Sevilla

Una nueva generación de alcóholicos

  • Cada vez acuden más jóvenes a los centros de rehabilitación de Sevilla tras tener problemas al volante y por consumo de otras drogas · Los médicos se muestran radicalmente en contra de la 'botellona'

"La botellona se está cargando la juventud". Esta rotunda afirmación la hace R. N., un joven sevillano de 25 años que quiere permanecer en el anonimato y que desde el 4 de mayo de 2009 está intentando ganarle la batalla al alcohol en la asociación Anclaje. Como él, decenas de jóvenes ingresan cada mes en este centro -abierto desde 1982 y donde se atiende a 800 personas- para rehabilitarse de algo que muchos confunden con el vicio, pero que les convierte en enfermos. Por eso accede a contar su historia.

"A los 14 años empecé a consumir cocaína en ocasiones puntuales y poco a poco fui necesitando más". R. N. relata cómo por culpa de las drogas también entró en el mundo del alcoholismo. "A los 20 años mi novia me dijo que eligiese entre la cocaína y ella y me quedé con mi pareja, pero el mono de la droga era tan fuerte que me hizo refugiarme en la bebida". Este joven cuenta que al principio sólo bebía cuando salía con los amigos los fines de semana. Sin embargo, el consumo fue cada vez a más.

Durante más de dos años ingería diariamente seis copas de anís por la mañana, tres cervezas a mediodía más otras tantas a la hora del almuerzo, dos cubatas de ron por la tarde antes de ir a trabajar y por la noche empezaba de nuevo con la cerveza y terminaba con más copas de ron. "Esto era una rutina diaria. En 2008 me casé y tuve un hijo pero el alcohol me hacía ponerme muy agresivo. Amenazaba a mi esposa diciéndole barbaridades, no quería ni ver a mi hijo y circulaba a 200 kilómetros por hora por todas partes hasta que me multaron".

La Policía lo sancionó hasta tres veces por superar la tasa de alcohol permitida al volante y le quitó el carné de conducir durante 14 meses. Además, recibió una denuncia de su esposa por amenazas que provocó que los agentes lo detuvieran. "La noche que pasé en el calabozo me di cuenta de que realmente tenía un gran problema". R. N. no se había percatado hasta ese momento de que estaba enganchado al alcohol a pesar de las grandes cantidades que consumía a diario entre los 20 y los 23 años. "Me hice adicto a la bebida porque era un acto del que no me tenía que esconder, podía hacerlo en público. Además, llegó un momento en el que cada mañana el cuerpo me pedía alcohol y si no bebía, empezaba a sudar, como los que tienen mono de droga", declara.

Su mujer, J. R., una sevillana de 27 años que lo acompaña a terapia cada semana, asegura que durante varios años vivió un verdadero infierno: "Al principio bebía cuando salía con los amigos pero cuando nos casamos lo hacía también en casa. Una botella de ron no le duraba más de dos días".

A pesar de los resultados tan positivos que R. N. está experimentando -desde que dejó de beber ha perdido cerca de 40 kilos- reconoce que esta enfermedad nunca se termina de curar. "Tengo compañeros de rehabilitación que se llevaron diez años sin beber y que un día probaron una copa de vino y volvieron a las andadas. Ésta es una lucha que nunca termina". El joven afirma que con 23 años llegó un momento en el que estuvo a punto de tener una hepatitis y una cirrosis. Por eso se muestra totalmente en contra de la botellona que actualmente practican cientos de jóvenes en la ciudad. "La mayoría de gente no asume que muchísimos de los chicos y chicas que beben cada fin de semana son alcohólicos, pero la mayoría de ellos comparten muchos patrones con nosotros y al final van a llegar al mismo punto al que llegué yo".

R. N. cree que el botellón es una práctica que se está "cargando" a la juventud de hoy en día, pero sabe por experiencia propia que por mucho que la gran parte de la sociedad vea con malos ojos esta costumbre de los más jóvenes, "los que beben cada fin de semana no atenderán a razones hasta que no se vean metidos en un lío gordo, como me pasó a mí".

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