"A mí el alcohol en sí no me gusta, pero bebo porque así me desinhibo y me lo paso mejor". Alberto Sánchez, un joven de 23 años de Sevilla, hace botellona con sus amigos cada fin de semana en la isla de la Cartuja. Según explica, no considera que tenga un problema con la bebida: "Nunca me entra la necesidad de beber cuando estoy solo en mi casa por ejemplo; lo considero algo más social". Este sevillano asegura que si nadie bebiera en los bares de copas, él tampoco lo haría. "Algunas veces he estado en una discoteca sin beber y todos a mi alrededor estaban con el puntito y la verdad es que se nota la diferencia, me aburro mucho", comenta esta joven, quien reconoce que el ver a sus amigos beber le incita a hacerlo.

Y es que, tal como afirma la psicóloga Eloísa Esquivel, la botellona es una situación "de riesgo potencial" que lleva a muchos jóvenes a consumir cada vez más alcohol. "Cada vez vienen a Anclaje más personas menores de 30 años porque se dan cuenta de que no son capaces de controlar y de que están consumiendo droga, algo que nunca pensaron que serían capaces de hacer", declara la trabajadora social Macarena Jodar, quien asegura que el 49% de los que acuden a Anclaje sólo han alcanzado la Educación Secundaria. "Casi nunca me he puesto mala bebiendo pero reconozco que la mayoría de domingos no recuerdo muchas cosas que me pasaron el sábado anterior", declara Beatriz Rivas, una chica de 19 años que también suele hacer botellona junto a la dársena del Guadalquivir. "A mí no me gusta el alcohol, pero sí los efectos que produce porque gracias a él soy capaz de relacionarme mejor con la gente", explica Alejandro Alonso, de 22 años.

Eloísa Esquivel comenta que precisamente en las terapias que lleva a cabo en sus pacientes jóvenes pone en práctica las habilidades sociales. "Les enseño cómo expresar sentimientos, como ligar o cómo tener relaciones sexuales porque muchos piensan que si no bebieran no podrían hacer nada de esto", dice.