DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Conocí a Rafael Valencia cuando coincidimos en una mesa programada por la Casa de los Poetas acerca de las ciudades literarias. Hasta entonces sabía de él por referencias de amigos comunes que siempre utilizaban una palabra para referirse a él: es muy cercano y una buena persona. Tuve oportunidad de comprobarlo cuando fui admitido en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y, tras mi discurso de ingreso, contó inmediatamente conmigo para ser el secretario segundo de su Junta de Gobierno. Para mí, un recién llegado que me sentía un poco como gallina en corral ajeno por ser un médico rodeado de eminentes historiadores, filólogos, literatos y periodistas, ese acto de bonhomía por su parte supuso un gesto importante que me hizo más fácil la integración.

Durante seis años le he tratado de manera cercana y siempre afable. Tras su sentido del humor lleno de ironía se vislumbraba un hombre que luchaba contra los fantasmas que todos llevamos dentro, pero que él sabía esconder bajo la máscara del doble sentido y la metáfora más acertada. Extremeño nacido en el antiguo Reino de Sevilla, se sentía tan heredero de Al-Mutámid como de su maestro Pascual de Gayangos y habitaba en el barrio de San Lorenzo, tal vez el más cristianizado de la ciudad, rodeado de iglesias y conventos de clausura.

Le tocó dirigir la academia en unos años difíciles, si es que la institución alguna vez los conoció fáciles, y su corazón fue acumulando sufrimientos y decepciones personales, universitarias y académicas hasta que dijo basta. No estaba preparado para soportar tanta carga y llegó un momento en el que se agotó, tal vez en el instante en el que parecía que, por fin, se iba a ver libre de cargas y sinsabores. Pero la vida no respeta plazos y, como bien es sabido por los sevillanos, lo peor puede ocurrir in ictu oculi.

Rafael Valencia se encuentra a las puertas del paraíso tras caminar por este Ramadán que es la existencia y pasar por este mundo, cuyas claves a medida que vamos cumpliendo años nos cuesta más trabajo descifrar. El consuelo que nos queda es que los que se van dejan de sufrir, pero no es fácil encontrar un remedio contra el inevitable mal de ausencia. En esta despedida, que no es más que un hasta siempre, queda el vacío de no haber podido hacerlo de otra forma, sin poder haberle dicho siquiera, como hacíamos al salir de la academia, Aleikum Salam.

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