Los leones de doña Berenguela
Calle Rioja
Símbolos. Velázquez y Murillo reciben en sendas estatuas al visitante del Prado; en el Congreso la escolta la hacen dos leones con plomo de la Fábrica de Artillería de Sevilla.
SI en la entrada del Museo del Prado, que apura los días para poder ver la antológica del Bosco, hay dos sevillanos que escoltan la pinacoteca, Diego Velázquez y, en puertas del cuarto centenario de su nacimiento, Bartolomé Esteban Murillo, otros dos sevillanos hacen lo propio en el Congreso de los Diputados. Hasta la semana pasada era posible fotografiarse en el pórtico del edificio más mediático de esta semana. Desde ayer es mucho más complicado por las medidas de seguridad ante la segunga sesión de investidura del año.
Los dos leones son tan sevillanos como Murillo y Velázquez. Proceden de la fábrica de Artillería de Sevilla, en la que se hicieron en 1872, vísperas republicanas, con plomo de las balas capturadas al enemigo en la guerra de África. A un lado del Congreso hay un local de los 100 Montaditos; al otro, en la explanada que conduce hacia Alcalá, el edificio central de Sigma 2, el oráculo de Delfos de las encuestas.
Con diez meses de Gobierno en funciones y la incertidumbre ante unas terceras elecciones, casi tantas como las estaciones de Vivaldi, hay en el entorno de este corazón del poder legislativo, esencia de Montesquieu, un vecino paradójico. El hotel Palace sorprende por su arquitectura, el rictus de su personal y el supuesto poder adquisitivo de su clientela. Pero lo más llamativo figura en la información que ofrece una placa en la entrada del edificio donde se habrán alojado algunas señorías. El edificio tardó en construirse quince meses. Las obras empezaron en 1911 y en 1912, el año del asesinato de Canalejas, lo inauguró Alfonso XIII.
En España es más fácil construir un hotel de lujo que un mal Gobierno, parafraseando a Pedro Sánchez. En el hemiciclo ocupan escaños adyacentes Teófila Martínez y Juan Ignacio Zoido, cuyas mayorías relativas en las municipales de 2015 precipitaron su desalojo respectivo de las alcaldías de Cádiz y Sevilla, la cuna de los pintores y de los leones.
Hay una línea de autobuses en la Empresa Municipal de Transportes que cubre la línea Sevilla-Sol. Las dos palabras, compendio de la luz de un cuadro de Velázquez, se pueden ver muy cerca del Rocío, junto al número 1 de la calle Menéndez Pelayo, casa con una placa que recuerda que allí vivió y murió Agustín de Foxá, autor de Madrid de Corte a Checa al que Aquilino Duque y Antonio Rivero Taravillo tuvieron que presentar a la intemperie por el ánimo inquisitorial de una cigarrera municipal.
Sevilla es una estación del Metro de Madrid. El ferrocarril metropolitano es un abigarrado museo de rostros, afanes, bostezos y lecturas de tochos sin fin. En todos los vagones hay una invitación a la lectura. En uno de ellos han colgado un poema bellísimo de Juan Eduardo Cirlot, el poeta cuya biografía le ha valido a Rivero Taravillo el premio Antonio Domínguez Ortiz, un sevillano que fue profesor en el madrileño instituto Beatriz Galindo.
La línea 9 del Metro de Madrid tiene como destino la estación Paco de Lucía. Con lo que le gustaba el fútbol, de buena gana se bajaría en la estación Santiago Bernabeu. Uno de los guiños más madrileños de Paco de Lucía es haber interpretado el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo con la Orquesta de Cadaqués dirigira por Edmon Colomer. Dos editoriales, Qüasyeditorial y la Fundación José Manuel Lara, editaron la biografía de Paco de Lucía escrita por Juan José Téllez. La segunda, ampliada y corregida, apareció como tributo a la muerte del genio de Algeciras. El editor de la primera, Manuel Trancoso, recuerda la presentación en Madrid, con presencia del propio guitarrista. "Malú era una niña", dice de su sobrina, hija de Pepe de Lucía, que próximamente actúa en Sevilla. La última visita de Trancoso a Madrid fue para presentar la biografía de Rafael Gordillo que escribió Chema D. Garrido con fotografía en portada de Esquivias. El sur en Madrid, como los cuadros del Prado y las melenas leoninas de la Carrera de San Jerónimo, metáfora de Alfonso IX de León, aliado dinástico y esposo de doña Berenguela, padre de Fernando III y abuelo de Alfonxo X el Sabio.
Hay cuatro retratos en la entrada del museo Thyssen. Dos parejas, los Reyes de España Juan Carlos I y Sofía, y el barón y la baronesa unidos por un apellido que leen todos los usuarios del Metro al subir o bajar por las escaleras mecánicas. Los retratos los firmó Ricardo Macarrón. Junto al de los reyes eméritos se lee la placa donde se dice que Juan Carlos I y Sofía inauguraron el Museo Thyssen el 8 de octubre de 1992, cuatro días antes de la clausura de la Exposición Universal de Sevilla de la que la reina Sofía se convirtió en apasionada e incondicional embajadora.
Una iglesia, una mítica chocolatería y una librería de viejo llevan el mismo nombre de San Ginés. La iglesia fue mandada construir por el Papa Inocencio VI de Aviñón reinando en Castilla Pedro I el Cruel, el Justiciero para los sevillanos. Hay pocas iglesias con tanta enjundia cultural. En Sevilla, tal vez Santa Marta, que unió los destinos de Valdés Leal y Fernando de Herrera. El 26 de septiembre de 1580 fue bautizado en san Ginés Francisco de Quevedo y Villegas. El poeta y polemista acompañaría a Felipe IV en su viaje a Andalucía, un rey que en 1623 acogió en su corte al pintor Velázquez. El 10 de mayo de 1588, el año de la Armada Invencible, se casa en San Ginés el dramaturgo y poeta Lope de Vega y Carpio, que inmortalizó el Arenal de Sevilla. Once años después nace en Sevilla Velázquez, vecino de pinacoteca de los genios de siglo de oro: Tiziano, que retrató a Carlos V vencedor y exhausto en Mühlberg, o Rubens, que compartió con su amigo Brueghel la visión de los cinco sentidos. El pórtico del Prado es el rapto de Helena de Tintoretto. Siglo de Oro. Sevilla de pintores y leones. Las cosas de Palacio van despacio y las del Palace volando. Un hotel en quince meses.
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