La sombra de Enrique Valdivieso es muy alargada
Calle Rioja
El profesor fallecido el 2 de febrero está presente en un seminario internacional sobre Roelas en Olivares, en una novela, en la aventura de salvar el retrato de Bécquer y en una conferencia sobre un pintor costumbrista
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Éste ha sido el primer verano en el que Enrique Valdivieso (Valladolid, 1943-Sevilla 2025) ha faltado a su cita con las aguas de El Puerto de Santa María. Me vino la imagen de esa ausencia cuando Gerardo Pérez Calero, durante la conferencia en el Ateneo de Sevilla sobre el pintor Manuel García Rodríguez (1863-1925), dedicó un paisaje de playa de dicho artista “a mi amigo Valdivieso”.
Gerardo es catedrático de Historia del Arte. Fue bibliotecario del Ateneo cuando lo presidió su hermano, el doctor Alberto Máximo Pérez Calero. En su conferencia quiso rendirle tributo a un pintor sevillano injustamente olvidado, olvido que ya había denunciado el propio Valdivieso. La última vez que lo vi en vida presentaba en la Caja Rural del Sur la que a su pesar iba a ser su obra póstuma, el libro Pintura Costumbrista Sevillana. La foto que completó mi crónica me la mandó su hija Beatriz Valdivieso. En ella se veía a su padre, el máximo especialista en el Barroco sevillano, explicando uno de sus cuadros preferidos, Inundación en la Alameda, de Manuel García Rodríguez.
De no haber sido por esa presentación, en un salón de actos completamente abarrotado que dedicó una sonora ovación al conferenciante, yo no habría acudido meses más tarde a la charla del profesor Pérez Calero. Uno de los muchos conocimientos sobre esta ciudad que debo al magisterio sutil, enciclopédico, de Enrique Valdivieso. Titulé aquella crónica con una frase del profesor: “La cultura del progreso ha destruido el paisaje”. Por las circunstancias de su muerte y la de Carmen, su mujer, podríamos añadir que también se está cargando el paisanaje.
“La historiografía ha sido muy injusta con una serie de artistas”, dice Gerardo Pérez Calero. “En la Facultad de Geografía e Historia, cuando se estudiaba Arte, se pasaba de Goya a Picasso y se obviaba una generación importantísima”. Manuel García Rodríguez nace en 1863, el mismo año que Sorolla. Viene al mundo en la calle Feria, la de Belmonte, y se bautiza en San Juan de la Palma. Ese mismo año, recuerda Pérez Calero, Eduard Manet pinta Esplendor en la hierba y Eugenia de Montijo, la granadina que fue emperatriz de Francia, visita Sevilla. Se casó con Carmen Herrera, tuvieron cinco hijos y se construye una vivienda en la playa de la Jara, la misma en la que se va a establecer Carmen Laffón.
El paisajismo es hijo de la Institución Libre de Enseñanza; del folklore de Demófilo, el padre de los Machado, de la intrahistoria de Unamuno, de referentes literarios como El sabor de la tierruca de José María de Pereda. Paisaje viene de país. Como un siglo después Luis Rizo, responsable del área de Arte del Ateneo, García Rodríguez pasó varios años pintando los rincones del Alcázar. Fue testigo de los preparativos de la Exposición Iberoamericana, aunque muere cuatro años antes de su inauguración. Fue uno de los numerosos pintores que siguieron los pasos de Jiménez Aranda para convertir Alcalá de Guadaíra en lo que los impresionistas hicieron con Fontainebleau.
“Su realismo no es fotográfico”, dice Pérez Calero. Pintó la Giralda desde todas las perspectivas posibles. Un pintor local, sin que eso signifique un demérito para los que crean un puente entre Goya y Picasso. “El artista no inventa, crea; inventar es un verbo ingenieril”. Vivo en la Alameda de Hércules y siempre tengo presente esa estampa de la Alameda inundada que pintó García Rodríguez y que acompañaba mi crónica del libro de Valdivieso sobre la pintura costumbrista: García Ramos, Gonzalo Bilbao, Jiménez Aranda, Sánchez Perrier y tantos otros, incluido Joaquín Turina, padre del músico del mismo nombre.
La sombra de Valdivieso es muy alargada. El Ayuntamiento de Olivares le va a dedicar el Seminario Internacional que los días 3, 4 y 5 de octubre tendrá como protagonista al pintor Juan de Roelas (1570, Flandes- 1625, Olivares) en el cuarto centenario de su muerte. Maestro de Murillo, con una calle en Sevilla perpendicular a Hombre de Piedra, Roelas era un pintor flamenco de cuna que desarrolló casi toda su trayectoria pictórica entre Valladolid y Sevilla, las dos ciudades de referencia de Enrique Valdivieso.
La periodista Inmaculada Navarrete ha escrito una estupenda novela titulada Bajo las alas del pelícano. Un viaje desde los tiempos del Barroco sevillano hasta la guerra civil y la Transición con un cuadro de Murillo que hace las veces del halcón maltés de la novela de Dashiell Hammet que consagró a Bogart en el cine. En la bibliografía, junto a Antonio Burgos, Paul Preston, Antonio Domínguez Ortiz o Juan Ortiz Villalba, aparece la 0bra Murillo: catálogo razonado. Ediciones El Viso. Cuadro Joven bebiendo. Hacia 1655-1660.
José Fernández López, catedrático de Historia del Arte, fue discípulo directo de Enrique Valdivieso. Lo tiene presente a diario, como le contó a Luis Sánchez Moliní en la serie de entrevistas El Rastro de la Fama, porque en su despacho conserva el mueble donde Valdivieso guardaba las diapositivas y el bloc con los guiones que el vallisoletano usaba para sus clases. Escribieron juntos el libro Pintura romántica sevillana y vivieron un episodio propio de Indianas Jones. En una subasta de Sotheby’s encontraron, a punto de venderse, el retrato que Valeriano Bécquer hizo de su hermano Gustavo Adolfo, “el mejor retrato del romanticismo europeo”, lo salvaron ‘in extremis’, está en el Museo de Bellas Artes y fue el modelo de los billetes de cien pesetas. Los veinte duros.
Valdivieso era muy del Valladolid, aunque simpatizaba con el Betis de su paisano Julio Cardeñosa. El 11 de enero el Valladolid le ganó 1-0 al Betis. Valdivieso y su esposa murieron el 2 de febrero. Su equipo, al que dedicó un libro de cromos de su infancia, no volvió a ganar un partido y bajó a Segunda.
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