Muere Rafael Valencia: La Sevilla árabe está de luto

Rafael Valencia dirigió la Academia de Buenas Letras después de Enriqueta Vila y antes de la nueva etapa de Ismael Yebra

Muere Rafael Valencia, arabista y director de la Academia Sevillana de Buenas Letras.
Muere Rafael Valencia, arabista y director de la Academia Sevillana de Buenas Letras. / Belén Vargas

La última vez que nos vimos, Rafael estaba con la mascarilla. Él mismo calificó de histórica la foto que con ese nuevo complemento de la pandemia le hice a estos doce apóstoles de la Academia de Buenas Letras en el patio de los Pinelo. De izquierda a derecha estaban Alfonso Lazo, José Antonio Gómez Marín, Enrique Valdivieso, Joaquín Caro Romero, Antonio Collantes de Terán, Pablo Gutiérrez-Alviz, Emma Falque, Antonio Narbona, Rafael Valencia, Pilar León-Castro, Antonio Caballos e Ismael Yebra. Éste acababa de ser proclamado nuevo director de la Academia Sevillana de Buenas Letras de la que durante los últimos ocho años ha llevado el timón Rafael Valencia.

Eso fue el viernes 5 de junio y el viernes siguiente, al término de su jornada como director en funciones de la institución, un infarto acabó con la vida de quien tanto hizo por alegrar y enriquecer la vida de los demás. Rafael Valencia (Berlanga, Badajoz, 1952) iba para ingeniero, pero las humanidades por doble vía se cruzaron en su camino. Hizo Filología Árabe en la Universidad de Barcelona y Filosofía y Letras por la Complutense de Madrid, donde se doctoró con una tesis sobre el medio físico y humano de la Sevilla árabe.

El día que Ismael Yebra se llevó todos los sufragios de la academia, Rafael Valencia se colocó de cancerbero en la puerta de los Pinelo para que ningún plumilla, como cariñosamente nos llamaba, invadiera el sacrosanto territorio del secreto académico. Ese veto me regaló unos minutos inolvidables de charla con él.

Hablando de su pueblo natal, que tiene el mismo nombre que el apellido del cineasta al que tanto admiraba (el arabismo de quien dirigió Moros y Cristianos), recordamos la broma de Berlanga y Neville cuando se presentaban en algunos cenáculos: Edgar Neville, marqués de Berlanga (cierto) y Luis García Berlanga, conde de Neville (falso). Era un paseante eterno por la ciudad más árabe del sur de Europa, la más europea del norte de África. Siempre con su mochila de estudiante, quienes lo vieran no imaginaban que durante casi una década dirigió la tres veces centenaria institución en la que no lucía ninguna pompa académica, sin que ello le restara un gramo de rigor o solemnidad a todas las actividades que acogía.

Muy joven, en 1979, con 27 años, lo hicieron director del Instituto Hispano-Árabe de Cultura de Bagdad, precedente del Instituto Cervantes. Sucedió en el cargo a Emilio García Gómez, el arabista granadino de la generación del 27 que hizo hablar al siglo XI en primera persona. Valencia vivió en sus dependencias de Bagdad el comienzo de la guerra Irán-Iraq. Profesor de la Universidad de Sevilla desde 1985, siguió la estela de sus maestros García Gómez o Pedro Martínez Montávez.

El medievalista Manuel González Jiménez, biógrafo de los dos reyes, padre e hijo, que promovieron el paso de la Sevilla árabe a la cristiana, le impuso la medalla de nuevo académico. El arquitecto Rafael Manzano respondió a su discurso de ingreso. Vecino del barrio de San Lorenzo, una de cuyas calles, Pascual de Gayangos, recuerda al padre del arabismo español.

Sucedió al frente de la academia a su amiga la americanista Enriqueta Vila. De la Sevilla americana a la Sevilla árabe, dos perfiles sin los que no se entiende la historia de esta ciudad, dos honores de Sevilla, dos continentes, que se cruzan, episodio que le fascinaba, cuando en 1492 coinciden en Granada Isabel la Católica, Boabdil y Cristóbal Colón. Siempre tuvo abiertas las puertas de la Academia de Buenas Letras a las inquietudes de la ciudad. El año pasado presidió los actos que la institución organizó en el quinto centenario del inicio de la primera vuelta al mundo y en el cincuentenario de la muerte de Joaquín Romero Murube, conservador del Alcázar de Sevilla.

Como propina conmemorativa, regaló a los lectores de este periódico su particular interpretación de la inauguración del Canal de Suez en su 150 aniversario y sus napoleónicas secuelas. Si querías entrevistarlo, prefería el bullicio de un bar, el San Lorenzo que entonces llevaban Fidel y Servando; si le proponías un paseo por la ciudad, te invitaba a dar una vuelta por el Jueves, el mercadillo más antiguo de Europa en el que siempre tenía ojos para una bagatela y oídos para una historia interesante.

Durante un tiempo, fue vecino en el becqueriano barrio de San Lorenzo de Rafael de Cózar, que contó con Rafael Valencia para su libro Cuerda Andaluza de Pícaros, Murcios y Embaucadores con su traducción de las Historias de Axab y otros gorrones famosos extraídas de un cordobés de mediados del siglo IX. Deja una estela de amigos, compañeros y una legión de discípulos como Lola López-Enamorado, la arabista que dirigió el Instituto Cervantes de Casablanca y estaba en Egipto preparando su tesis sobre Naguib Mafouz cuando le dieron el Nobel de Literatura al escritor egipcio.

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