Cumplió el Sevilla lo que parecía un trámite frente a un Zaragoza en permanentes vacas flacas. Lo hizo golpeando con efectividad en los momentos adecuados y la bola del Sevilla también estará hoy en el bombo de la Ciudad del Fútbol. Ni siquiera la catarata de ausencias que asuela el plantel sevillista está siendo cortapisa para una temporada tan espectacular como está cuajando en todos los frentes, excepción hecha de la Champions.

Traía en su valija esta eliminatoria copera aroma de tiempos antañones en los que Zaragoza y Sevilla solían jugar la misma Liga. Pero este Zaragoza, nieto del de los Magníficos, nada tiene que ver con sus ancestros y mucho menos para competir con este Sevilla del Siglo XXI. Y lo cierto es que sólo media hora le duraron a los maños las ganas de plantarle cara a la tropa de Lopetegui, justo hasta que Koundé agarraba un misil diestro que hacía inviables los propósitos de Ratón.

Y es que este Sevilla, aun tan masacrado físicamente y con el no hay billetes en la enfermería, está a años luz de un depauperado equipo que lleva una eternidad penando en el pozo de la Segunda División. El juego era cortito con sifón por ambas partes, pero a pelotazo limpio también era infinitamente superior, por lo que el papel de Dmitrovic se limitaba sólo y exclusivamente al de ver lo que pasaba desde una localidad preferente, como que estaba situada dentro de la cancha.

Pero tras el descanso apareció un Zaragoza enardecido que metió al Sevilla en su área a pelotazos. Y cuando parecía que estaba todo en el alero y el Sevilla sufría, una contra con pase de Ocampos a Rafa Mir para que éste fusilase a Ratón lacró el pleito. El Sevilla se mete en octavos de final de la Copa, unos octavos que quién sabe cuándo se jugarán y es que todo depende de no emparejarse con cualquiera de los que están en la Supercopa. Vivir para ver, qué desatino de calendario.