Desde mi córner

Reflexiones sobre un nuevo estadio

  • Conviene recordar las tribulaciones que se pasa tras una obra de tanta envergadura

Estamos en plena época de fichajes, pero no hay fichajes, lo que provoca un hastío rayano en el aburrimiento. El mercado se mueve poco y en lo que respecta al fútbol según Sevilla se habla más de traspasar que de comprar, habiendo pasado a ocupar un puesto muy principal la idea sevillista de levantar un estadio que supla a la bombonera que concibió Sánchez Pizjuán y al que la muerte le impidió ver hecha realidad.

Es como una sublime decisión que no tengo claro que sea lo más conveniente, que ya dijo Ignacio de Loyola que “en tiempo de tribulación no hacer mudanza”. Y no es que los tiempos que padecemos sean excesivamente turbulentos, pero no parece perentoria la necesidad de un nuevo estadio en Nervión. Aunque ha sobrepasado con creces los sesenta años de existencia, las varias obligadas remodelaciones lo tienen en perfecto estado de revista, o casi perfecto.

Quizá se apele a la conveniencia de un aumento del aforo y se ha comprobado que resulta complicado añadirle capacidad a esas estructuras. Conociendo el estadio se puede asegurar que pocas zonas nobles de nuestro fútbol tienen la categoría que mantiene vivas la preferencia del Sánchez Pizjuán y en el resto una buena política de conservación lo mantendría viable. Y volviendo al aforo, salvo en la final de la UEFA apenas se ha necesitado habilitar más capacidad.

Y como remate, la historia nos dice cómo la construcción de un estadio conlleva unos sacrificios que el club sufre en lo deportivo. Tras la construcción del actual hubo de esperar el Sevilla a la gran eclosión de Eindhoven para disfrutar. Cuarentaiocho años ricos en mediocridad que ya recordaba Castro hace unas noches sacando a relucir la explosión de júbilo por un gol de Suker que clasificaba para octavos de la UEFA. Dicho lo dicho, quien la lleva la entiende.

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