristóbal de Morales firma un Monte Calvario donde están las cruces con los ladrones y la de Cristo vacía. Estamos todavía en el Renacimiento, donde el dolor es comedido, “no hay gestos ni gritos ni ayes, la tensión emocional es interior”.

Una reina como huésped

Isabel la Católica se hospedó en este convento y potenció su hegemonía artística y espiritual, que entonces eran sinónimos. La Última Cena es uno de los cuadros que siguen en el Museo de Bellas Artes. Un latrocinio que parece certificar la presencia de Judas portando su bolsa con las monedas de la traición. También está en esa pinacoteca una Santa Catalina que Valdivieso ve como un precedente de las santas de Zurbarán.Santo Domingo en Soriano (población italiana) es un cuadro del fundador de la orden que firma Juan del Castillo, “que tiene el mérito histórico de haber sido el maestro de Murillo”. Entre los frailes dominicos que le acompañan, San Telmo sostiene un barco en sus manos. El correo mayor de la ciudad patrocinó una visión de la Lanzada con san Juan, Longinos y Cristo. Todo apuntaba a la autoría de Pedro de Campaña, que había venido de Bruselas a Sevilla. El autor resultó ser Pedro de Campaña hijo. Una obra que va a ser restaurada.

Valdivieso, en un momento de su disertación. Valdivieso, en un momento de su disertación.

Valdivieso, en un momento de su disertación. / Román Calvo

Valdivieso no habla de oídas o de bibliografía prestada. En 1980, con el profesor Alfredo J. Morales, pasaron muchas horas en este convento cuando preparaban el libro Sevilla Oculta, un clásico de los misterios artísticos de la ciudad. En aquellas pesquisas, se subió a una escalera para intentar apreciar la firma de un martirio de San Lorenzo. Intuyó que era del pintor flamenco Peter van Lint, dato que muchos años después corroboró la restauración de la obra para una exposición organizada por la Junta de Andalucía. “Dicen que he tenido buen ojo, y siempre me ha acompañado”.

En los dominicos la predicación es fundamental. De ahí la importancia de la obra La Predicación de Vicente Ferrer, pintura barroca de autor anónimo. Muestra una Anunciación de algún seguidor de Murillo. Hay un cuadro que firma Pedro Atanasio Bocanegra que tiene el sello y la numeración del Museo de Bellas Artes. “Sería una compensación por lo mucho que se llevaron”.

La hija de la Giralda

En otra obra, la Virgen entrega un rosario a Santo Domingo. “De niño en casa de una de mis tías se rezaba todos los días el rosario y todavía me sé de carrerilla los misterios y letanías”. Virginio Mattoni pintó un retrato de Sor Bárbara de Santo Domingo, una monja de esta comunidad de cuya muerte se cumplen 250 años.

Al catedrático emérito de Historia del Arte le sorprende el legado de Murillo. “En pleno Romanticismo está vigente su obra. Habían pasado más de doscientos años de su muerte y la gente quería obras con ese estilo. Como no había Murillos, porque se los habían llevado centenares de anticuarios de toda Europa, se hicieron obras que se le parecieran al maestro”.

Contó Valdivieso la leyenda de la flor del almendro que acompaña a San José y recordó el prestigio internacional que tuvo la azulejería sevillana, también objeto de expolio en este convento. “Al fresco nunca se pintó en Sevilla, se pintó a la témpora. Queda mucho mejor, pero se estropea antes”. La Sevilla Oculta se aclara con maestros como Enrique Valdivieso. Lo que dice va a misa y en la iglesia se queda.

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