"Me tuve que ir de Sevilla, le echaba la culpa a la pintura"
calle rioja
Repaso. En unos meses, Juan Luis Aguado perdió a su madre y a un hermano. La depresión le llevó a hacer las maletas. En Mataró recuperó la alegría de vivir... y de pintar
En 1848 se creó la primera línea de ferrocarril en España entre Barcelona y Mataró. A esta ciudad de la costa catalana se tuvo que marchar el artista Juan Luis Aguado (Sevilla, 1955) para no perder el último tren. "En unos meses perdí a mi madre, a mi hermano Fernando, como un padre para mí, y a mi cuñado, Pedro Collado de las Torres, vinculado con la hermandad de las Aguas y casado con mi hermana Adela. Me entró una depresión tremenda, no podía coger un pincel y le echaba la culpa a la pintura de lo que me pasaba".
Se fue hace un año a Mataró, la cuna de la rumba catalana y de Peret. En esa ciudad de 130.000 habitantes vive Andrea, su hija, que lo hizo abuelo de Uma, nacida en Mataró hace cuatro años y medio y suegro de un filósofo y profesor de Universidad.
Juan Luis Aguado nace en la calle Vib Arragel, que une la Barqueta con la Alameda de la que fue cartelista de su Carnaval de 1980, el que contó con Ocaña, otro artista sevillano (de Cantillana) que tuvo que marcharse a Cataluña. Su padre, Fernando Aguado, leonés de Mansilla de las Mulas, fue empresario de espectáculos y gerente del teatro San Fernando. Su madre, Matilde Granell, era actriz. Se fueron a vivir a La Coruña, donde nacen Fernando y Adela. Juan Luis es el primero que nace en Sevilla. Después vendría Adolfo.
En Sevilla deja un legado artístico que ha convertido en un libro Pedro Ignacio Martínez Leal, doctor en Historia del Arte: Juan Luis Aguado. El arte de pintar. Los dos fueron hermanos de la Lanzada (Aguado es del Silencio) y los unió el oficio de sus progenitores. "Mi padre tenía un cine, el San Bernardo", dice Martínez Leal, "y el padre de Juan Luis le pasaba los rollos de las películas".
El artista estudió en el colegio San Luis Gonzaga, frente a la academia del Realito, y en el instituto San Isidoro. "Mi tata Carmela, que lloró más que mi madre cuando me casé", cuenta Aguado, "me recogía en el colegio y me llevaba al teatro. Me daba una coca-cola y un bocadillo de jamón y yo metía por los camerinos y la tramoya del teatro".
En 1986 se casa con Beatriz Alemán, la madre de Andrea, y empieza a trabajar en la galería de Fausto Velázquez. Obra suya fue a Buenos Aires. "Viajaron mis cuadros y el galerista. Yole tengo pánico al avión". María Kodama, la viuda de Borges, le compró uno de los cuadros. Otro lo adquirió el guitarrista Manolo Sanlúcar, de gira en Argentina.
Su obra son sus maestros. El primero, de la familia, su tío José Ruesga, al que seguía en sus apuntes al natural. En Sevilla conoció a Fernando Zóbel, que le influyó decisivamente, igual que Joaquín Sáenz, Carmen Laffón o su maestro Miguel Pérez Aguilera. En la Escuela de Artes y Oficios, a Miguel Echegoyán. El escultor le regaló una réplica en mármol del retrato de Grace Kelly como el del Ayuntamiento.
Si recibió las primeras nociones de su tío, tuteló las de su sobrino, el imaginero Fernando Aguado. "En el colegio estaba con un hijo de Antonio Illanes que me llevaba al estudio de su padre. Con mi hermano iba al taller de Castillo Lastrucci en San Vicente. Traté a Buiza". A todos esos imagineros los retrató.
Como interiorista, trató a muchos arquitectos. En su reciente visita a Sevilla, saludó a Guillermo Vázquez Consuegra. Casi nada artístico le es ajeno. Perdió cuatro kilos montando los telones de El adefesio de Alberti en la Expo. A su amigo el actor Carlos Álvarez-Nóvoa le ilustró un libro e hizo un papel en Luces de bohemia. El viejo de Solas fue San Pedro en la serie de los Doce Apóstoles que Aguado realizó para la parroquia del Plantinar, encargo de don Geraldino, su párroco.
Pintó varias faenas del diestro Pablo Aguado, pariente lejano. Más próximo es el parentesco con el cardenal Amigo Vallejo. "Mi abuela fue maestra en Medina de Rioseco. Era muy devota y tuvo mucho que ver en el despertar de las vocaciones de un tío mío, que se hizo cisterciense, y monseñor Amigo, franciscano".
Ha vuelto a Mataró, donde consiguió una resurrección simbólica. "Es importante gestionar tu vida y también las muertes de tus seres queridos". Allí se forma como terapeuta, prepara sendas exposiciones en Amsterdam y Buenos Aires y recupera la alegría de pintar. "Y eso que mientras que el común de los mortales trabaja desde el bienestar, los artistas lo hacemos desde la pena". Le gusta más la Semana Santa, "a mi nieta ya la he puesto delante de los pasos", que la Feria. "Es un círculo cerrado. En el fondo, Sevilla es muy clasista".
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