Calle Rioja

Una historia que empezó en la Montaña y terminó bajando hasta el Valle

  • Tradición. Una niña de dos años mantiene vivo el legado de una familia que en cinco generaciones, desde un tatarabuelo montañés, tiene alumnos en el San Francisco de Paula

Domingo Martínez Obradó, alumno durante diez años, en la biblioteca del colegio con Gala Martínez, que lleva dos meses, y su nuera, Lidia March.

Domingo Martínez Obradó, alumno durante diez años, en la biblioteca del colegio con Gala Martínez, que lleva dos meses, y su nuera, Lidia March. / Juan Carlos Muñoz

Aveces los gigantes caminan sobre pies de infantes. El 3 de septiembre, una niña de dos años, Gala Martínez March, restituyó una tradición centenaria. Con ella ya son cinco las generaciones de una misma familia que han pasado por las aulas del Colegio San Francisco de Paula, fundado en 1886, una institución con cuatro generaciones docentes y una quinta no sanguínea si se cuenta al fundador, Francisco de Paula Ruiz Estévez, que le dio su nombre al colegio.

Una historia excepcional que cuenta con maestría descriptiva el arbotante de esta historia, Domingo Martínez Obradó, médico de profesión, jefe del servicio de Cirugía General y Aparato Digestivo del Hospital Virgen Macarena. En ese punto intermedio puede presumir de ser nieto y abuelo de alumnos del colegio-insignia de la calle Alcázares.

Es una historia que empieza en la Montaña y baja hasta el Valle. Una suerte de orografía espiritual. Domingo Martínez Gutiérrez y Gutiérrez del Río, el tataranieto de Gala, se escapó literalmente de Udías, un pueblo del término de Canales, en la Montaña, y se vino a Sevilla, a la casa de un pariente que vivía en la calle Sol. El primer alumno de la familia tuvo diferentes oficios: se embarcó, fue negociante y, como tantos montañeses, tuvo bares. Creó la Unión Industrial y Comercial, cantera de clásicos del gremio como la zumbina, un tipo de gaseosa, o el coñac Pío XII. Amén de una fábrica de hielo que estaba en Sánchez Perrier, lo que es hoy la Seguridad Social.

En 1910 nace el estandarte de la segunda generación, Domingo Martínez Gutiérrez, el padre del narrador. “Mi padre empezó de topiquero, que en medicina era el que hacía de todo menos operar; quitar uñas, quitar lunares. Topiquero por tópicos como poner cataplasmas o ventosas. En la República le llaman practicante, después será ATS y hoy diplomado universitario en enfermería”. El segundo Domingo de esta estirpe acabó la carrera de Medicina “el mismo año que yo y que mi mujer”, dice su hijo.

El nieto del montañés también se escapó a su manera antes de poner sus pies en el San Francisco de Paula. “La referencia cronológica es 1950, año en el que hago la comunión en los Terceros siendo alumno de los Escolapios. Antes me echaron de una docena de colegios, en uno de ellos por hacerle a una monja un chichón en la frente”.

En los Escolapios no le gustó que discriminaran a sus amigos por la diferente extracción social y pese a las advertencias de su padre, el topiquero, “no quería traerme porque decía que era muy duro”, entró en el San Francisco de Paula. “Allí estuve diez años, uno de más porque repetí sexto”.

Este médico nació en el número 1 de la calle Parras, vecino de Juanita Reina y de Enrique Pavón, el de los derribos. Para que esta historia prosiguiera, necesitaba una cómplice. Se llama Elena Balanza Ortiz y se conocieron “haciendo la Reválida de cuarto”. El primer año que niños y niñas pudieron hacerla juntos. En el instituto Murillo coincidieron “las niñas estiradas del Valle y los golfos del San Francisco de Paula. Allí la conocí, un día que se cayó por la escalera. El padre la llevaba en coche a todos sitios y yo iba a misa por verla”. La Nochebuena de 1968 ya preparó a su futuro suegro. Como su novia era de la calle Recaredo, se casan el 8 de septiembre de 1969, festividad de las Once Mil Vírgenes, en la iglesia de los Negritos. Las bodas de oro las ha celebrado el padre Ovidio, el mismo cura de los Camilos que los casó.

No fue sencillo que otro Domingo Martínez volviera a sentarse en un pupitre del San Francisco de Paula. Primero vinieron cuatro hijas, todas con la primera letra del nombre materno: Elena, Eva Esther, Esther Edelweis, Emma María. El 1 de agosto de 1981 cambió la dirección del viento y nació Domingo Martínez Balanza, hijo, nieto y bisnieto de alumnos del San Francisco de Paula, el padre de Gala. La niña, la quinta generación, nació el 8 de junio de 2017. Lleva casi dos meses en el colegio, al que llegó por dos conductos con idéntica reputación: por un lado, las cuatro generaciones de los Domingo Martínez, afluentes de aquella Montaña donde nace el Ebro; por el otro, su madre, Lidia March, es sobrina-nieta de Francisco Márquez Villanueva, que fue alumnos de este colegio, una de las máximas autoridades en el estudio de la obra de Cervantes, sevillano que se fue al exilio y ejerció su magisterio en Boston.

El nieto y abuelo de alumnos de este colegio es por cuna hermano de la Macarena y por predicamento de su maestro el doctor García Díaz del Valle. También es hermano de San Benito de Cantillana. Los dos médicos que se conocieron en la reválida de cuarto, flamantes bodas de oro, tienen seis nietos. Ninguno de sus hijos siguió la senda médica.

El nieto del tabernero, el hijo del practicante que se recicló en médico, rebobina recuerdos en la biblioteca, “antes era una panadería”. Diez años después de su creación, el colegio pasó a la familia Rey. Primero José María Rey Repetto, que adquirió el colegio por 1.500 pesetas. Su mujer, Teresa Guerrero, compró el edificio en 1927. Asumieron el mando los hermanos Rey Guerrero. A ellos les sucedieron Luis y José Rey Romero, el primero de Ciencias (Física, Química, Biología), el segundo de Letras (Filosofía, Francés). Con ellos, María Isabel Goñi, la madre de Luis Rey Goñi, director desde 1997. Testigo desde su atalaya generacional de esta historia de vaivenes y de superación de obstáculos. Domingo, la escala intermedia de esta cuerda familiar, ya no volvió a escaparse de ningún colegio y le debe mucho a sus profesores.

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